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4.1 Primera parte. Los adversarios de una metafísica actual

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1 Este autor considera que los filósofos de sus tiempos permanecen en la estela del idealismo y del empirismo y no se liberan de los conceptos adquiridos tradicionalmente: «La fuerza de unos hábitos de pensar fijados a los largo de una tradición» (loc. cit., p. 1). Hartmann se coloca en el clima posidealista, dispuesto a replantear el problema del ser. Cree que la incertidumbre frente a los problemas metafísicos deriva del «relativismo-historicista», el cual rehúsa plantear los problemas del ser, y que genera escepticismo en relación con la determinación de alguna verdad: «El problema penetra hasta los supuestos tácitos del pensar filosófico» (ibid., p. 2).

2 El relativismo demuestra un cansancio general que rechaza los problemas fundamentales. Las cuestiones metafísicas fundamentales son de naturaleza ontológica. Mientras que hoy el pensamiento se ha vuelto meramente histórico: «Esto hay que hacérselo consciente y mostrarlo de nuevo al pensar actual» (ibid., p. 3). El relativismo ha tenido un efecto paralizador.

3 En los sistemas idealísticos desaparece el problema del ser. Hartmann analiza el ser visto desde estos sistemas, pero nuestro tiempo necesita plantear problemas de fondo. Los filósofos idealistas han contribuido con aportes; por ejemplo, Kant, en Crítica de la razón pura (2010, p. 76), admite la realidad empírica y la declara un ideal trascendental. Se construye una metafísica sobre las preguntas por el ser, pero las respuestas son muy diferentes. Se declara que el fenómeno es pura apariencia; se crea un idealismo lógico. Incluso así, todos deberían explicar la «apariencia del ser», pero sus explicaciones resultan artificiosas: «Ni siquiera el más extremado subjetivismo puede menos de explicar la “apariencia” del ser» (loc. cit., p. 5). Desprecian el peso de la cuestión del ser, y tienen que pagar la arrogancia con un íntimo quebranto. El escepticismo tampoco puede escapar a tratar de lo real, justo al mostrar que es cuestionable: «Un pensar teorético que no sea ontológico no lo hay en forma alguna. Es patentemente la forma del pensar el solo “pensar algo”; no el poder pensar “nada”» (ibid., p. 5).

4 Hartmann condena tanto el pragmatismo como el historicismo, porque sus teorías se «anulan a sí mismas», «declarando imposible el sentido riguroso de lo verdadero y lo falso». Reducen la verdad a las condiciones de un época, y no a la verdad misma. Siempre que hay verdad se necesita «dar exactamente en el ente». Se admite la realidad del espíritu, pero este pertenece al mundo real del cual se afirma la relatividad; entonces, o se elimina el espíritu o se elimina la relatividad.

5 También las ciencias naturales. Al ser sus fundamentos de orden matemático, la exactitud de la ciencia tiene su raíz en lo matemático. Pero, «todo lo cuantitativamente determinado es cantidad de “algo”» (ibid, p. 7). Hay ciertos supuestos de las medidas matemáticas que permanecen estables: «Estos supuestos lo mismo si se trata de densidad, la presión, el trabajo, el peso, la duración, que de la longitud espacial, permanecen en cuanto tales idénticos en medio de la multiplicidad cuantitativa» (idem). Detrás de esto hay una serie de sustratos categoriales básicos, que no son apresables cuantitativamente. Lo mismo dígase del cálculo de la teoría de la relatividad, que al partir de lo cuantitativo, tropieza con los fundamentos ónticos no cuantitativos.

6 También la vida biológica plantea problemas de metafísica: «Desde antiguo impera en la filosofía de lo orgánico la concepción teleológica de lo viviente» (ibid., p. 9). Cada día es más evidente que los procesos biológicos tienden hacia un fin. La interpretación mecanicística de los fenómenos de la vida choca en contra de una realidad compleja y ordenada que no puede ser explicada por causas meramente materiales.En los procesos vitales hay algo que permanece inaccesible e irracional: un resto de problema metafísico, a la par irrecusable e insoluble. Hay una conciencia de lo orgánico que lo hace perfectamente comprensible: es la conciencia inmediata de la propia vitalidad, y una conciencia de la vida ajena. Si esto basta para la vida diaria, no basta para comprender sus esencias. El individuo se encuentra entre la comprensión teleológica de su propio finalismo interno y la causalidad de los objetos y movimientos que lo rodean: «Aquí se abre el gran vacío de nuestro conocer: no conocemos el tipo de determinación peculiar del proceso vital» (ibid, p. 10).

