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EL LEGADO QUE QUIERO DEJAR

En la Edad Media (vid. Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre) se entendía que había tres modalidades de vida: a) la vida empírica, que acaba con la muerte física; b) la vida “de la fama”, que es el recuerdo que deja la persona, por un tiempo; y c) la vida transempírica, o vida eterna.Pues bien, el ejercicio que sigue va destinado a dar cuenta de la posibilidad de prolongación del sentido de nuestra vida a través de la modalidad b): la huella inmediata que queremos dejar en nuestro entorno de nuestro paso por el mundo empírico y la transmisión al mismo de la sabiduría adquirida para –en tanto en cuanto quieran recibirla- enriquecer o orientar a los próximos.Es especialmente indicado para personas que están convencidas de que no existe la posibilidad c) como manera de dar sentido más allá de uno mismo, a la propia vida, a través de un legado de sabiduría para el futuro.En principio, el ejercicio se creó para practicarlo en modalidad grupal, pero nada impide poder adaptarlo a la terapia individual.

Piensa en el legado que quieres dejar a la posteridad –al menos a los inmediatos que seguirán viviendo tras tu muerte- cuando acabes tu vida, como recuerdo y huella de tu paso por ella.

Piensa que te encuentras, al final de tu vida.

Dibuja una línea imaginaria en la sala, que separa la vida de la muerte. Estás del lado de la vida, junto a la línea que te separa “del otro lado” (puede ser la puerta de la sala, en especial si el ejercicio se hace en grupo).

En situación de relajación, recuerda algunas experiencias positivas y negativas, duras y gratificantes, logros y fracasos.

Y piensa en dos o tres conclusiones sobre los aprendizajes más importantes de tu vida.

Imagina que antes de morir, tienes la oportunidad de dirigir un pequeño discurso a las personas más cercanas: familia, amigos, compañeros de trabajo, destinatarios del mismo, etc.

Recapacita sobre los mensajes principales que te ilusiona haber transmitido con tu estilo de vida y con tu comunicación verbal y no verbal sobre lo que consideras más importante en tu vida, sobre los valores y metas que han inspirado tu conducta (que igual algunos han intuido y otros no) y que deseas poder transmitir de alguna forma a tu entorno.

Escribe varias frases o párrafos con el borrador de tu discurso, para tantearlo, a modo de borrador. Si quieres, luego lo redactas más definitivo.

Ponte en pie, e imagina a los otros, a los más cercanos y que por un tiempo te recordarán, ahí delante (si es en grupo, se dirige al grupo colocado de frente a la persona, como en una conferencia).

Ahora, haz un discurso de despedida, expresando:

 qué has aprendido de la vida

 qué es lo que le ha dado sentido

 qué es lo que te dio fuerza para superar las dificultades para conseguir lo que querías

 en qué aspectos esperas haber dejado algún mensaje o influencia positiva

 cualquier otra cosa que quieras transmitir, que crees que será un buen legado de tu sabiduría vital para los otros.

Si quieres, haz un dibujo que resuma el conjunto del discurso.

Terminas diciendo: “este es el legado que os quería dejar”. Y entregas tu discurso (y dibujo, si lo has hecho).

A continuación, te despides de ellos con la mirada, de uno en uno, y si quieres con una frase, igual de agradecimiento.

Finalmente, atraviesa la línea (o la puerta) y conecta con tus sensaciones respecto a ese legado.

Si el ejercicio tiene lugar en el marco de un grupo, la persona escucha (a través de la puerta) los comentarios que hacen sobre su legado.

Si es en terapia individual, imagina esos comentarios por parte de sus allegados.

Luego expresa cómo se ha sentido con todo ello.

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