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5 TERESA OLIVELLA

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Los jueves vienen a comer al restaurante las Salvajes Puentesangil. Alargan la sobremesa para esperarme, yo adelanto mi hora de salida y nos vamos juntas para salvajear un poco. Dicen que me secuestran y que piensan pedir rescate. Son seis mujeres que —según ellas mismas— han superado la crisis de los cuarenta y han salido de la prueba mucho más fuertes y perversas. Tres divorciadas desesperadas, una viuda, una soltera homo y una soltera hetero y promiscua que nunca se ha dejado atrapar. Yo soy la séptima. Los jueves tienen mesa fija en el Figón y beben, ríen y hacen mucho ruido.

Dos de ellas, Pami y Ruth, son amigas íntimas de Blanca y Gonzalo, que a veces se suman a la juerga. En estos casos, él es el único hombre a quien aceptan en el círculo y, con su presencia, el tono de la tarde varía sustancialmente hacia el tedio. No hemos hablado nunca de ello, pero estoy segura de que me adoptaron porque Gonzalo les habló de mi culebrón. Lo estoy viendo mientras se lo decía: «Teresa, la cocinera, que ha pasado una experiencia traumática y está muy baja de moral...». El miércoles siguiente me dijo: «Mañana, hazme un favor: trae la guitarra, que quiero que unas amigas mías oigan tu versión del “No hago otra cosa que pensar en ti” de Serrat». Y lo hice. Cuando ya habían comido y yo había terminado de adecentar la cocina, salí, canté cuatro cancioncillas, conté cuatro chistes, y ellas me incluyeron, de manera automática e incontestable, en el círculo de las Salvajes Puentesangil, así llamadas porque hace muchos años se ve que había una obra de teatro de un tal José Martín Recuerda que se llamaba Las Salvajes en Puente San Gil.

Me dijeron que, después de comer, los jueves iban a jugar al bridge, siempre lo dicen, «las tardes del bridge», como quien dice «las tardes del Ritz», pero pocas veces se sientan a jugar a las cartas porque solo cuatro saben y, si lo hacen, las otras preparamos el café, o el té, y las distraemos bavardeando o guitarreando y cantando a gritos, si se me ha ocurrido llevar la guitarra. Cuentan que inicialmente tenían la intención de encontrarse para salir de excursión los fines de semana, sobre todo para esquiar; pero en la primera salida que hicieron a Masella, se encontraron con un frío espantoso y el suelo cubierto de hielo y dos se rompieron huesos, Sonia, el fémur, y Pami, el cúbito y el radio. Y no volvieron más. Otra vez, antes de conocerme, se animaron a visitar un club de swingers, que se conoce que Mar es asidua; y montaron tal alboroto, con gritos y risas en la oscuridad, que las acabaron echando.

Hoy, 9 de enero, ha sido un jueves como cualquier otro. Han venido las Salvajes, han prolongado su sobremesa, yo he terminado la cocina tan pronto como he podido, muy limpia, en perfecto estado de revista en manos de Delmar, y me he ido con ellas a puentesangilear.

Pero, durante todo el día, y mientras ha durado la tarde del bridge, no he dejado de pensar en Alexis Rodón. ¿Qué debió de hacerle al secuestrador belga? ¿Y que habrá sido de él?

He tenido más prisa que otras veces por regresar a mi madriguera, y no porque ya estuviera harta de risas, ajetreo, compañía y caridad, sino porque necesitaba, con ansia de adicto, sentarme ante el ordenador y continuar interneteando.

«Alexis Rodón», «el caso Jaquelín», «Jaquelín Palobio».

Me cuesta encontrar algo nuevo.

«Aparece el cuerpo de Jaquelín. Los Mossos detienen al asesino. La pequeña murió de miedo».

Leo decenas de versiones muy similares de la misma noticia, muchas de ellas resultado de un descarado copia y pega.

«Cuando los Mossos vieron el cuerpo de Jaquelín, se abalanzaron sobre el detenido y se ensañaron con él».

«La niña desaparecida era hija de un hombre con antecedentes penales y mala fama en el barrio». (¡Vaya! ¡Esto es nuevo!)

Hubo una carta pidiendo rescate. Se identificó el modus operandi de un ciudadano belga llamado Jean Abélard Zouave, que estaba en busca y captura por la Justicia francesa por un caso muy parecido.

