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Capítulo 1 – El estigma

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Cuenta Michael Foucault que, en el siglo XV, la Narrenshiff, la nave de los locos, bogaba por el Rin y por los canales flamencos transportando locos expulsados de las ciudades donde los vecinos los perseguían con varas hasta alejarlos a lugares apartados. En el Paris del siglo XVII, los hospitales para dementes no estaban destinados a curarlos, sino a ocultar lo que se consideraban lacras, mediante estacas, argollas, mazmorras y prisiones. Los tratamientos consistían en purgas acompañadas de dosis de latigazos. En los siglos XVI y XVII, Europa se hallaba repleta de lugares de confinamiento masivo como hospitales, prisiones y casas de fuerza.

Lo mismo que hizo la Edad Media con los leprosos, hizo el Renacimiento con los locos, los indigentes, los impedidos, los inocentes, los deformes y contrahechos, los violentos e incorregibles, los bribones libertinos, los viejos seniles y los vagabundos. No tenían utilidad social y fueron escondidos en internados y, para evitar los desórdenes que genera la ociosidad, dedicados a trabajos manuales como fabricar hilos o cuerdas.

Hasta el siglo XIX, los desheredados de la sociedad se mezclaron sin orden ni concierto en los internados, sin signo alguno de diferencia, con fórmulas de internamiento tan ambiguas y arbitrarias como las siguientes: desorden del espíritu, alegador empedernido, pleitista, calumniador, gran mentiroso, espíritu inquieto, depresivo y turbio, hijo ingrato, padre disipado, insensato, prostituida, imbécil, pródigo o furioso, término que aludía a todas las formas de violencia no encuadradas en definiciones legales. En 1811, Samuel Tuke, reformador inglés del concepto de salud mental, describió las condiciones en que vivían aquellos desgraciados como algo escalofriante.

En España, el estigma se mantuvo hasta muy avanzado el siglo XX. No era infrecuente leer noticias sobre hallazgos de enfermos mentales que vivían como animales encerrados en zulos por sus propias familias, ocultos de la vista del vecindario.

En abril de 2014, el Diario.es publicó que más de siete millones de personas con trastornos psíquicos se habían sentido discriminadas en nuestro país, es decir, el 75 por ciento de los casos diagnosticados. Y según el Ministerio de Sanidad, aún quedarían unas cuatrocientas mil personas por diagnosticar.

Estamos lejos, afortunadamente, del estigma con que el mundo marcó durante siglos a los enfermos mentales o a los que simplemente eran o se comportaban de una manera diferente a la generalidad. Pero todavía nos queda mucho camino que recorrer porque, cuando una de esas personas diferentes, difíciles, complejas o incomprensibles se nos acerca, no siempre somos capaces de comprender las razones de su comportamiento y muchas veces volvemos a estigmatizar al que sufre algún trastorno cuyo porqué se nos escapa.

La trastienda de la mente

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