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BURBUJAS EN EL CEREBRO

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Según la doctora Lisa Feldman Barrett, neurocientífica y profesora de Psicología en la Universidad Northeastern, en Estados Unidos, las emociones no se encuentran en el cerebro ni en otras partes del cuerpo. El cerebro en sí mismo no dispone físicamente de circuitos emocionales.1

Tras veinticinco años investigando el origen de las emociones con su equipo, llegó a la conclusión de que estas no son sino burbujas en el cerebro, producidas por billones de células cerebrales trabajando juntas.

Esas burbujas construyen todas las emociones que podemos vivir. Según la doctora Barrett, las emociones se forman en el cerebro para interpretar lo que está ocurriendo dentro y fuera de nuestro cuerpo. Con una rapidez fenomenal, claro.

El cerebro es nuestro órgano para interpretar el mundo. Para preservar nuestra supervivencia, está encerrado en su oscuridad y trata de interpretar todos los estímulos que le llegan: su finalidad es predecir qué ocurrirá en el futuro próximo.2

En una caravana de coches en la autopista no hay mucho que predecir, pero nuestro centro de control es vital para reducir la velocidad cuando vemos las luces de freno del coche que tenemos delante. Un portero de fútbol necesita muy buenos reflejos para detener una pelota, y su éxito depende de la agudeza y rapidez con que interpreta las señales del mundo exterior; es decir, qué jugador ha chutado, desde dónde, a qué velocidad, con qué efecto, etc.

Lamentablemente, no somos tan buenos como un portero profesional a la hora de interpretar nuestras emociones desde el amplificador de nuestro cuerpo.

Lisa Feldman Barrett lo ilustra de forma muy divertida en esta anécdota de su libro La vida secreta del cerebro: Cómo se construyen las emociones:3

Cuando estaba en la universidad, un compañero de mi curso de Psicología me pidió que saliéramos. No lo conocía muy bien y no estaba muy dispuesta a aceptar porque, la verdad sea dicha, no me atraía especialmente, pero ese día había estado encerrada demasiado tiempo en el laboratorio y le dije que sí. Mientras estábamos sentados en una cafetería, para mi sorpresa, sentí que me sonrojaba varias veces mientras hablábamos. Notaba un aleteo en el estómago y me empezó a costar concentrarme. Vale, admití, me había equivocado. Estaba claro que me sentía atraída por él. Nos separamos una hora más tarde —tras haber acordado que volveríamos a salir— y me fui a casa intrigada. Entré en mi piso, dejé caer las llaves al suelo, vomité y me pasé los siete días siguientes en cama con gripe. […]

Cuando creía sentir atracción […] en realidad tenía la gripe, fue un error de atribución, como también lo hubiera sido ver una abeja en un conjunto de manchas. El virus de la gripe en mi sangre contribuyó a la fiebre y al sofoco, y mi cerebro creó un significado a partir de las sensaciones en el contexto de una cita para tomar algo, construyendo así una sensación de auténtica atracción, del mismo modo que el cerebro construye cualquier otro estado mental.

Para evitar esta clase de confusión, el Mindfulness nos invita a dar un paso atrás en nuestra experiencia inmediata, observando las señales del cuerpo con el objeto de entender cómo nos sentimos.

Este conocimiento nos empodera, ya que nos convierte en dueños de nuestras emociones. Pero aún falta algo para comprender lo que nos hace humanos.

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