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Los derechos, la reconciliación y la posviolencia

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En Latinoamérica, al igual que en lugares como Sudáfrica o Europa del Este, los grupos de inspiración religiosa (ocasionalmente con la participación de líderes de las Iglesias institucionales) que surgieron para articular y defender los derechos, han desempeñado también un papel como agentes en el fin de las dictaduras, mediando treguas, negociando el fin de guerras civiles, preparando y legitimando las comisiones de verdad y reconciliación.[17] Hay que tener cuidado cuando se habla del papel de la “posviolencia”, por ejemplo, en la coordinación de la reconciliación. Aunque las guerras civiles y la violencia política represiva a escala industrial ya no sean parte del escenario, esto no significa que no haya violencia. La violencia de todo tipo perdura y las Iglesias (y sus conceptos operacionales de derechos) han desempeñado diferentes roles en su enfrentamiento. Aunque más fragmentadamente, algunas Iglesias han asumido posiciones basadas en los derechos durante los brotes de violencia relacionados con los conflictos por la tierra (sobre Brasil y Chile, Carter, 2003; French, 2007; Rodríguez, 2009), abuso policial en las ciudades, las drogas y la violencia entre pandillas, problemas de viviendas, particularmente en las ciudades (cf. Stokes, 1995), y la violencia asociada a la migración ilegal (véanse Oscar Martínez, 2013, y el capítulo de Frank-Vitale en este volumen).

Muchas Iglesias institucionales (si no todas) han desempeñado un importante papel en apoyar, aportar personal y legitimar las comisiones de la verdad, y en los esfuerzos por la reconciliación, lo que incluye el pago de reparaciones y ayuda concreta a las víctimas, a sus familiares y a los sobrevivientes, así como en la recuperación de la memoria (Chapman, 2001; Wilde, 2013). Esto ha sucedido en Chile, Guatemala y Perú, aunque, por supuesto, no en Argentina donde las comisiones de la verdad y sus informes fueron refutados e incluso ignorados por la jerarquía. Los que se oponen al apoyo de la Iglesia argumentan a menudo que tales esfuerzos solo revuelven el pasado y algunos —como los obispos católicos de Argentina— reclaman una “historia equilibrada”, donde se legitime a las instituciones militares y policiales en su combate de la subversión (Mallimaci, 2005). No obstante, en general el lenguaje y las organizaciones religiosas han desplegado sus esfuerzos como apoyo.

Cuando Gustavo Gutiérrez escribe acerca del Informe sobre la Comisión Peruana sobre Verdad y Reconciliación, insiste en que ignorar el pasado significa rehusarse a enfrentar un presente que tiene profundas raíces en ese mismo pasado, que bien podría repetirse. Gutiérrez no utiliza el lenguaje de la justicia restaurativa al que dio fama el arzobispo Tutu en la Comisión de Verdad y Reconciliación de África del Sur, pero insiste en que el perdón (acto totalmente libre tomado desde la perspectiva de la fe) debe distinguirse de la sanción justa por los crímenes cometidos. Citando un mandamiento bíblico (Mateo 5,4): “Bienaventurados los que lloran, los que sienten compasión, los que sufren como propios los dolores de otros”, continúa:

Se trata de un gesto que el profeta Isaías presenta con términos bellos y estremecedores: “El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros y alejará de la tierra entera el oprobio de su pueblo. Bienaventurados, felices, los que proceden así.” Al estilo de Lucas, y para una mejor comprensión del texto profético, podemos decir: “¡Ay de aquellos que un día se presentan ante el Dios de la justicia y la misericordia con los ojos secos!”, porque no supieron compartir su tiempo, su preocupación y sus sentimientos con los que veían pisoteada su dignidad de seres humanos y de hijas e hijos de Dios, con aquellos que han sufrido en el silencio y en el olvido. La Biblia llama a este gesto, consolar. Pero, precisemos, en ella consolar tiene el sentido no sólo de acoger y escuchar, sino también, y sobre todo, de liberar todo lo que provoca una situación inhumana… A esto estamos convidados hoy. Desterrando la verdad del país a partir de la verdad de esas dos horrendas décadas, la comisión nos revela los males frente a los que hemos persistido cerrar los ojos y nos propone mirar lejos para ver mejor, en perspectiva, el camino que tenemos hoy por recorrer… ¿Dejaremos pasar de largo la oportunidad que nos ofrece? De esta reconciliación hablamos. No permitamos que la verdad permanezca escondida, bajo tierra, ella también, en una de esas fosas que han ocultado tantas muertes (Gutiérrez, 2004: 464-465).

Muchas de estas labores son del tipo que legitima acciones o denuncia abusos aunque también hay ejemplos de actos de ayuda legal y económica (French, 2007; Hayner, 2002). A veces escuchamos la frase que dice “es fácil hablar” y sería justo preguntarse qué impacto pueden tener las palabras, en este caso, la transformación del lenguaje de derechos. ¿Acaso las acciones no cuentan más que las palabras? El análisis anterior resalta la estrecha relación entre las palabras y las acciones. Las transformaciones en la religión en América Latina aquí esbozadas y la creación de un nuevo vocabulario moral de derechos han tenido consecuencias tangibles y un impacto de largo alcance en la región. Los derechos humanos están ahora firmemente plasmados en las agendas de todas las instituciones importantes. También se han creado redes de grupos locales de todo tipo (incluyendo los que se dedican a los derechos humanos) que con frecuencia tienen amplias conexiones transnacionales. Esto no significa que no perduren los abusos. Claro que persisten. Sin embargo, ahora ha cobrado realidad una masa organizada e importante que monitorea y denuncia tales abusos (Sikkink, 1993, 2011; Brysk, 2005; Cleary, 2007; Friedman, y Hochstetler, 2002; Perruzzotti, y Smulovitz, 2006).

El vínculo del cambio religioso hacia una comprensión más abarcadora de derechos que se expresa en el lenguaje también se manifiesta en la acción social colectiva a través de una amplia red de movimientos sociales —la sociedad civil— que en la mayoría de los casos simplemente estaba ausente veinte años atrás. Con independencia de las múltiples dificultades encontradas por estos movimientos, y las a menudo exageradas expectativas y esperanzas puestas en ellas, su presencia cambia el escenario social y político, y abren nuevos caminos para la acción y fuentes de liderazgo que apenas ahora están comenzando a hacerse sentir.

Las Iglesias ante la violencia en América Latina

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