«El secuestrador de Jaquelín en todo momento preservó la vida de la niña: la alimentaba tres veces al día y la encerró en una caja para huir de la tentación de abusar de ella».

«El sargento Rodón torturó a Zouave bajo los efectos del alcohol».

«El sargento Alejandro [sic] Rodón, condenado a un año de prisión e inhabilitación para ejercer un cargo público durante dos años. La acusación particular ha dicho que recurrirá la sentencia».

Encuentro otra fotografía de Alexis Rodón. En esta parece la estatua de granito de un hombre alto, ancho de hombros, cuello de toro ceñido por el cuello de cisne de un jersey que le da aspecto de boxeador. Con la mirada penetrante, amenaza a la cámara y al fotógrafo que lo han pillado por sorpresa. Jo, chaval, de buena te has librado: atacar a Alexis Rodón por la espalda es tan peligroso como despertar con un susto a un veterano de Vietnam. Te has jugado la vida.

«Alexis Rodón no contesta a ninguna pregunta». Me gusta que no contribuya al barullo mediático. «Quien calla, otorga», titula un periódico digital.

Los responsables de la policía, en cambio, sí hablaron. Tanto el conseller de Interior como el jefe de la policía. Primero declaraban que «tenían fe absoluta en la honradez de sus hombres que sin duda habían actuado de manera impecable». Luego, cuando se supo que Alexis Rodón tenía antecedentes por uso indebido de la fuerza, o por brutalidad, las declaraciones oficiales variaron:

«Depuraremos responsabilidades, saldrá la verdad».

Los periódicos contrarios a los Mossos d’Esquadra —casi todos— destacaron que tanto el conseller de Interior como el jefe de la policía habían apoyado a un torturador y pidieron clamorosamente sus dimisiones. A partir de aquel momento, se acababan las declaraciones oficiales, y la prensa observaba que el silencio era muy significativo.

«Manifestación antipolicía».

Una fotografía muestra a una chica con una pancarta donde se lee «Rodón asesino». En la manifestación cantaban «Rodón, cabrón, contra el paredón» y «Este policía tortura y asesina».

Finalmente, en medio de un reportaje que parece muy documentado de primera mano, me lo cuentan: Alexis Rodón desnudó al detenido, lo golpeó en la cara con los puños, lo quemó con un cigarrillo y le aplicó descargas eléctricas en los genitales.

Esto me desconcierta, como el tortazo que corta por lo sano un ataque de histeria. Me quedo escacharrada delante del ordenador. Pelipuntada. Me había formado la idea de una persona elemental, primaria e impulsiva que, a la vista del cadáver de Jaquelín, no había podido reprimirse y se había echado sobre el secuestrador descargándole puñetazos y puntapiés. Eso me sugería un hombre sensible, empático con el sufrimiento de la víctima, cegado por su ansia de justicia. «No sabía lo que se hacía». Pero despelotar al detenido, y quemarlo con un pitillo y meterle calambrazos hace pensar, muy al contrario, en una premeditación y un ensañamiento innecesarios, una crueldad y una sangre fría que me hacen estremecer.

Quiero tranquilizarme diciendo que esto de investigar la vida de Rodón no es más que un juego, una manera de conjurar fantasmas, como ir a ver una película de miedo para librarme del pánico de vivir.

Pero no dejo de buscar y buscar, y me dan la una de la madrugada hasta que descubro dónde puedo encontrarlo.

Una de las opciones que me da Google es la página de MonDeMon Diseño Global. Bajo el titular, entre otros nombres, consta el de Alexis Rodón Delgado, jefe de seguridad.

Entro en la página de MonDeMon. «Oficinas centrales». La dirección de paseo de Gracia. A continuación, el staff, los nombres y las fotos de los jefes de diferentes departamentos, que miran al mirón con sonrisa estándar de «Patata» o «Luiiiis». Este es otro Rodón, muy repeinado, de ojos pacientes y dulces, sonrisa irónica y corbata de rayas. Jefe de seguridad que infunde confianza, empatía y simpatía. Puedes ponerte en sus manos sin el menor recelo.

Y bueno, ya está, ahora ya sé quién es Alexis Rodón y dónde encontrarlo.

¿Y qué? ¿Qué vas a hacer con todo esto, Teresa?

La violencia justa

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