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1 EL GRAN MAESTRO AL QUE NADIE QUIERE

Convierte tus heridas en sabiduría.

OPRAH WINFREY

Es realmente extraordinario que algo tan frágil y vulnerable como el cuerpo humano haya conseguido sobrevivir a lo largo de la evolución. Si consideramos el poco tiempo que podemos pasar sin agua —máximo cuatro días—, sin comer —cuarenta días—, o que tras 72 horas sin dormir se puede perder el oído y la visión, además de poner en peligro nuestra vida, estamos en desventaja frente a otras especies.

Nuestro cuerpo es una máquina maravillosa, siempre que le procuremos los cuidados y el mantenimiento que requiere. Sin embargo, nada desatendemos más que lo que sustenta nuestra vida.

Si las horas de trabajo no nos alcanzan, se las robamos al sueño. Si estamos demasiado ocupados haciendo algo, nos olvidamos de comer o tiramos de comida basura.

Cuando el cuerpo nos avisa de que algo no va bien, silenciamos la señal tomando analgésicos o buscamos cualquier otro medio de adormecerlo. Pero apagar artificialmente la alarma natural que llevamos incorporada es altamente peligroso, como veremos a continuación.

MATAR AL MENSAJERO

Este fue el caso recogido por la prensa norteamericana hace unos años. Austin, un trabajador de Sacramento a punto de ser padre, ingresó en el hospital con una hemorragia cerebral.

Cuando su mujer logró llegar, lo encontró en coma. Según las pruebas de toxicología, los médicos determinaron que la hemorragia se había producido por un consumo continuado y excesivo de bebidas energéticas.

El paciente salió del coma, pero tuvo que ser sometido a varias operaciones que dejarían graves secuelas en Austin, que en los reportajes aparecía en silla de ruedas besando al bebé. Su esposa contaba que él se había acostumbrado a tomar bebidas energéticas en grandes cantidades cuando empezó a hacer horas extras en su trabajo, además de tener que realizar largos desplazamientos en coche.

Sin duda Austin había pasado meses apagando la alarma del descanso, lo cual tuvo resultados funestos.

Sin llegar a estos extremos, hay una tendencia generalizada a manipular nuestro cuerpo para que deje de informar, lo que equivale a matar al mensajero.

Tomar estimulantes del sistema nervioso como la cafeína, o recurrir a los analgésicos —muchos de los cuales también contienen cafeína— para dejar de sentir fatiga o dolor, silencia las señales que el cuerpo nos manda, porque queremos seguir a lo nuestro… hasta que se hunde todo el sistema.

UN AMIGO LLAMADO DOLOR

Cuando estamos muy cansados o de algún modo estamos poniendo en peligro nuestro cuerpo, este nos manda señales de auxilio a través del dolor. A nadie le gusta sentirlo, pero viene con nuestro kit de supervivencia para evitar males mayores, siempre que le prestemos atención.

Podemos padecer dolor de cabeza, de espalda, rigidez en el cuello… o estar mareados, sentir que nos falta el aire… Todas estas señales son invitaciones a parar, a concedernos una pausa y a observar nuestro cuerpo para plantearnos un cambio por el bien de nuestra salud. Sin duda, en la vida todos lo hacemos lo mejor que podemos, pero a veces las cosas salen peor de lo que quisiéramos. Sobre todo con nuestra salud.

Al igual que cuando un coche empieza a fallar o hace ruidos raros lo llevamos al taller, porque no queremos quedarnos tirados en la carretera, merece la pena escuchar los mensajes de dolor. El dolor es nuestro amigo, nuestro mejor aliado, ya que busca nuestra supervivencia, corregir lo que hacemos mal para prolongar la vida del organismo.

Lo que nos está sucediendo no es un castigo, aunque muchas veces lo vivamos como tal, sino un mensaje que no deseamos recibir.

Estamos ante un maestro al que nadie quiere.

PERO… ¿QUÉ ES EL DOLOR?

Los últimos estudios en neurociencia demuestran que el dolor es difícil de medir, ya que se trata de una sensación generada por el cerebro. Además, no existe un único centro de dolor, sino que este tiene su origen en diversos componentes biológicos y psicológicos.

