Читать книгу La voz sola - Ana María Martínez Sagi - Страница 30

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EN LA EDAD DE ORO

Cuando pequeña: reía siempre.

¡Oh mi risa blanca!

Risa de cristal, luz de domingo,

¡campanita de plata!

Trino, gorjeo, arpegio,

sutil serenata

de mis años ingenuos y sencillos,

vestidos de pureza y de fragancia.

Era entonces mi vida

como un maravilloso cuento de hadas;

y el pensar, un leve

batir de alas.

Todas las horas eran

tranquilas y plácidas.

—Gotas de azul

en el lago terso de mi alma—.

¡Oh mi risa fresca,

la risa de mis días siempre en calma!

¡Ascua de oro

que todo lo iluminaba!

“Niña, ¿ por qué te ríes?”

—gritaban las voces malas—.

Voces duras, impacientes

por verme triste y cansada.

“Niña, ¿por qué te ríes

con esta risa tan blanca?”.

—Me río porque soy buena,

porque nada enturbia mis pupilas claras,

porque soy serena y luminosa y pura,

y llena de gracia.

Porque el cielo tiene una túnica azul,

y son sonrientes todas las mañanas;

porque amo la voz majestuosa del viento,

y entiendo el murmullo del agua.

Porque el campo produce sin tregua,

y hay flores y frutos en todas las ramas;

porque el sol vivifica mi sangre,

y la luna me viste de nácar,

y la brisa perfuma mi carne,

y el arroyo acaricia mis plantas.

¡Me río porque soy fuerte,

porque soy fuerte, y soy limpia, y soy casta!

“¡Niña —gritaban las voces—,

niña, te ríes por nada!”84.

¡Risa de cristal, luz de domingo,

campanita de plata!

La voz sola

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