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Mito número 11


«La identidad nacional»
El gran mito europeo

En el corazón de Europa se ponen de manifiesto los fracasos en lo que respecta a la integración nacional; en España crecen las demandas de independencia por parte de grupos y comunidades a los que se les llama «separatistas». El expresidente Nicolas Sarkozy durante su Gobierno, a finales del año de 2009, lanzó en Francia el debate sobre la identidad nacional. Esta cuestión inquieta mucho a quienes desean ver desaparecer a todos los grupos humanos a los que consideran «minorías», a esa «desaparición» le llaman «integración». Integrarse, en ese caso, demanda la renuncia a su propia identidad, significa abandonar sus diferencias para apropiarse de la cultura de quienes se consideran «mayoría». Pero ¿quiénes son mayoría?, ¿cómo son?, y ¿por qué se tendría que «dejar de ser» para «ser como» la mayoría? Las dificultades se agudizan aún más con las crisis económicas; los problemas con las minorías crecen a medida que la inmigración desborda en medio de una globalización que lo uniformiza todo.

Una Nación-Varios Pueblos

Todos los Estados nacionales fueron implantados sobre territorios poblados por varias y distintas comunidades humanas. El proceso de nacionalización se efectuó en Estados que, aunque ya constituidos, tenían aún fronteras vagamente definidas. En tales contextos se buscó homogeneizar a la población, a través de una identidad nacional, para borrar las visibles disparidades culturales y sociales de cada grupo anexado. Sylvain Venayre, en su libro Les Origines de la France. Quand les historiens racontaient la nation, explora las raíces de la nación francesa analizando la cuestión sobre la identidad nacional a partir del trabajo de los historiadores, quienes desde siempre han estado directamente ligados a la producción de una identidad colectiva. Su libro es un recorrido bien documentado sobre las principales contribuciones históricas del siglo XIX.

Los orígenes de la nación francesa varían según los contextos político y científico en los que se encontrara el autor que narra la historia. Un autor de nombre Renan, por ejemplo, después de haber afirmado que los aspectos raciales son en la historia decisivos, termina rechazando la idea de nación determinada por la raza en una famosa conferencia en la Sorbona en 188232. Los diferentes mitos de origen desarrollados por las naciones europeas desde el final del siglo XVIII han sido muy poco estudiados y, sin embargo, el sentimiento nacional que evocan se mantiene33. Así, el mito de la «nación familia» concibe la historia como genealógica, extendiendo a la masa de la gente anónima el árbol central que fuera alguna vez aristócrata o monárquico. Otro mito es el de la nación como personalidad colectiva, tal como lo escribió el autor Michelet, afirmando que Francia es el espíritu de la libertad encarnada en una nación constantemente auto engendrada34. Vidal de la Blanche, hizo de Francia en 1903, un ser geográfico caracterizado por su precocidad en la toma de consistencia escribiendo: «De ese estado vago y rudimentario, en el que las aptitudes y los recursos geográficos de un lugar permanecen en estado latente, ahí en donde nada sale de eso que necesita una personalidad viva, nuestro país ha salido más pronto que otros»35.

En función del prestigio de cada disciplina, fueron utilizadas, la historia natural, la geología, la filología, la arqueología, la antropología, etc. para establecer modelos explicativos que, empero, han variado según las épocas. La «raciología» conoció su momento de gloria en los medios académicos y científicos a mediados del siglo XVII, luego de 1870 fue considerada peyorativamente como «ciencia alemana»36. Según Sylvain Venayre, la oposición que todavía se hace entre la concepción francesa y la concepción alemana de la nación, es una construcción conceptual resultado de la anexión alemana de la región, hoy por hoy francesa, de la Alsace-Moselle, además de la crisis alemana del pensamiento francés.

La teoría de las dos naciones, Galia y Franca, entendida como tercer Estado versus aristocracia, funcionó a principios del siglo XIX como sistema explicativo de la Revolución francesa. En la Francia contemporánea, esta explicación cedió lugar a la representación de la nación como una diversidad con vocación a la unidad. Los historiadores describirán, en algunos momentos, a la nación francesa, no como un pueblo único, sino como el fruto de mezclas numerosas citando frecuentemente a pueblos autóctonos, entre los cuales están: los visigodos, los normandos, los bretones, los ligures, los íberos, los romanos, los germánicos, los francos y los burgundios. Rara vez citarán al pueblo judío. El historiador Sylvan Venayre hace hincapié en este detalle para denotar la exclusión explícita y, sobre todo, implícita de ciertos pueblos en la creación de una identidad nacional37.