Al menos sí hemos podido clasificar los dolores en dos categorías principales.

Existen los dolores musculo-esqueletales, también conocidos como dolores nocioceptivos, que por lo general se alivian cambiando de postura. A esta categoría pertenecen las lesiones musculares.

En segundo lugar, están los dolores cuyo origen reside en un daño sufrido por el propio sistema nervioso: estos se denominan dolores neuropáticos, y los encontramos en los efectos secundarios de la quimioterapia, en los estragos causados por el alcoholismo o en enfermedades degenerativas como la esclerosis múltiple.

Cuando sufrimos un dolor crónico, sin embargo, muchas veces no tiene un solo origen. Como dice el terapeuta e investigador canadiense Paul Ingraham, «la causa del dolor es siempre multifactorial».

Para empezar, es una señal de un tejido que insta al cerebro a actuar para proteger el organismo. Sin embargo, como nuestra percepción está influida por nuestro sistema de creencias, el dolor que experimentamos también puede menguar o aumentar en función de nuestras ideas preconcebidas, de nuestras emociones o de nuestras memorias anteriores.

Cuando se dispara la alarma, el sistema nervioso envía la señal al cerebro a través de los neurotransmisores para notificar el peligro. En última instancia, es nuestro cerebro el que decide si hay peligro o no, y si lo hay, cuál es su magnitud. Muchas veces la señal se interpreta mal, por defecto —tal vez porque nuestra alarma ha sido silenciada— o por exceso, como veremos en el caso que sigue.

EL HOMBRE QUE SE CLAVÓ UN CLAVO EN EL PIE

Un caso llamativo publicado en el British Medical Journal explicaba lo que le sucedió a un trabajador de la construcción, que llegó a un hospital tras saltar sobre un clavo de 15 centímetros que le atravesó la bota y la planta del pie hasta salir por el otro lado.

La intensidad del dolor era tal que en cuanto llegó al centro médico tuvieron que sedarlo a conciencia, ya que al intentar mover el clavo gritaba de desesperación.

Cuando finalmente lograron sacar el clavo de la bota con sumo cuidado y retirarle el calzado, el personal médico quedó asombrado. El clavo había penetrado entre dos dedos del pie del paciente, que en realidad no había sufrido lesión alguna.

El sistema de alerta del trabajador, a la vista del clavo que había atravesado su bota, produjo señales de intenso dolor para salvar el pie.

Más allá de la peculiaridad del caso, lo que esta historia nos demuestra es que la alarma del cuerpo no siempre se dispara de forma justificada. Llevado al extremo, un sistema nervioso altamente sensible interpreta cualquier señal del cuerpo —palpitaciones, sudor excesivo, una punzada en el corazón— como una situación de gran peligro, que puede condicionar la vida de forma angustiosa.

¿POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE EL DOLOR?

Fuera de las afecciones crónicas, cuando el dolor aparece de forma puntual hay que escucharlo, porque nos transmite importantes mensajes para mejorar nuestra vida… ¡o incluso salvarla!

A pesar de ello, como sucede con el maestro zen que nos golpea con su palo para que recuperemos la postura adecuada, nadie quiere el dolor. Intentamos huir de él, anestesiarlo tanto como sea posible. Y al hacerlo renunciamos a un poderoso aliado para cambiar nuestros hábitos y optimizar nuestra vida, poniendo límites a lo que nos hace daño y favoreciendo la vía al bienestar.

Sin dolor, la vida sería extremadamente peligrosa, como demuestran las personas que padecen CIPA, una enfermedad genética caracterizada por la incapacidad para sentir el dolor. Esto hace que no se den cuenta de que se están quemando, por ejemplo, entre muchas otras situaciones que ponen en peligro su vida.

Así que, demos gracias al dolor por cuidar de nosotros, y seamos discípulos de este Maestro que trata de hacernos evolucionar hacia una vida mejor.

Silenciar su mensaje equivale a ignorar unas necesidades básicas que son imposibles de reconocer desde el neocórtex, la parte más nueva del cerebro, responsable de procesos cognitivos tales como tomar conciencia de lo que está pasando, decidir entre dos opciones, etc. Para comprender lo que sucede en nuestro cuerpo, hemos de bajar del neocórtex y conectar con lo instintivo y emocional. Hablaremos con detalle de todo ello en el siguiente capítulo.

