Читать книгу Todo sucedió en Roma - Anne Aband - Страница 14
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—¿Qué te parece si hacemos una fiesta para celebrar que han adoptado a Calígula? ¡Así te animas!
Alicia miró a Renata con tristeza. Se alegraba de que una mujer que vivía a las afueras, en una pequeña casita con jardín y otros perros adoptados, hubiera adoptado al perro, pero lo echaba de menos. Tras varios días seguidos de entrenarlo y conseguir que se comportara, le había tomado cariño y ahora se sentía tristona, pero siempre le pasaba igual con todos los pequeños que entrenaba.
—Sería bonito hacer una fiesta, pero con pocas personas. No me apetece que nuestros caseros protesten. Podemos invitar a Paolo, a Lorenzo y también a Agneta.
—¿Y qué hay del chico del mordisco? ¿Francesco se llamaba?
—Sí, pero apenas lo conozco. Lo he visto corriendo en el parque y hemos hablado dos palabras… no sé.
—Invítalo. Paolo es gay y Lorenzo tiene novia, ¡al menos que haya un soltero!
—¿Quieres ligártelo?
—No, cara, no para mi, ¡para ti!!
—No Renata, ya sabes que tengo un novio en España, y yo…
—A veces eres tan inteligente y a veces tan tonta…
Alicia le miró enfadada. Ella creía en la fidelidad. Y esperaba que la relación con Jorge pronto volviera a ser como antes. Tal vez ahora estaban un poco separados, pero de vez en cuando se llamaban y se enviaban mensajes. Al menos una vez a la semana.
—Que te envíes un mensaje a la semana no significa que tengas una relación.
—Mala befana, me estabas leyendo el pensamiento…
Renata se rio alegremente. Y levantándose tomó el móvil de Alicia y comenzó a enviar mensajes.
—Bien, tenemos a Paolo y Lorenzo que vendrá con Eva. Agneta supongo que vendrá sola porque ha roto con su novio. Y podemos decirle a tu primo que se pase con su esposa. Y Francesco, claro.
—Está bien… tú ganas. Pero no insistiré. Si viene a la primera, bien. ¿Este viernes?
—Sí.
Renata se sentía feliz por la chica. En solo unas semanas la había llegado a apreciar como si fuera su hermana. En verdad nunca había tenido una amiga en la que confiar, y aunque no le había contado nada sobre ella, sobre su pasado y su familia real, sentía que podía contarle cualquier cosa. «No, cualquier cosa no. No puedo contarle que soy la heredera de una de las mayores fortunas de Italia y que tengo una cuenta en el banco con seis o siete cifras, además de casas y coches. Pensaría que le estoy tomando el pelo, o que estoy mal de la cabeza. No, no puedo decirle.» Sí que habían hablado de su pérdida, de cómo amaba a su hermano, de su infancia, de lo unidos que estaban, y de las relaciones con sus padres, pero sin decir quienes eran.
Al menos mientras viviera con ella, además de descansar y recuperarse, intentaría hacer todo lo posible para hacerla feliz y para que encontrara una pareja que le hiciera disfrutar de la vida. Ese era su nuevo objetivo en la vida y estaba feliz porque por primera se estaba ocupando más de alguien que de ella misma.
Renata salió rápida de casa, iría a comprar al mercado un poco de todo. Había conseguido convencer a su compañera de piso que ella correría con todos los gastos. Claro, ella no sabía que tenía dinero de sobra. Además del efectivo con el que salió del hospital, había sacado algo del banco. Sólo por si acaso. Y seguramente más de lo que Alicia ganaría en un año, se sentía algo incómoda por eso.
La mañana estaba fresca a pesar de estar a finales de julio. Bajó alegre las escaleras saludando a los caseros que regresaban de su paseo matutino. Paolo estaba abriendo la puerta de la casa de al lado, donde vivía alquilado también, junto con un chico moreno.
—Ciao Renny, ¿qué tal estás?
—Ciao Paolo. Voy a comprar. Mañana tenemos fiesta en casa de Alicia. ¿Te vienes?
—Sí, claro. Mira te presento a Gio, mi nuevo compañero de piso.
—Tanto gusto. —Gio se inclinó educadamente.
—Gio, vente a la fiesta así conoces a tus vecinos. ¡El viernes a las ocho!
—Bueno, no te sientas obligada, no hay problema, yo me quedo en casa y…
—De eso nada, ven a la fiesta. Seremos poquitos y nos conoceremos. ¿Alguna alergia o manía a la hora de comer?
—Ninguna.
—Perfecto. Nos vemos entonces el viernes.
Paolo sonrió a su vecina. Estaba muy contento porque ayer su compañero de piso tuvo que volver a su país de repente y poco más de dos horas despúes de haber colgado el anuncio en Internet, ya había conocido a Giovanni. Un chico joven, abogado, gay, como él, y muy atractivo. Un morenazo con el pelo corto y los ojos rasgados. No muy alto, pero tenía un sex appeal salvaje, de chico malo que le atraía mucho.
«No debería pensar con el pantalón, pero ¡qué más da!»
Gio sonrió, «qué fácil ha sido».