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1.2 El problema ontológico: ¿ser o ente?

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Como se vio en nuestra introducción, se da la duplicidad de significado en el «es», tanto en la pregunta como en la respuesta. Marcel, en Ser y tener (1995), busca la definición de otras dos palabras: el ser y el ente. En el uso corriente del español, el «ente» se toma como nombre, y nombra un objeto concreto. Posee la ventaja de reflejar la palabra latina ens. Al contrario, el «ser» puede hacer el papel de verbo y de nombre (anfibología). Por ejemplo: es un ser interesante, es un insoportable, es un ser adorable, etc. En este caso, se usa claramente como un «ente», un nombre que nombra. Pero el uso más corriente de «ser» es el de emplearlo como verbo, tal como sucede en: «ha dejado de ser»; «las características de su ser entre nosotros». Este sentido corresponde al esse latino, que generalmente significa «existir», con sus propios modos de darse particulares (loc. cit., p. 58).

1 Al intentar ir más allá de la gramática, de la palabra al significado, el «ser» se presenta con ciertos caracteres: «La reflexión filosófica más elemental basta para mostrarnos que “ser” no puede ser una propiedad, puesto que hace posible la existencia de una propiedad cualquiera» (ibid., p. 217). Se trata, por tanto, de una raíz sin la cual no puede concebirse ninguna propiedad. Esto no lo coloca más allá de las propiedades o como un desnudo ser que deba ser revestido. El origen de las confusiones no es solo la indisciplina lingüística, sino más bien, deriva del ser mismo (ser y ente) en el cual las distinciones, aunque sean reales, no siempre pueden expresarse con toda fidelidad. Ser (como esse) dice propiamente el acto de existir individual, presente, en su unicidad particular de modo de ser, lo cual implica, es cierto, este principio particular y único, pero también sus propiedades y contenidos inteligibles que lo acompañan sin confundirse con el mismo. La prioridad del «ser» sobre el ente «no» es una prioridad temporal ni gnoseológica, sino sustancial y esencial; en otras palabras, existenciaria.

2 Ya se ha visto anteriormente el carácter del ser en cuanto «es». Y su función, al jugar únicamente el papel de cópula entre dos términos que se identifican, como al afirmar que A es B. Recordemos que en lógica, un predicado afirmativo restringe su alcance de modo particular hasta coincidir con el término, con el argumento. Así, «este» es «Juan» (por cuanto pueden existir miles de Juanes). El término «Juan» en esta frase (predicado afirmativo) se ajusta exclusivamente al valor de «este». Por tanto, la cópula, como se ha dicho antes, tiende a desvanecerse entre los dos términos para dar lugar a la identidad. Marcel indica «que debe establecerse la conexión más íntima entre el ser puro y simple, y el ser de la cópula» (idem). Si digo: «este Juan es inteligente, este pozo es profundo, este canario es amarillo, este martillo es pesado», solo establezco identidades. Además, la experiencia como contexto de mi habla lleva consigo significaciones que la simple gramática ignora. Si llego al mar y afirmo: «¡este océano es inmenso!», no se trata de un simple enunciado lógico, sino de una expresión de la vida que conlleva una apreciación, un sentimiento, una maravilla y una posibilidad, todo concentrado en el «es» que reúne y fusiona dos términos. Igualmente podría exclamar, en la misma circunstancia: «¡Dios es grande!», y tendría el mismo poder de significación múltiple. Hasta podría simplemente decir: «¡Dios es!», y quedarme con la visión, sin saber exactamente hasta dónde llega el sentido de esta afirmación... hasta una gran distancia entre la palabra y lo que uno pretende decir.

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