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Mito número 10


«La gente del Primer Mundo tiene la culpa»
La indignación también ha sido europea

«Ya es hora de que la destrucción cese, pues casi todos los nativos del continente americano han desaparecido gracias a los beneficios de la civilización» es lo que escribió el explorador escocés, John Howison, en 1834. En 1836, la embarcación Beagle, arribó en Australia; durante aquellas estadías en tierra, Darwin iba descubriendo que el número de aborígenes se reducía a una rapidez aterradora. «Es deprimente escuchar a los nativos decir que su país ha sido destinado a serle arrebatado a sus hijos», escribió Darwin en su diario. El 5 de febrero del mismo año, el Beagle llegó a la isla de Tasmania. Los primeros colonos habían llegado en 1803, pocos años antes de que Darwin naciera. A medida que los colonos fueron instalándose en las islas, los aborígenes fueron siendo desplazados y masacrados. En 1838, dos años después del retorno de Darwin a Inglaterra, Thomas Hodgkin, que había participado en el movimiento por la abolición de la esclavitud, fundó en Londres la sociedad de protección de pueblos aborígenes. En 1876, cuando Darwin tenía sesenta y siete años, murió la última mujer de Tasmania; a lo largo de la vida de Charles Darwin, todo un pueblo había sido exterminado. Medio siglo después, en el norte del continente americano, el pueblo de los Beotucos también había desaparecido30.

Mucho antes de la declaración por los derechos de los pueblos aborígenes, mucho antes que Darwin, Howison u Hodgkin, en el momento mismo de las conquistas, en el continente americano, una voz europea se levantaba para condenar la masacre. Su padre había llegado en el segundo viaje de Colón hacia América, en 1493. En 1502, con veintiocho años, Bartolomé de las Casas dejó España para instalarse en Santo Domingo, en América Central. En 1514, horrorizado por las masacres de las conquistas, renunció a la posesión de esclavos y comenzó la redacción de un manuscrito pidiendo a Ferdinand II, rey de España, la supresión de las encomiendas, de la esclavitud, de la masacre y pidiendo respeto para los amerindios. En 1531 escribió al consejo de las Indias:

«Yo les envío, ha dicho el hijo de Dios, como ovejas en medio de lobos para que ustedes las amansen y las traigan a Cristo, ¿por qué entonces, en lugar de enviar ovejas para que transformen a los lobos, envían lobos hambrientos, tiránicos y crueles que matan, masacran, escandalizan y aterrorizan a las ovejas?».

Bartolomé de las Casas escribió muchos libros denunciando la masacre de la América India; a los setenta y dos años se instaló en España donde murió dieciséis años más tarde31.

Más allá de las culpas, la experiencia

En todo el mundo existen rasgos, restos de pueblos aborígenes; la gran mayoría de sus descendientes vive ahora como lo impone el modelo occidental; sus antepasados fueron anexados a una u otra nación por la fuerza. Los conflictos entre pueblos aborígenes y Estados nacionales no han desaparecido. Los gobernantes de Europa impusieron sus estados con violencia, esto explica la reticencia de estos mismos Estados a no firmar el convenio número 169 de la Organización Internacional del Trabajo, O.I.T. Convenio sobre los pueblos indígenas y tribales a favor de la justicia social, estableciendo consultas obligatorias para los pueblos originarios en las medidas que les afectan.

Los pueblos autóctonos de Europa soportaron la persecución de los imperios desde hace mucho. La conquista de territorios para imponer un solo sistema económico, cultural y jurídico, es algo que se experimenta en Europa, incluso antes de la Edad Media. Feudalismo primero, Estados nacionales después, no han dejado lugar para diferencias. Las lenguas fueron impuestas desde las capitales como en el caso del francés de París que relegó con menosprecio a «lengua de las patas», el catalogado «patois», a las lenguas originales de cada grupo humano de tantas tierras anexadas y sometidas a poderes centralizados. Su proceder es tan poco ejemplar que conllevó a dos guerras mundiales. Es la experiencia la que mueve a muchas personas del Norte a solidarizarse y reclamar en favor de los derechos y de todo el respeto que merecen los pueblos aborígenes. La cercanía a la naturaleza, el uso de plantas medicinales, la solidaridad comunitaria, etc., fueron también características de las muchas nacionalidades autóctonas europeas; esto sale a la luz gracias al trabajo de muchos investigadores que buscan rescatar lo que queda de esas riquezas ancestrales, en las periferias de las ostentosas, falsas y conflictivas metrópolis.

