Читать книгу Todo sucedió en Roma - Anne Aband - Страница 7
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Se alquila habitación en Roma. Joven española alquila habitación con baño y derecho a cocina a mujer joven, seria y no fumadora.
Renata leyó el anuncio un par de veces y pensó que era justo lo que necesitaba para salir del agobio de su familia. Después de su estancia en el hospital, se había marchado a un hotel, pensando que estaría mejor tras su última crisis, pero no. La soledad de la lujosa habitación la hacía sentirse triste y miserable.
Tal vez compartir un apartamento con una joven alegre y educada, tal y como ponía en la descripción de su Linkedin, trabajadora y seria, sería un revulsivo hacia su caótica vida de los últimos seis meses.
Además, si era española, y debido a que se había mudado a Roma hace poco tiempo, seguramente no sabría que ella era Renata Baselli, una de las más famosas herederas italianas, y la décima fortuna en Europa. Todo ese dinero no le había causado más que problemas de drogas, anorexia e infelicidad, acompañado del suicidio de su hermano y el divorcio de sus padres. Con solo veintisiete años, había vivido las mejores y peores situaciones que cualquier persona normal podría vivir en toda su vida. Pero ella, al contrario que su hermano, no quería pertenecer al «club de los veintisietes», aún tenía ganas de vivir, y quizá de encontrar un sentido a su existencia.
Ahora mismo su estado era de enfado profundo. Estaba más que harta de todo. Así que buscó el contacto de Alicia, la chica española que acababa de publicar el anuncio y la llamó.
—Ciao —contestó una aterciopelada voz.
—Ciao, me llamo Renny —dijo acortando su nombre por si acaso— y estoy interesada en alquilar tu habitación. No fumo y soy seria —terminó sonriendo. Ahora era seria. Hace unos meses, era el alma de todas las fiestas, hasta su accidente.
—Sí, hola Renny, ¿eres italiana? Hablas muy bien castellano.
—Cierto, he vivido en España una temporada y ahora estoy de paso en Roma y necesitaría un lugar donde alojarme durante unos meses. ¿Sigue libre tu oferta?
—Te doy la dirección y puedes pasar esta misma tarde a ver el lugar. Y hablamos del precio, por supuesto.
Quedaron esa misma tarde. El precio para Renata era tan irrelevante que ni había pensado en ello. Pero para fingir que era quien no era, debería prepararse una historia. Quizá un pasado de dolor, eso no era difícil de disimular. Había perdido mucho peso. Con su casi metro ochenta no llegaba tan apenas a los cincuenta y dos kilos. No se la veía saludable, unas violetas ojeras que no se molestaba en maquillar y su triste mirada no la ayudaban. Parecía desmadejada, aunque no podía disimular su estilo, la clase mamada desde que era bien pequeña y que le salía de natural.
Y eso que ahora se encontraba mejor. Había estado ingresada dos meses, y afortunadamente le habían dado el alta, pero no quiso volver a su casa, a la zona noble de Roma, con su familia, que solo se preocupaba de los escándalos o de lo que pudiera decir la prensa de su díscola hija. Seguro que la mantendrían encerrada, hasta que ella volviera a salir desesperada por recobrar su libertad e hiciera cualquier tontería de las suyas. Quería acabar con ese círculo cerrado de presión y explosión.
Renata tomó un taxi para acercarse a la dirección que le dio Alicia. Era una casa unifamiliar de tres plantas en un barrio bonito, que ella no conocía. Uno de esos barrios bohemios donde múltiples talleres artesanos y pequeñas tiendecitas se instalaban en los bajos de las casas. Los árboles crecían en pequeños alcorques que parecían muy cuidados, seguramente por los propios vecinos, y el tipo de personas que paseaban por las aceras eran maravillosamente normales, nada estiradas. No te miraban como haciéndote un escáner, para saber si estás mejor o peor que ellas.
Un ambiente alegre a pesar de la sencillez de los coches y las casas, que seguro sería de ayuda para ella.
Una joven alta, casi tanto como ella, morena y de ojos oscuros la esperaba en el pie de la escalera del número treinta y nueve, donde habían quedado. Vestía unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes, lo que dejaba ver sus suaves curvas y su piel canela. Llevaba una coleta alta y una cascada de rizos oscuros le caía por detrás, sobre la espalda. Esperaba que no tuviera problemas en que ella fuera bisexual; de hecho, en los últimos meses había descubierto que se sentía mucho más cómoda y atraída por mujeres que por hombres. De todas formas, su cabeza siempre había estado hecha un lío.
