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Segunda parte La fiebre como señal de alarma

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Si la gente supiera que la fiebre es una señal de alarma de la naturaleza no trataría de luchar contra ella, como hoy en día sucede de manera tan frecuente. La fiebre actúa como factor defensivo contra invasores

-gérmenes- dañinos. En lugar de dejar actuar a la naturaleza, se lucha contra ella reprimiendo con un miedo mal entendido la ayuda que nos brinda. Demasiado pronto se recurre a la aspirina, a la quinina o a otros remedios semejantes para acabar con la fiebre lo antes posible. ¿Por qué pretendemos ser más listos que las leyes de la naturaleza que nos rigen? ¿Por qué no apoyamos a la fiebre? ¿Por qué no agradecemos lo suficiente su existencia? ¿Por qué no atendemos a los consejos de personas entendidas que han reconocido el valor de la fiebre? En la antigüedad ya se tenía conocimiento de los valores curativos que alberga la fiebre. De ahí las conocidas palabras dichas por un médico de la época: «Dadme el poder de producir fiebre y os enseñaré el camino para curar todas las enfermedades». Quizá esta frase sea un poco exagerada, pero en el fondo alberga una verdad profunda. Como excepciones, cabe mencionar la fiebre que se produce en casos de tuberculosis solapadas, enfermedad de Basedow, paratifus, inflamación de las válvulas del corazón y en la llamada fiebre por déficit de hierro en ciertas anemias. Es sabido que una baja respuesta térmica implica una situación de peligro para la salud. En aquellas personas con una escasa respuesta febril la intervención del médico suele fracasar tan pronto como empiezan a presentarse complicaciones. No resulta, pues, apropiado cerrarse a los puntos de vista de los médicos de la antigüedad y apreciar todo el valor que posee la fiebre. Debemos ser conscientes de que la fiebre es un compañero en la lucha contra invasores dañinos. No hay que olvidar jamás este hecho, a no ser que se trate de una fiebre iatrogénica producida por la toma de ciertos medicamentos alopáticos.

Pero, ¿qué hacer si al ir subiendo la fiebre crece el temor de peligro de muerte del individuo? ¿Acaso no hemos oído en la escuela que hay peligro de muerte si la fiebre alcanza los 42 °C? ¿Hay que quedarse esperando sin hacer nada?

Por supuesto que no, si prestamos un poco de atención a nuestras dotes de observación. No resulta difícil encontrar un ejemplo comparativo que nos ilustre de forma evidente sobre la eficacia de la fiebre. Todos sabemos que para que una estufa funcione el tiro deberá funcionar bien. Si la entrada de aire es buena, podremos aumentar el calor a voluntad sin ocasionar perjuicio alguno para la estufa. En cambio, si el tiro tiene dificultades y no funciona bien, se puede producir un calor sofocante, un sobrecalentamiento que puede llegar a producir daños irreparables. Si no se puede aportar aire fresco o renovado desde abajo y de forma continuada, la herrumbre de la parrilla puede llegar a arder. Pero si el aire circula bien y en cantidad abundante, entonces la parrilla no se pondrá al rojo vivo (incandescente) y no será necesario renovarla al cabo de poco tiempo.

Si trasladamos esta situación a nuestras funciones corporales, entonces comprenderemos como debemos comportarnos ante la fiebre. Esta, en el fondo, no es otra que un proceso de «combustión» aumentado. En el caso de la fiebre también se debe dejar libre el tiraje, si es que podemos llamarlo así. Hay que procurar que nada lo entorpezca y se pueda producir un estancamiento. Una de estas vías de salida es la intestinal, la cual es imprescindible que funcione correctamente. Así mismo, hay que procurar como sea que las vías renal y cutánea funcionen adecuadamente. La fiebre apenas ejercerá efecto nocivo alguno si atendemos correctamente estas tres vías de salida.

Si se presenta un estado febril, la medicina naturista se preocupa enseguida en limpiar a fondo el intestino mediante enemas, con tisanas de plantas medicinales y con la toma de laxantes naturales que, si no surten efecto, se aplicarán por vía rectal.

