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Prólogo

8 DE JUNIO DE 1984

Corro tan rápido que los casilleros se vuelven una mera mancha borrosa. Las puntadas en mi abruptamente alterado vestido saltan cuando paso junto a las parejas que salieron de la fiesta para besarse en el oscuro pasillo de los estudiantes de último año. Sus adolescentes caricias por lo general serían razón suficiente para hacerme dar media vuelta y buscar una ruta alternativa, pero en este momento es sólo un asqueroso ruido de fondo.

Esto se siente como una pesadilla que hubiera tenido miles de veces, corriendo por los pasillos de la Preparatoria Hawkins. Pero ni siquiera en los escenarios de mis sueños más extremos había tenido nunca el cabello tan corto. Jamás había usado tanto maquillaje. Y la noche del baile de graduación nunca había sido arrojada a esa mezcla por mi subconsciente.

Estoy casi al final del pasillo de los estudiantes de último año. Ya no hay vuelta atrás. Me dirijo justo al vientre de la bestia de la preparatoria, lo cual es la parte más extraña, porque en mis sueños siempre intento escapar de este lugar. Nunca, nunca entraría voluntariamente.

—¡Alto ahí, señorita Buckley! —grita una voz que suena nasal, quejumbrosa, mezquina y adulta. Una de las enfurecidas madres chaperonas.

—¡Hey! ¡Regresa aquí! ¡Ahora! —esa orden con voz áspera definitivamente salió del alguacil Hopper.

No es una verdadera rebelión a menos que tengas problemas con la autoridad, ¿cierto?

Me pregunto en cuántos problemas me podré haber metido por colarme en la fiesta de graduación y causar unos cuantos daños moderados a la propiedad durante el proceso. ¿Suspensión? ¿Expulsión? ¿Los airados padres de los estudiantes de la Preparatoria Hawkins presentarán cargos por lo que acabo de hacer en el estacionamiento?

Corro más rápido.

Doy vuelta a la esquina y paso junto a los puestos de comida que bordean el pasillo fuera del gimnasio. Alrededor de una docena de personas charlan entre sí, pastan como vacas frente a las bandejas de galletas y papas a la francesa, e intentan averiguar exactamente qué tan intenso está el ponche.

—¡Robin! —el sonido de mi nombre resuena por el pasillo. Dash es el que lo grita ahora. Dash, quien yo creía que era mi amigo.

Necesito frenarlos a él y a todos mis detractores. Así que doy un diminuto rodeo y me arrojo hacia la mesa que contiene alrededor de trescientos litros de ponche (a juzgar por el olor, tan penetrante). Se desborda en cascada y salto hacia delante, evitando lo peor del derrame mientras todos los demás gritan y observan cómo sus atuendos de graduación quedan cubiertos de la pegajosa azúcar química.

Las grandes puertas dobles del gimnasio están a la vista ahora. Desde el interior, puedo escuchar el tenaz ritmo de un éxito de New Wave. ¿Tammy Thompson ya está bailando? ¿Qué pensará cuando me vea irrumpir, salvaje e imprudente, perseguida por la policía local?

¿Qué dirá cuando le cuente cómo me siento?

No hay tiempo para hipótesis.

Empujo las puertas dobles. El baile de graduación me recibe con los sintetizadores salvajes y el olor a sudor y a AquaNet.

—Hey, Tam —digo en un susurro, practicando para el gran momento de aterradora honestidad, cuando le haga saber cómo me he sentido durante todo el año y, al hacerlo, lleve al mismo tiempo esta rebelión a un grado superior—, ¿quieres bailar?

Stranger Things. Robin, la rebelde

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