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1 TERESA OLIVELLA
ОглавлениеMiércoles, 8 de enero de 2014
La primera que me habla de Alexis Rodón es Elena, una mossa d’esquadra que acabo de conocer en el gimnasio.
Ya estoy bien, no es que vaya por el mundo escenificándole mis dramas a la primera que me sale al paso. Pero ella me ve las cicatrices y pregunta. Yo no quería ni hablar del asunto, porque estoy bien, he dejado de fumar y todo, y cuando estoy bien sé que es mejor no menear el pasado. Las Navidades fueron un poco terribles, pero por suerte tuvimos mucho trabajo en el restaurante y me sumergí en él en cuerpo y alma. Luego ibas a casa y la cosa resultaba soportable si te olvidabas de las luces de las calles y de los villancicos y no veías la tele y te aislabas de los abetos con bolas y los papanoeles disfrazados de anuncio de Coca-Cola, y pasabas de mensajes de amor y paz, y guitarreaba un poco y me hacía unos cuantos James Bond de persecuciones, peleas, explosiones y disparos, siempre ayudada por una buena dosis de prozac, y váliums, y oniroles, y lo que haga falta para no darle ni un segundo de ventaja al escacharre.
Tengo un amante, el Exorcista, yo le llamo el Exorcista, el Éxor, porque de vez en cuando me saca los demonios del cuerpo, pero es muy católico y muy muy casado, y en estas fechas no se atrevería jamás a telefonearme para pedir audiencia, bajo peligro de pecado letal.
La gran amenaza eran las vacaciones de Fin de Año.
—¿Piensas hacer vacaciones por Fin de Año? —le preguntaba a Gonzalo con ganas de que me dijera que no, que trabajaríamos cada día y cada hora del año hasta caer reventados.
—¡Pues claro! —respondía él, contento como un bailarín de claqué—. Como cada año.
—Pero este año... con la crisis...
—Este año, con la crisis, nos ha ido de puta madre.
El restaurante donde me empleo es pequeño y modesto y no acepta revellones de campanadas y uvas, serpentinas y confeti, ni comidas de Año Nuevo con familias bíblicas castigadas por la resaca. Bastante hacemos con las comidas de empresa anteriores a estas fiestas, y la cena de Navidad o la comida de San Esteban. La primera semana del año, hasta el lunes 6, el día de Reyes, Gonzalo echa la persiana y nos endosa una semana de dolce far niente. Este año, desde el 28, día de los Inocentes.
—Y a ti te irán bien unos días de recreo —me dijo, paternal.
Me puso la mano en el hombro y trató de mirarme a los ojos.
—¿Cómo estás?
—Bien.
—Podrías estar mejor.
—Como todo el mundo.
—¿Por qué no te vas de crucero una semana?
—¿Con el sueldo que me das, cabrón?
—Pues a una casa de turismo rural del Empordà.
Pensándolo bien, acabé decidiéndome por el crucero, va, que solo eran mil euros por un camarote exterior sin balcón. Me lo podía permitir. «Esplendores de arte e Imperio», se llamaba la travesía. El mismo día 28 compré el billete por Internet. Era sábado, y luego me fui a tiendear un poco, unos trapitos, unos zapatos, bañadores, porque, si una va de crucero, tendrá que exhibirse y tomar el sol, aunque sea Fin de Año. El domingo 29 hice el equipaje y el 30, a las seis de la tarde, zarpamos hacia Marsella en el MSC Preziosa.
Si hoy es martes, esto es Marsella; miércoles, Génova; jueves, Roma; viernes, Palermo; sábado, Túnez, y domingo, un día de navegación sin horizonte de vuelta a la Ciudad Condal. Gimnasio, piscina cubierta, masajes, sauna, hammam (que es como le llaman al baño turco), baile nocturno, y espectáculos de malabaristas que, con la mala mar, se les caía todo por el suelo. Las tres últimas noches conseguí ser la reina de la fiesta, guitarreando, cantando, bailando...; de payasita, como siempre.
Anudé y todo. Ya sabéis, dos desnudos anudándose y desanudándose a no sé cuántos nudos por hora. Sexeando, vaya. Con uno de la tripulación, que iba siempre de uniforme, con una barba de lo más lobo de mar, que se llamaba Artiom, y era ucraniano o lituano o bielorruso o algo así. Un hombretón grandote, que parecía muy bestia, ronaldeaba un poco y, una vez a solas, cuando lo sexeé bien sexeado, se me asustó. Luego se quedaba así, acurrucado, abrazadito a mí como un niño temeroso del Hombre del Saco, y me decía: «¿Por qué haces esto? Tú no eres así».
Pobre de él. Yo pensaba: «Qué sabrás tú de cómo soy yo».
Le impresionaron mucho mis cicatrices. Le dije que había tenido un accidente y que no quería hablar de ello.
A Elena, en cambio, hoy, cuando me ve desnuda y pregunta, no sé por qué se me escapa contarle la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Será por la confianza de dos mujeres en pelotas en el vestuario, con esa naturalidad, o porque tiene una mirada firme, de ser muy capaz de encajar cualquier cosa sin despeinarse; es policía, cada día deben de caer sobre ella un montón de tragedias bíblicas y deberá encontrar soluciones inmediatas sin perder los nervios. O yo, que estaba blandurria y cansada y lengualarga por el ejercicio, no sé. No estoy mal. Blandurria y cansada, pero no como para ir corriendo a berrear a casa. Se ha interesado por mis cicatrices y, bueno, por lo que sea, le he volcado el culebrón.
Entonces se le han llenado los ojos de lágrimas y una vez más nos hemos dicho con convicción que todos los hombres son unos cabrones, sin caer en la broma de que, a pesar de todo, los necesitamos, porque no es una broma, o porque no es seguro que los necesitemos, y en algún momento Elena se ha puesto muy seria, casi tenebrosa, con cara de detener a un asesino peligroso, y ha dicho:
—Tendrías que poner un Rodón en tu vida.
—¿Un Rodón?
Se me ha ocurrido que me estaba dando una solución.
—¿No te acuerdas de Rodón? Alexis Rodón. Salió en todos los periódicos, Alexis Rodón, un sargento de los Mossos. Hace tres o cuatro años. ¿No te acuerdas? Detuvo a un criminal, un belga que había secuestrado a una niña y la mató. Rodón fue el primer policía que llegó al lugar de los hechos y agarró al hijopu y le dio la del pulpo. Lo acabaron condenando por torturas y dejó el cuerpo.
Me ha abierto los ojos.
Ahora pienso que, cuando pase lo que pase, si es que pasa, Elena podría recordar que ella me habló de Rodón.
Es posible que sospeche, que me telefonee, oye, Teresa, que quiero hablar contigo. Bueno, está bien. Que hable. Si pasa lo que quiero que pase, entonces ya habrá pasado y la vida será de otro color.
De un color vivo.
Rojo, tal vez.
Pero no negro como ahora.