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Mito número 17


«Sin agricultura industrial no hay evolución ni progreso»
En términos de calidad de vida, la agricultura industrial no es sinónima ni de evolución ni de progreso

La revolución neolítica corresponde al período en el que se comienza a tallar la piedra, en el que —además— se comienza a cultivar la tierra (agricultura). Este momento clave de transformación de los modos de vida, ocurrió en las poblaciones de la Amazonía mucho antes de lo que ocurrió en Europa, sin embargo, los modos de cultivar se conservaron, sobrios, moderados y concisos, durante miles de años. Esto, no porque esas sociedades fueran incapaces de imitar el modo de vida occidental, o porque no contaran con los medios para lograrlo; no desarrollar la agricultura a gran escala, ni la especialización, ni el comercio, ha sido el resultado de una visión de vida muy distinta a la visión de vida del modelo occidental54.

Desde un punto de vista conceptual, la era neolítica se desarrolló primero en zonas amazónicas ya que la agricultura apareció ahí, por lo menos 5000 años antes de la era cristiana. Los pobladores de las zonas de la Amazonía comenzaron a cultivar plantas medicinales y condimentos; jamás buscaron consagrarse a desarrollar el cultivo de alimentos, jamás trataron de intensificar la producción, jamás quisieron especializarse en modos de subsistencia ligados al crecimiento de la agricultura intensiva de alimentos55. Los especialistas han llegado a la conclusión de que, aun teniendo los conocimientos necesarios para desarrollar la producción de alimentos, las sociedades de la Amazonía eligieron deliberadamente, tomar su propia evolución histórica, radicalmente distinta a la tomada y vivida en occidente56. Los modos de vida amazónicos son el resultado de consensos sociales, de decisiones culturales, íntimamente ligados a un modo de vida que se considera parte de la naturaleza y no superior a ella.

Olivier De Schutter57, profesor de derecho internacional y abogado belga, presentó un reporte al comité por el Derecho a la Alimentación, del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en marzo de 2011. En aquel reporte, De Schutter mostraba que la agroecología puede «alimentar al mundo». Ese estudio fue realizado en 68 países. El reporte muestra que, el 75 % del alimento del mundo, proviene de pequeños agricultores quienes trabajan —la mayoría de las veces— a mano, sin tractores ni mecanismos sofisticados. Todo lo contrario sucede en el caso de la agricultura a gran escala, ya que solamente una parte mínima de los grandes volúmenes de materias primas agrícolas que producen los agricultores industriales, sirve para la «alimentación» humana, parte del remanente se utiliza para nutrir al ganado y a otros animales de consumo, mientras que el resto se destina a la producción de agro-carburos.

Los Gobiernos quieren evitar que la ciudadanía proteste, explica De Schutter, por eso permiten —a los hogares— gastar lo menos posible en alimentación; en los países de la Unión Europea, en consecuencia, solo el 12 % al 13 % del presupuesto familiar, se invierte en alimentación. Si se hiciera pagar el precio real de los costos sociales, gastos de salud pública y medioambiental, que resultan de la agricultura industrial, el presupuesto familiar para alimentarse subiría del 25 % al 30 % por lo menos. Esto es políticamente insostenible, asegura De Schutter, es por esta razón que los Gobiernos continúan apoyando a las agroindustrias. Los Gobiernos no apoyan las formas de producción de alimentos tales como la permacultura y la agroecología, incluso sabiendo que son, en efecto, más productivas que las industriales, porque los verdaderos consejeros de los Gobiernos son las grandes empresas, analiza De Schutter. Estos se encuentran al servicio de los intereses económicos de estas grandes empresas y, es normal, dice De Schutter, «¿cómo se puede reprochar a los Gobiernos por querer abrir mercados de exportación a las grandes empresas de sus países, proteger a sus propios actores económicos contra los actores de otros Estados?» El problema, reflexiona De Schutter, es que todo esto es contrario a lo que las exigencias democráticas plantean58. En realidad, no hay un solo problema, como explica De Schutter, hay varios.

El modelo actual provoca guerras porque ha nacido de la guerra, porque se funda en la competencia, en la lucha por conseguir la mayor cantidad de materias primas a los precios más bajos, por ganar todos los mercados posibles para vender productos. No hay que olvidar que es gracias a esos actores económicos, a lo que generan esas empresas, que se mide el PIB y, gracias a esa herramienta económica, se catalogan a las naciones como ricas o pobres. Tal es la referencia. Un país que destruye, usurpa, despoja, contamina, enferma, hace daño y se hace daño, es considerado el más rico. Resulta fácil entender ahora por qué vivir en un país desarrollado no es garantía de alimentarse sanamente, de gozar de salud, respirar aire puro, vivir en paz, sin riesgo a guerras, ni a la violencia, ni a la destrucción de nuestro hábitat, de nuestro bello paisaje rural, ni a epidemias…

Mucha gente del «Primer Mundo» tiene dificultad para salir del paradigma de la modernidad porque se piensa afortunada de vivir en un país «desarrollado» aun cuando ese desarrollo no les brinde bienestar ni les haya mejorado la vida, muy al contrario. En el «mundo en desarrollo» en cambio, la gente cree que en el «Primer Mundo» no se sufre de los problemas que se viven en sus tierras «subdesarrolladas». Las diferencias son mínimas, es evidente que, en ambos lugares, el malestar crece en todos los sentidos.

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54 Ídem 53.

55 Taylor, Anne-Christine y Nathan Shlanger, 2013.

56 Ídem 55.

57 Olivier De Schutter es profesor de derecho internacional y abogado belga, exrelator especial para el Derecho a la Alimentación del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas entre 2008 y 2014. Miembro del Comité de derechos económicos, sociales y culturales de la ONU desde 2015.

58 Declaraciones tomadas del documental «Mañana» de Cyril Dion y de Mélanie Laurent.

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