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El miedo innato y el miedo aprendido

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Existen dos maneras posibles de responder a una agresión: atacar o huir. Atacar es la respuesta de la ira, mientras que huir es la respuesta del miedo.

La respuesta, sea huir o atacar, es resultado del miedo. El miedo es siempre subjetivo e igualmente puede serlo esa respuesta. La primera reacción biológica ante un estímulo que produzca temor es la huida, porque el organismo se prepara automáticamente para ello. Si no hay posibilidad de huida, el organismo se prepara para afrontar el ataque. Y, si no hay posibilidad de huir ni de atacar, la biología ofrece otra salida: la paralización, la catatonía, la fusión con el entorno para desaparecer de la vista del agresor. Es la estrategia de camaleón que cambia de color y de apariencia para confundirse con el medio.

El miedo es una respuesta muy útil que la naturaleza ha incluido en nuestra programación genética para que nos asustemos de las amenazas y las agresiones y huyamos. Quien no tiene miedo a nada es considerado un héroe, pero su vida vale muy poco. El miedo existe para protegernos de esas situaciones de amenaza que se llaman estresores. Los estresores o agentes de estrés son acontecimientos que implican un riesgo severo para la vida o la integridad del organismo, como las catástrofes o la exposición a un peligro.

Pero el miedo es subjetivo y no todos sentimos el mismo temor hacia el mismo estímulo. Un estímulo amenazante, como el abismo, genera miedo instintivo y, sin embargo, hay personas que sienten auténtico placer en descolgarse por un abismo profundo y temible. El miedo a las serpientes parece ser instintivo, aunque, según experimentos realizados, no aparece en el ser humano hasta los tres años de edad. Pero también hay personas que nunca tienen miedo a las serpientes, a las arañas o a las tormentas.

El miedo también tiene que ver con las asociaciones. Si una persona sufre una agresión en un lugar determinado, puede asociar ese lugar a la amenaza y sentir miedo al aproximarse. Si una persona recibe llamadas telefónicas amenazantes a una determinada hora del día, puede asociar esa hora a la amenaza y sentir miedo cuando se acerque. Ni el lugar ni la hora son estímulos amenazantes, pero la asociación los convierte en temibles.

Caso

Hace unos años, mi marido y yo omitimos declarar a Hacienda un dinero recibido. Al cabo de un tiempo, tuvimos una inspección que nos volvió locos de tanto rebuscar papeles, de tanto ir y venir y de tantas explicaciones. Finalmente, tuvimos que pagar lo que no pagamos en su día más una multa considerable.

Solucionado el asunto, decidimos olvidarlo para no amargarnos la vida, pero tiempo después nos llegó una notificación de la Agencia Tributaria, con acuse de recibo. Al firmar el acuse, mi marido se puso pálido, empezó a temblar y creí que le iba a dar un ataque al corazón.

Después de darle un tranquilizante, me decidí a abrir yo el sobre para evitarle otra conmoción. Era un aviso sin trascendencia.

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El sujeto del caso anterior reaccionó con una crisis de pánico la segunda vez que recibió una notificación de Hacienda. Debido a su experiencia previa, la ansiedad le llevó a anticipar una situación que no se produjo y el hecho de anticiparla le generó pánico. El ataque de pánico no fue una reacción proporcionada pues, aunque se hubiera tratado de otra inspección o de algo similar como él temió, su organismo reaccionó como si esperase un castigo, la cárcel o la muerte. A su experiencia negativa se unieron sus características personales y neurológicas, mientras que su mujer tuvo la templanza suficiente para reaccionar de forma lógica.

La trastienda de la mente

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