Estuvo enamorada de un compañero de clase durante muchos años, hasta que sus padres se encargaron de que le dejara. No era de una buena familia, según ellos. Así que desde los diecinueve se dedicó a relacionarse con todo tipo de hombres y mujeres. Con muchos de ellos se sintió utilizada, y, sin embargo, las mujeres siempre se portaron bien con ella.
Vamos, lo que era estar confusa acerca de ella y su sexualidad. Y, sobre todo, acerca de los afectos. Creía que excepto su madre, su tía y, por supuesto, su querido hermano nadie la había querido de verdad. Una lágrima estuvo a punto de salir pensando en su hermano. Se contuvo pues ya llegaba.
La casa era de color rojo burdeos con los marcos de las ventanas claras, y con unos cuantos años a sus espaldas. Tenía unos bonitos maceteros a ambos lados de la puerta principal, con unos arbolitos enanos, que parecían naranjos. Cuando florecieran, el olor a azahar que desprendería por toda la calle sería toda una delicia. Le recordó cuando viajó a España, a Valencia, donde la mayoría de las calles tenían naranjos en las calles. Aunque en realidad, poco pudo ver de esa hermosa ciudad. Casi todo el tiempo lo pasó borracha y en los bares donde había marcha y desenfreno.
Renata se acercó a la joven, que se quedó bastante sorprendida. No esperaba encontrar a una belleza italiana con cuerpo de modelo, aunque con el pelo rapado casi al cero y de color tan rubio que parecía casi blanco. Llevaba unas gafas de sol enormes y un vestido de seda ligero estampado con unas flores suaves. Unas sandalias abiertas dejaban ver unos pies cuidados y largos.
La sonrisa de Renata deslumbró a Alicia que se quedó casi sin palabras. Siempre hacía ese efecto en los demás sin poder evitarlo.
Alicia le dio dos besos al estilo español y la hizo pasar, subiendo las cuatro escaleras de la entrada. En la casita unifamiliar, en el piso de abajo, vivían los dueños, un matrimonio alemán jubilado que se habían ido a vivir a Roma a disfrutar del buen tiempo y de la riqueza cultural de la capital italiana. Alquilaban a chicos o chicas extranjeros el segundo piso, tanto por el pequeño extra que les suponía como por la compañía de los jóvenes, que tanto apreciaban. Alicia llevaba con ellos cinco meses, junto con una compañera de trabajo que le ayudaba el alquiler, pero se volvió a España para casarse y ella no podía afrontar sola el alquiler.
—El piso de arriba es un apartamento completo —explicaba la española —hay dos habitaciones y dos baños, uno para cada persona. La cocina y el salón son comunes. Tienes televisión y wi-fi en tu habitación. Y como yo trabajo durante el día, el piso sería solo para ti. Además, cada habitación puede cerrarse con llave, así que puedes tener tu intimidad.
—Es bonito, desde luego —dijo Renata.
Nada que ver con los lugares donde había vivido hasta ahora. Todo el apartamento era como su habitación, sin contar el vestidor y el baño, pero se veía limpio, sencillo y la chica era encantadora.
—Trescientos cincuenta euros —le estaba diciendo Alicia —¿te va bien?
—Sí, me va bien. Si me aceptas, me mudaría hoy mismo. No fumo y ahora mismo no trabajo. Bueno, en realidad soy escritora —contestó Renata pensando que justamente era lo que siempre había querido hacer.
—Bien, podemos probar a ver si congeniamos —dijo la española— si nos llevamos bien, quiero decir —explicó ante la extrañeza de la palabra usada.
Renata hablaba español con un delicado acento, aunque algunas palabras se le escapaban. Se dieron la mano y la italiana volvió al hotel a buscar su portátil y las dos maletas con las que se había ido del hospital, hace ya tres semanas.
Sería todo un cambio; pero casi lo estaba deseando. La chica era vegetariana como ella y se le veía una persona tranquila, serena, lo que necesitaba con verdadera intensidad. Ojalá se aburriese mucho. Además, el acogedor salón estaba lleno de libros en varios idiomas. Se sintió libre por primera vez en muchos años.