De hecho, la mayor parte de la población vive disociada de su cuerpo. Hemos olvidado cómo tocar, no prestamos atención a nuestras sensaciones corporales, y aun cuando somos conscientes de estas, muchas veces no queremos recibir el mensaje.

Cuando el dolor —no solo el físico, también el emocional— ya se vuelve insoportable, por fin le hacemos caso: solo entonces somos todo ojos y oídos, y queremos arreglar el desaguisado de la forma más rápida posible.

Ahora bien, ¿no sería mejor ir pasando la evaluación continua que nos procura el cuerpo, a través de señales más sutiles, en lugar de jugárnoslo todo a una carta en los exámenes finales?

Según la psicología, hay dos tipos de personalidades: una siempre culpará a su entorno por sentirse mal, sin responsabilizarse de sus actos y actitudes, mientras que la otra es consciente de cómo estos afectan a su salud y a su bienestar. ¿Cuál de ellas es la tuya?

SEMANA 1 - PRÁCTICA TOMA CONCIENCIA DE TU CUERPO

¿Conoces bien tus manos? ¿Y tus pies? ¿Qué te cuentan tus codos? ¿Y tus rodillas?

Esta semana trabajaremos para reconocer las sensaciones físicas que nos manda el cuerpo. En los próximos siete días a partir de hoy, te invito a dedicar 10 minutos cada mañana tras despertarte y 10 minutos antes de acostarte para reconectar con tu cuerpo.

¿Cómo se hace esto? Es evidente que estamos conectados, ¿no?

Pues no siempre. Reconectar con el cuerpo significa sentirlo, y para ello debes estar presente en tu mente, la central receptora de señales, sin preocuparte de otras cosas. Durante estos 10 minutos cada mañana y cada noche, te propongo que guardes el móvil y te acompañes solo de tu cuaderno y un boli.

1 Sentado, haz una secuencia de respiraciones lentas y profundas, contando de 1 a 6 y luego de 6 a 1. Concéntrate en la respiración, pero sin forzarla. Deja que tus pulmones hagan el trabajo, y limítate a sentir cómo el aire acaricia las fosas nasales al entrar y al salir. Haz que cada inspiración dure unos 6 segundos, y cada exhalación otros seis. Cada ciclo de respiración cuenta con una inspiración y una exhalación. Vas a hacer 7 respiraciones.

2 Terminado este ejercicio, frótate las manos, y cuando las notes calientes, tócate suavemente la cara, la cabeza, el cuello, los hombros, los codos, los antebrazos, las manos entre sí. Luego recorre con ellas tu tronco, tu espalda, tus caderas, tus glúteos, la parte superior de los muslos. A continuación baja por ambas piernas, primero una y luego la otra, contactando con tus muslos, rodillas, gemelos y pantorrillas, con los tobillos, con el pie, la planta y los dedos… Durante esta «toma de contacto con tu cuerpo», respirando lenta y serenamente, deja que el cuerpo te hable. El contacto debe ser suave y amoroso, sin juzgar a tu cuerpo, como si tocases a un bebé amado.

3 A continuación anota en tu libreta cualquier sensación corporal que hayas observado: tanto en tus manos como en las distintas partes del cuerpo que has tocado. ¿Qué mensajes te han llegado? Sin juzgar tus sensaciones, anótalo todo: tanto lo que te resultó placentero como aquello que te incomodó.

4 Aparte de las sensaciones físicas, ¿ha sucedido algo más? ¿Cómo te has sentido, más allá del cuerpo? ¿Qué clase de pensamientos y emociones han aflorado? Otra vez, te invito a que anotes todo, sin juzgar, sin filtrar: si lo has sentido, escríbelo. Se trata de llevar todo a la luz de tu conciencia, con una observación benevolente. Así, paso a paso, vas a conocer tu cuerpo.

Durante los próximos 7 días, repite esta rutina al menos 10 minutos por la mañana y diez por la noche.

Reconecta con tu cuerpo

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