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Capítulo cuatro

10 DE SEPTIEMBRE DE 1983

En Hawkins, incluso un viaje al supermercado puede resultar complicado.

Sólo estoy aquí para comprar la comida chatarra necesaria para mi reunión de sábado con Kate, pero me quedo atascada en la fila de la caja detrás de una mamá que reconozco de la escuela. La señora Wheeler. Su hija, Nancy, no parece estar con ella, pero viene acompañada por cuatro personitas, y al menos una de ellas es su descendencia. Todos están dando vueltas en lugar de ayudarla, bombardeando el pasillo de los cereales, gritándose cosas crípticas a través de walkie-talkies.

—Está bien, Mike —llama la señora Wheeler en su tono más indulgente—. No seas demasiado salvaje, ¿de acuerdo?

Mike, su extremadamente pálido hijo, le gruñe y huye corriendo.

—Son unos auténticos demonios —admite la señora Whee­ler a la mujer con gesto de abuela que trabaja en la caja, y ambas sueltan una risita.

Qué gran broma.

La señora Wheeler lleva un vestido blanco y tacones altos de color rosa, y su cabello está peinado en una tempestad rubia. Hay una enorme cantidad de comida en su carrito, pero parece que necesita recibir urgentemente una pequeña charla nutricional. Literalmente, no deja de parlotear con la cajera. Habla sobre la nueva señal de alto que pusieron (parece que las pautas de tránsito son un gran problema cuando no tienes otra cosa de que hablar).

Cuando todo está registrado, la mujer voltea. Su fachada se desliza por un segundo, su voz suena más como una sargento de instrucción que una edulcorada mamá de televisión.

—¡Mike! ¡Trae a tus amigos aquí y ayuden con las bolsas!

Su fantasmal hijo responde con un alarido:

—Mamá. ¡Estamos ocupados!

Las manchas de rubor en las mejillas de la mujer se tensan mientras hace muecas.

—Bien, Mike, sólo… ¿se reúnen conmigo afuera?

Mike refunfuña y aprieta un botón de su walkie-talkie.

—Nos encontraremos con la Medusa Rubia afuera.

La señora Wheeler suspira. Luce miserable, pero tiene los dientes trabados en una sonrisa tensa mientras voltea hacia el chico que está empaquetando sus compras.

—¿Podemos darnos prisa, por favor? —le pregunta.

—Lo siento, señora Wheeler.

Ella frunce el ceño y continúa reprendiéndolo, con la sonrisa presente todo el tiempo, porque él no está empacando “como se debe”. La señora Wheeler parece perfectamente cómoda tratando a este joven como su criado, como si de alguna manera estuviera por debajo de ella. Siento como si estuviera observando el orden social de la preparatoria en la vida salvaje. Nada de eso se detiene cuando nos graduamos, no mientras permanezcamos aquí, en Hawkins; simplemente evoluciona, toma nuevas formas.

Cuando la señora Wheeler (por fin) se mueve, dejo caer mis M&M’s y la barra de Milky Way ya un poco derretida en el mostrador, y espero a que la señora de la caja me llame mientras busco en los bolsillos de mi chamarra de mezclilla el cambio.

La señora Wheeler me mira directamente y dice:

—Oh, cariño, ¿sólo dulces? Tienes tanta suerte de no tener que preocuparte por tu figura todavía —alisa la parte delantera de su vestido, mostrando un estómago Jazzercise en verdad tonificado—. Recuerdo haber sido así cuando estaba en la preparatoria. Yo era igual que tú.

Río. No puedo evitarlo.

No hay forma de que la señora Wheeler fuera como yo en la preparatoria. Ella debe haber sido de lo más popular.

—Oh, crees que sólo soy una vieja y tonta mujer —dice, aunque no es ni remotamente vieja—. Pero crecí en Hawkins y puedo asegurarte que esos días de escuela son dorados. Deberías disfrutarlos. Tienes que disfrutar de las cosas… —mira por el aparador de vidrio de la tienda, donde los cuatro pequeños salvajes fingen ser espías— mientras puedas.

¿Qué les sucede a las personas que ya nada disfrutan?, quiero preguntar. ¿Qué tanto empeorará para nosotros? ¿Qué destino horrible tiene preparado este pueblo para cualquiera que no esté en la cima del orden social?

No le pregunto nada de eso, por supuesto.

Dejo un montón de cambio en el mostrador, tomo mis golosinas y corro.


Stranger Things. Robin, la rebelde

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