Todo está ligado entre sí. Lo que antes pasó se refleja en el espejo de lo que está pasando ahora. El pasado refleja el presente y este nos muestra el resultado de lo que antes se hizo. ¿Hasta cuándo el derecho a vivir distinto será atropellado? La colonización aumentó los intercambios culturales, pero de un modo cruel, desigual e injusto; desarrolló la explotación a gran escala con un sistema mitológico y de derecho que impuso sus reglas justificando todos los crímenes. Los colonizadores modernos creen hacer justicia social creando miseria, pretendiendo mejorar la calidad de vida de sus naciones.

El modelo de Estado-Nación no corresponde a la realidad terrestre donde es necesario que cada comunidad se reorganice para proteger y reconstruir los muchos ecosistemas en peligro. Esta no es una propuesta separatista, no es una llamada ni a la venganza, ni al resentimiento, ni al odio, ni a la guerra. Esta es una invitación a la responsabilidad colectiva pero comunitaria. Pertenecer a una comunidad implica trabajar por el bien común directa y activamente, implica hacer minga. Si hay algo que nos enseña la historia de nuestros antepasados es que sus enemistades dieron paso a su extinción; conscientes de ello, construyamos ahora comunidades abiertas al intercambio real, a la ayuda mutua.

No se pueden entender modos de vida distintos sin respeto, sin humildad. Los intercambios culturales que ahora conocemos han podido ocurrir de otras maneras, fuera de todo imperialismo, conquista, masacre y ocupación. Además, no existe intercambio verdadero cuando un modelo único se impone a todo el resto; el Planeta es rico por su diversidad y esta es lo que permite que funcione el ecosistema humano que es fundamentalmente natural, la ecología no es una novelería del Norte, preservar los ecosistemas es imprescindible para la vida humana y todo esto, en nuestros días, ya ha sido probado científicamente.

El Planeta ha sido desde siempre gobernado por quienes exaltan lo ostentoso de las urbes. La arrogancia no ha sido, ni es, solo eurocéntrica. Las grandes capitales del Norte, menosprecian igual a las otras ciudades, subestiman igual a todos los numerosos pueblos de sus propias naciones, tal como desprecian a los países que consideran subdesarrollados. Los admiradores del modelo llegan del Sur para instalarse en las metrópolis del Norte; concentrados ahí, suelen menospreciar las zonas periféricas de las que nada conocen. Ignorantes de la rica diversidad y de las múltiples problemáticas sociales y ecológicas, se llevan consigo al Sur, el recuerdo único del aparente progreso de las metrópolis para implantarlo por la fuerza en sus propias naciones. Quien ha vivido la realidad de otros pueblos, al interior de las comunidades del Norte, entiende que tal «desarrollo» es pura apariencia, pues corrige unos problemas engendrando muchos otros. Al interior de cada nación hay un sinnúmero de comunidades humanas desintegradas por un poder central que nada conoce de las realidades humanas y ecológicas de los lugares que gobierna. Las verdades son incompletas cuando la historia narrada carece de contextos. Una nueva lectura de la historia puede ayudarnos a entender lo que está pasando ahora mismo y a actuar en consecuencia.

Los grupos, los seres humanos, evitan saber para no revivir las injusticias, incluso las víctimas desean olvido, pues es desagradable pensarse y sentirse víctima. Sin embargo, jamás se podrá enfrentar los problemas actuales, como la extrema pobreza y los muchos problemas ecológicos, sociales y políticos, si no se piensa en cómo se ha llegado hasta ahí. Es, por lo tanto, muy necesario comprender la historia. Para proporcionar los argumentos necesarios —que sostengan las iniciativas de todas las personas que ya han comenzado a escribir y a narrar otras historias, viviendo de modo distinto al modelo occidental—, la persona que investiga tiene el rol de buscar, de reconocer, de recordar y cuestionar, todo lo que la gente y los pueblos tratan de ignorar.

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30 Ibidem 20.

31 Ibidem, 20.

Los grandes mitos de Occidente

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