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Trastorno de la personalidad histriónica

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Ese niño que se arroja al suelo entre gritos, patadas y estertores para conseguir un objetivo, se está comportando de manera histriónica. Si consigue su propósito, repetirá su comportamiento cuando quiera lograr otra cosa. Esa persona que monopoliza la atención en una reunión social, que trata de seducir a todos, que es capaz de convertir una sonrisa encantadora en el más feroz de los gestos si alguien escapa a su manejo, tiene un comportamiento histriónico. Esa madre que hace una crisis de llanto y suspiros cuando sus hijos le dicen que van a cenar fuera con unos amigos, tiene un comportamiento histriónico. Si consigue culpabilizar a sus hijos para que no salgan, habrá conseguido su objetivo y dispondrá de un arma inestimable la siguiente vez que no quiera quedarse sola.

Hasta que se emitieron los manuales de diagnóstico que hemos mencionado anteriormente, DSM y CIE, la histeria se consideraba una neurosis que manifestaba un conflicto inconsciente. A partir de los citados manuales, los síntomas que antes se agrupaban bajo la clasificación de histeria se han separado en tres tipos de trastornos:

 Trastornos de la personalidad histriónica.

 Trastornos disociativos.

 Trastornos de síntomas somáticos.

Libro

Sigmund Freud Estudios sobre la histeria. Se puede encontrar en Alianza Editorial o en las obras completas del autor en la editorial Biblioteca Nueva.

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La personalidades histriónicas reúnen las siguientes características:

 Necesitan ser el centro de la atención y hacen lo posible por conseguirlo. Si no lo consiguen, suelen adoptar el papel de víctimas. Es frecuente que una de estas personas se eche la culpa de algo malo que ha sucedido, pero se culpa en público y de forma teatral, como una víctima del destino.

 Se suelen comportar con los demás de forma seductora y provocativa, incluso sexual. Les gusta llamar la atención y les importa mucho la opinión de los demás. Si alguien les muestra antipatía, tienden a creer que se debe a envidia o se sitúan inmediatamente en la posición de la víctima que no sabe qué ha hecho para merecer ese rechazo.

 Su conducta es teatral, como si estuviera representando una obra en el escenario, sobre todo cuando se presenta una situación conflictiva. Se enfrentan a los conflictos con teatralidad y desde la posición de víctimas de un ser maléfico superior que se empeña en hacerlas desgraciadas.

 Son muy sugestionables, por lo que resultan los mejores sujetos para la hipnosis. En el siglo XIX, Charcot, director del hospital de la Salpetrière, en Paris, organizaba verdaderos espectáculos hipnotizando a mujeres histéricas ante colegas médicos y estudiantes de psiquiatría. Pierre André Brouillet inmortalizó una de aquellas escenas en un cuadro titulado Lección clínica en la Salpetrière, que se conserva en el Musée d´Histoire de la Médecine, Universidad Descartes, París. Es fácil localizarlo en Internet.

 Suelen hacer amistades con facilidad, pero se vuelven posesivos y exigentes, reclamando atención de forma constante, porque necesitan gran dedicación y atención. Si no se les presta toda la atención que demandan, manipulan y culpabilizan valiéndose de cualquier método, desde enfermar hasta hacer intentos de suicidios. Suicidios siempre fallidos.

 Son inestables emocionalmente, con cambios bruscos de actitud, apasionamiento y escaso raciocinio. Eso les hace volubles en sus afectos. Aman y odian apasionadamente en un corto plazo de tiempo. En realidad, estas personalidades sólo se aman a sí mismas, porque son extremadamente narcisistas y egocéntricas.

Caso

Alicia está ingresada en una residencia para mayores, porque sus circunstancias personales no le permiten vivir de una forma autónoma. Recibe las atenciones y cuidados necesarios, pero, cuando sus hijos van a visitarla, pone cara de víctima, se sienta con una postura de decaimiento y sumisión y exhala de vez en cuando un profundo suspiro, acompañado casi siempre de una queja.

- ¿Qué te pasa, mamá? - preguntan los hijos.

Ella no responde. Se limita a encogerse de hombros y a mirar tristemente a su alrededor. Al poco rato, parece olvidar su tristeza y se anima, se levanta, camina del brazo de sus hijos, pide la merienda o se ríe. De repente, cuando ya parece que todo va bien, vuelve a suspirar, a quejarse y a su postura de abandono.

Sus hijos se van siempre a casa con preocupación y sentimiento de culpa.

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La trastienda de la mente

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