La toma de una planta diurética, entre las que destaca la vara de oro (Solidago) ayudará a estimular la función renal. Si no disponemos de esta planta, podemos recurrir a otra, como la cola de caballo7. También ejercen un efecto diurético las tisanas de perejil, cebolla o enebro. En casos de apuro podemos tomar incluso una tisana de escaramujo que, aunque posea una acción diurética débil, siempre es mejor que no tomar nada.

Si los riñones funcionan correctamente conviene activar también la piel. En estados febriles, la aplicación de envolturas hidroterápicas constituye una gran ayuda. Quienes desconozcan este método deberían guiarse por un buen libro sobre este tema o hacer un curso. Si no se procede correctamente y las envolturas no se aplican adecuadamente podemos hacer más mal que bien. Poner bien una envoltura en el tronco o en el pecho no resulta difícil si conocemos la técnica. Hay que evitar que queden espacios huecos entre la envoltura y la piel (han de estar bien ajustadas). Si aplicamos correctamente una envoltura a un enfermo febril, se favorecerá la aparición de la sudación deseada. Para aliviar a los pacientes febriles y favorecer su sueño, sin tener que esperar mucho tiempo, les aplicaremos envolturas frías en las pantorrillas o calcetines humedecidos con agua y vinagre. Así de sencilla es la solución natural. ¿Por qué recurrir entonces, por miedo o desconocimiento, a píldoras nocivas?

En la naturaleza todo es más sencillo de lo que creemos. En cambio, los seres humanos estamos habituados a buscar soluciones mucho más complicadas. Ante lo desconocido, merece más confianza lo que se denomine con palabras que suenan a latín que el simple proceder de la naturaleza. Se pretende que el efecto deseado sea más rápido que el que nos brinda la naturaleza. Esto puede tener consecuencias perjudiciales, aunque no suela atribuirse a la práctica de procedimientos erróneos. Lo sencillo, lo natural, lo que entiende todo el mundo y se puede realizar en el hogar cae en el descrédito y está mal visto.

Otro factor que debemos considerar durante el periodo febril es la alimentación. Normalmente, los enfermos con fiebre no suelen tener hambre ni desean comer ni tomar nada. La percepción natural del enfermo le insinúa que no necesita nada más que vencer la enfermedad que padece. Existe falta de apetito, y los órganos digestivos se comportan como máquinas paradas. Por ello, quien fuerce a un enfermo febril a comer no le hace ningún favor.

Sin embargo, no pocas veces encontramos a quien trata de estimular su apetito ofreciéndole diversos platos sabrosos, como bistec con huevos, huevos estrellados con queso u otros manjares parecidos con los que se pretende mostrar al paciente febril lo interesados que estamos por él. Se intenta por todos los medios, por ejemplo, que no le falte un vaso de leche caliente con miel. Sin embargo, ante un estado febril no hay que darle al enfermo ni proteínas ni nada que sea de difícil digestión. Tan solo debemos recurrir a los zumos de frutas. Si no disponemos de ellos, le daremos un poco de agua o una tisana que podremos endulzar con un poco de azúcar integral de caña. Por consiguiente, basta con agua fresca y clara y un remedio natural (suero láctico concentrado diluido o plantas medicinales). De todos modos, lo mejor son los zumos de frutas, por lo que suelen ser bien aceptados por todos los enfermos. Podemos emplear zumos naturales y frescos de naranja o de uva. Con ellos vamos a refrescar el organismo y a suministrarle sales minerales y vitaminas. Un zumo fresco, tomado despacio por el enfermo febril, a pequeños sorbos y ensalivándolos bien, resulta ideal en estos casos. Es difícil que haya enfermos que no los toleren. En caso de apuro, también puede ser administrado un buen mosto sin alcohol. La toma de suero láctico concentrado diluido también resulta muy beneficioso.

El pequeño doctor

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