7 Aún en el movimiento de la vida psíquica se dan problemas metafísicos. La psicología científica se abandona a la engañosa certeza de una pura ciencia de «hechos». Se trata de descubrir el ser de la realidad psíquica, y no las reacciones particulares de determinadas circunstancias. Lo metafísico del problema fundamental sigue en pie. No hay dudas de que existe una vida psíquica que transcurre paralela o contemporánea con la vida de los sentidos y los sucesos del mundo, y no se confunde con la conciencia. ¿Qué realidad presentan los actos psíquicos? Por una parte, es tan real como el físico; por otra, no posee la misma definición y es independiente de sus condiciones. Entonces, surge la cuestión ontológica para apresar dicha realidad.

8 Hoy se reconoce fácilmente la realidad del espíritu. No es ningún secreto que el mundo del espíritu constituye una esfera especial superior a la vida psíquica. La vida del espíritu no está ligada al individuo, sino que pertenece a la esfera espiritual dentro de la cual uno se educa, que es una esfera común: de instituciones, convicciones, valoraciones, tendencias juicios y prejuicios, saberes y errores, formas de vida y de expresión. Al tratarse de las ciencias del espíritu, este no se ciñe nunca a la singularidad de una sola persona. El espíritu está vinculado con la historia, pero con su evolución y cambio, su variedad y tendencias, es algo real que surge y desaparece. No basta con comprender que es un modo de la realidad espiritual, ya que es una realidad que escapa a nuestras consideraciones históricas. Por ejemplo, Hegel habla de un espíritu objetivo, pero no da las razones profundas de su ser, a pesar de que se trata de objetos muy conocidos: el lenguaje, el derecho, las costumbres, el ethos, el arte, la religión, la ciencia... plantea la interrogante de su verdad esencial, su raíz.

9 El mismo pensamiento lógico de la mente, con sus necesarias conexiones, plantea una interrogante acerca de su propio ser. En la lógica se comprende el poder reflexivo de la mente, el juicio que afirma o niega, el proceso deductivo que va de las causas a las consecuencias, los razonamientos correctos e incorrectos: ¿cómo se relaciona la capacidad lógica con la comprensión de otras personas?, ¿cómo posee una validez que transciende la conciencia? Si a esta esfera se le llama «esfera lógica», se suscita la cuestión de, ¿qué clase de esfera es?, ¿cómo se relaciona con la realidad de las cosas materiales y con los pensamientos de la mente? No se refiere al espíritu objetivo que es vinculado con el proceso histórico; mientras, la lógica es absoluta e independiente en su generalidad. La cuestión acerca de la lógica es análoga a la cuestión acerca de las demás ciencias y sus fundamentos ontológicos, solo que aquí se trata de un nuevo tipo de ser que habrá que examinar: Leyes como la contradicción, del tercio excluso, leyes de la subsunción, de la tabla de los juicios, de las figuras y modos del silogismo, podrían ser meras leyes del pensar sin nada análogo en el mundo real, referida a cual es verdadera o falsa una conclusión (ibid., p. 15). Entonces las leyes lógicas necesitan ser leyes generales del ser. Con esto se evidencia que las leyes lógicas crean un problema ontológico.

10 Eliminada la metafísica, se ha empobrecido la teoría del conocimiento, la cual se ha puesto a la dependencia de las categorías a priori, de modo que queda eliminada la realidad del objeto. Kant todavía esperaba dar una fundamentación a la metafísica y hacerla posible. Las categorías de la experiencia serían categorías de los «objetos», tendrían validez objetiva en una identidad que abarcaba sujeto y objeto. Esta solución señala una condición metafísica fundamental; por esto, Kant conserva la relación de trascendencia implícita en los datos sensibles. Los filósofos siguientes no conservaron esta presencia del objeto en el conocimiento, con lo cual quedó eliminado el ser de su teoría epistemológica. Entre los pensadores que se nombran como psicólogos, se cuentan algunos que sí involucran el objeto y la trascendencia del pensamiento hacia el ser. Kant sostiene que como se acepta un sujeto para la conciencia (no hay objeto del conocimiento sin un sujeto del conocimiento), debe aceptarse también un sujeto para las cosas materiales, en la medida en que existen independientemente de nuestro pensamiento. Pero esto elimina la teoría del conocimiento: «Se pierde la distinción entre la posibilidad de que el todo del contenido de conciencia coincida con su objeto total del mundo del ente, y la posibilidad de que no coincida. Pero precisamente este coincidir y no coincidir es el sentido propio de la verdad y del error» (p. 18). Sin recurso al ser, se destruye por tanto el mismo conocimiento, y queda eliminada su razón de ser.

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