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Trastornos disociativos de la personalidad

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En el trastorno de identidad disociativo, el enfermo presenta dos o varias personalidades diferentes, de las que no puede librarse y que actúan espontáneamente, presentándose en distintas ocasiones. En el trastorno de despersonalización, el enfermo siente que no es él, sino otra persona quien actúa en su nombre. Estos trastornos se producen siempre para evitar la angustia de confrontación con algún problema o situación dolorosa para el enfermo.

Pueden ir acompañados de amnesia disociativa, es decir, imposibilidad para recordar situaciones o hechos traumáticos. La amnesia puede ser parcial o selectiva, pero siempre queda algo que no es posible recordar. También puede darse la fuga disociativa, que es como una escapada psíquica que hace el enfermo para alejarse de una situación conflictiva que después no logra recordar. Es como si estuviera ausente de la situación traumática. El estupor asociativo es una falta de respuesta del enfermo, que queda inmóvil y sin hablar durante un período de tiempo.

Caso

El psiquiatra F.J. Urquiza Morales1 narra el caso de una joven de 19 años, la mayor de 6 hermanos, hija de un cabrero en un pueblo de Granada. Un día, la joven empezó a mostrarse rara, callada y ausente. Empezó a decir que veía moverse los cuadros de la habitación y que una muñeca le hablaba. En más de una ocasión, bañó a su hermano pequeño junto con el perro. Al cabo de poco tiempo, esta conducta se había transformado en estupor. No respondía a los estímulos, no podía hablar, tenía la mirada perdida y solamente emitía sonidos que parecían una pregunta:

- ¿Estoy embarazada?

La llevaron al médico, pero la familia y los vecinos creyeron que estaba embrujada por unos amigos gitanos. Después de aplicarle un tratamiento, recuperó la salud mental, aunque nunca consiguió recordar la situación traumática que la produjo. Por su pregunta sobre su supuesto embarazo, cabe pensar que hubo algún problema de índole sexual. Además, la familia no participó en la psicoterapia, porque sus creencias centraban todo el problema en la superstición y no quisieron aportar información.

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Caso

En algunas ocasiones, cuando tengo que enfrentarme a ciertas personas que me intimidan, me comporto de una forma extraña, como si no fuese yo. Empiezo a decir tonterías y cosas que no diría por nada del mundo, cosas más propias de una niña pequeña o de una tonta. Cosas que una persona adulta y formal nunca diría. Por ejemplo, cuando empecé a aprender a conducir, le pregunté al profesor si el coche autoescuela era suyo o de la escuela. El profesor me miró como si yo fuese retrasada mental y dijo que de la escuela. Yo lo sabía de sobra, pero no sé por qué no pude impedir preguntarle aquella estupidez.

Me ha sucedido en otras ocasiones y he llegado a la conclusión de que no soy yo quien se comporta de esa forma. Es la otra.

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La trastienda de la mente

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