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4.3 Tercera parte. Temas y problemas particulares de la metafísica

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1 El marco de los problemas de la metafísica no es determinado estrictamente por un solo dominio. De un modo opuesto, se expande por todo el ámbito de la investigación filosófica y se entrelaza con muchos de los problemas específicos de la filosofía. Ya no existe un campo perfectamente deslindado como en la tradición metafísica antigua, que comprendía seres como Dios, la naturaleza y el alma humana. Hoy, los problemas metafísicos se encuentran en toda la gama de preguntas que ser refieren al ser en cuanto «es»; han caído sus límites, pero no ha desaparecido el problema. El punto de encuentro de todos estos problemas es su fundamentación en la experiencia, que reúne tanto lo sensible como lo inteligible, lo emocional como lo histórico: «Penden de todo lo experimentable, acompañan a lo cognoscible en todos los dominios» (ibid., p. 31). Tales problemas tampoco son solubles hasta el fin, dado el carácter progresivo de nuestras experiencias y conocimientos: «Por esta causa, subsisten en medio de todos los progresos del conocimiento» (idem). Se trata de los hechos fundamentales de los cuales depende nuestra vida y que son los que dan valor a nuestro modo de ser: son los enigmas que nos presenta el mismo mundo en el que vivimos y que nos esforzamos por comprender. Además, forman una serie de problemas relacionados entre sí, un marco que abarca las varias opciones, hacia las que se orienta el quehacer del hombre.

2 La metafísica abarca constantemente problemas del ser, aunque puede orientarse a problemas específicos que no implican una existencia real. De todos modos, la formulación de un problema encierra ya de por sí cierto grado de racionalidad que orienta hacia su solución: «Siempre encontramos ligado lo desconocido a lo conocido, lo incognoscible a lo cognoscible» (ibid., p. 32). Lo importante es encontrar los métodos apropiados para tratar estos problemas. Con esto se encuentra una justificación del esfuerzo necesario para elaborar una ontología. El fundamento mismo de la ontología, la presencia del ser en la experiencia ya posee en sí un aspecto racional y todo lo de la vida que cuestiona la racionalidad misma. Ambos aspectos deberán concurrir en la investigación metafísica: lo discursivo y lo reflexivo que elabora los datos experimentales, y lo intuitivo que penetra hacia lo más profundo y novedoso del ser. Esto significa el título de disciplina fundamental que se le ha dado a esta investigación.

3 Con esto se justifica la idea de una nueva «filosofía primera». No es que esta posea una unidad de contenido sistemático que la identifique como disciplina, sino que los sistemas organizados, en la filosofía moderna, se han derrumbado y no se pretende sustituirlos con otro sistema. Esto no nos dispensa de conservar una coherencia metodológica que ofrezca credibilidad a todos los desarrollos ulteriores de los descubrimientos metafísicos: «Esto, justamente, es misión de la ontología: ir arrancando al mundo el secreto de su unidad» (ibid., p. 35). En cuanto a la relación entre ontología y metafísica, queda bastante claro que la ontología ha sido siempre la base de la metafísica. La metafísica encuentra su fundamento en el ser, aunque sus problemas puedan moverse en un horizonte más amplio y especulativo que el mismo ser. La unidad que aquí se busca no debe necesariamente tener la forma de un primer principio, ni mucho menos de un absoluto. Puede conservar toda la heterogeneidad, que es propia de la vida misma, que se da en forma inmediata y sorprendente en la experiencia: «La unidad del ser del mundo puede tener también otras formas, por ejemplo, la de una conexión, de un orden, de un conjunto de leyes o de una dependencia múltiple, en sí».

4 Comparación entre la filosofía primera y una filosofía última. Como se ha visto, el único camino es el de partir de datos inmediatos, y no de principios o supuestos teóricos. Hay que ir al encuentro de la realidad, aunque sea parcial y secundaria. Solo desde este fundamento se puede esperar una elevación hasta principios válidos, generalmente con el carácter de un valor científico. Los fenómenos dados son los encargados de revelar los principios que se buscan. Nada extraño que estos «estén no menos encubiertos por estos últimos, escondidos tras de ellos» (ibid., p. 37). Aquí está la razón por la cual no pueda mantenerse la antigua ontología. Aquella procedía deductivamente de principios con la pretensión de esbozar la armazón del ser del mundo, al partir de unos pocos principios evidentes por adelantado: por ejemplo, los principios de contradicción y el del tercer excluido como medios de demostración. Para nosotros, el conocimiento del ser avanza de lo secundario a lo primario, sin olvidar que lo secundario es el fundamento, mientras lo primario no deja de ser una expresión racional y generalmente abstracta de lo que es concreto y posiblemente no «racionalizable».

5 ¿Cómo formular, pues, los resultados del encuentro? Los conocimientos, sean estos conceptos elaborados por la mente o abstracciones de conocimientos particulares, deberán siempre ser expresados en el lenguaje corriente. Las expresiones que comunican estos resultados serán necesariamente sintéticas y a menudo oscuras, como muestran ser los conocimientos que pretenden expresar. Esto impone la necesidad de divisiones y subdivisiones que podrían dar la apariencia de un procedimiento deductivo apriorístico. Esta apariencia no es totalmente evitable. A menudo la exposición deberá utilizar un camino accesible psicológicamente: entonces, la ratio essendi no coincide con la ratio cognoscendi. Aun si se trata de adherir al ser existente, deben utilizarse categorías de la mente, elaboradas genéricamente: «Tiene pues la exposición cierta libertad frente al camino del conocimiento, no de otra forma de la que tiene este frente al orden del ser».

6 En la comparación entre las ontologías nueva y la antigua, se hacen valer algunos de los antiguos temas; sin embargo, es necesario, en primer lugar, hacer referencia a los problemas actuales y a la ciencia actual. Con esto, Hartmann queda todavía anclado al orden tradicional de los temas generales del ser y de los temas específicos, como un orden: «Arraigado inmutablemente en los fenómenos fundamentales, independientemente de las mudanzas en la manera de plantear y atacar un problema» (ibid., p. 41). Y esta es también la razón por la cual no podremos hoy seguirlo en el mismo orden.

Para terminar esta sección, de las cuatro lecturas anteriores se han descubierto valores y propiedades del «ser», sin encontrar un camino organizado para la construcción sistemática de la ontología. Ahora, abramos el horizonte hacia una ontología fenomenológica: primero, seguir un modelo análogo en Gabriel Marcel; luego, aplicar el «método» con todo su rigor y fuerza constructiva, en un encuentro directo.

11. Véase Obras completas (2011).

12. Véase Philosophia practica universalis, mathematica methodo conscripta (1703).

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