El movimiento pro-nacionalista europeo promovió la lengua como origen de las naciones. Así que, si la historia de Francia comenzó con la lengua francesa, la nación francesa nació cuando se impuso la homogeneización por la fuerza. Algunos historiadores afirman que el Estado francés no es una verdadera nación, denunciando de esta manera la opresión de pueblos sometidos que reclaman su libertad reivindicando sus orígenes, sus historias específicas, tal como es el caso de la región de Bretaña y de la isla de Córcega. La pluralidad lingüística hace eco a esas libertades coartadas38. Entre los años 1751 y 1772, se editó la «Encyclopédie»39 estableciendo el francés de París como modelo literario, aun cuando la mayoría de las provincias de Francia hacían uso de sus propias lenguas y dialectos. Aquellas lenguas ancestrales de las tantas provincias francesas fueron con menosprecio llamadas patuá (patois). Etimológicamente «patois» se traduce como «hablar con las patas», definición que vuelve evidente la connotación despectiva de ese calificativo; el patuá es considerado como un lenguaje corrupto, es la forma de hablar de la gente inculta.

Referirse a la «diversidad» con menosprecio permite la afirmación de la supremacía de la nación frente a las versiones refractarias, por eso la historiografía del siglo XIX no habla de un origen sino de varios, sucesivos o simultáneos, para hacer predominar el carácter nacional de la unidad encontrada. Sylvain Venayre escribe que, en 1830, los monarquistas proclamaron la Francia como la hermana mayor de la Iglesia, los republicanos celebraron la nación francesa como hermana querida de la naturaleza, haciendo referencia a su diversidad de climas, tierras, poblaciones, estimándola así como una nación superior a todas las otras. Los historiadores del siglo XIX, sobre todo los liberales, tomaron frecuente y activamente parte en la vida política. Fustel de Coulanges lo subrayaba deplorándolo: «Nuestros historiadores han sido hombres de partidos políticos desde hace cincuenta años […] Escribir la historia de Francia ha sido una manera de trabajar para un partido y combatir al adversario. La historia se ha convertido así en una especie de guerra civil permanente»40.

A finales de la Segunda Guerra Mundial la mayoría de los países más poderosos del mundo ya habían conseguido desarrollar una antropología que les permitiera reforzar la identidad como nación. La historia universitaria del siglo XX quiso tomar distancia de aquel hacer histórico, deshistorizando el pasado, buscando una permanencia a través del tiempo41. Si contar la historia de la nación francesa resulta difícil, la dificultad de definir la narración de la historia de Alemania es aún mayor. Aún sigue siendo difícil encontrar un hilo conductor a través del cual se pueda hablar de Alemania antes de la llegada de Hitler al poder en 1933. La nación alemana nunca ha dejado de ser múltiple. Hasta hoy no se establecen los límites de lo que fuera el gran Imperio germánico que, al contrario de la Galia (Francia), no fue totalmente invadido por el Imperio romano. Del año 1000 a 1792, la estructura territorial fue casi la misma, con decenas y hasta centenas de Estados pequeños. De esta manera, se constituyó en Alemania, una identidad cultural antes de constituirse una identidad política, organizándose alrededor de muchas capitales y no de una sola. La historia de una nación como la alemana a partir del siglo XX, exige renunciar al nacionalismo; la historia de la Alemania de antes del siglo XX, implica, en cambio, renunciar a todo centralismo42.

La historia, además, no solo ha sido un legado académico, existe una amplia gama de filmes, juegos, espectáculos, publicaciones, etc. La participación de las y los historiadores en la producción de la identidad nacional comparten ciertas funciones sociales con los medios de difusión masiva en la búsqueda de homogeneizar la población. Estos roles se ponen de manifiesto sobre todo cuando los gobernantes exigen a los encargados de enseñar la historia de definir una identidad nacional. La nación francesa, tal como la alemana, la italiana, la española, la rusa, la polaca, etc., son el resultado de mezclas numerosas y sucesivas que ocurren en permanencia volviendo a cuestionar el sentido, el rol y las funciones, de los míticos Estados-nacionales. Cada Estado-Nación se ha impuesto sobre las múltiples diferencias de sus pobladores; cada nación en el mundo está llena de comunidades distintas, de grupos humanos diversos que pueden, sin embargo, encontrar sus equivalentes al interior de las numerosas naciones del mundo porque el Planeta es igual en todas partes, igual de diverso, igual de vasto, igual de complejo, igual de complicado, igual de sometido.

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32 Thiesse, 2013.

33 Venayre, Sylvain. 2013. p. 225.

34 Michelet, 1833. Histoire de France. Citado por Thiesse, 2013.

35 Vidal de la Blanche, 1903. Tableau de Géographie de la France. Citado por Thiesse, 2013.

36 Ídem, 32.

37 Ibidem, 32.

38 Ídem, 33.

39 Se trata de una enciclopedia francesa editada entre los años 1751 y 1772 en Francia bajo la dirección de Denis Diderot y de Jean d’Alembert. Ha sido considerada una de las más grandes obras del siglo XVIII, no solo por ser la primera enciclopedia francesa, sino también por contener la síntesis de los principales conocimientos de la época.

40 Coulanges, Fustel de 1872. « De la manière d’écrire l’histoire en France et en Allemagne depuis cinquante ans ». Revue des deux Mondes, 1 Septembre. Citado por Thiesse, 2013.

41 Ibidem, 32.

42 Passini, 2013.

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