Читать книгу Stranger Things. Robin, la rebelde - A.R. Capetta - Страница 7
ОглавлениеCapítulo uno
6 DE SEPTIEMBRE DE 1983
La primera clase de Historia del año ni siquiera ha comenzado, pero ya sé exactamente cómo se desarrollará, minuto a minuto, clase a clase. Tengo todo el año académico identificado. Al menos, lo juro, hasta que Tammy Thompson entra.
Algo en ella es diferente.
Quizá sea su cabello. Solía caer lacio y rojo. Ahora es corto, despeinado y más encendido. Podría ser su sonrisa. En el primer año, ella era semipopular y al menos parecía sentirse semibién con eso, pero ahora que somos estudiantes de segundo año, mantiene una sonrisa que dice que está decidida a ganar amigos e influir en las elecciones de la reina del baile de graduación. (No es que podamos ir al baile siendo estudiantes de segundo año, a menos que un estudiante del último nos invite, un acontecimiento tan raro y especial que la gente en esta escuela hablaría de él como si se tratara de un avistamiento de meteoritos.)
Tal vez sea el hecho de que cuando la veo, la música se infiltra en mi cerebro.
Música suave y desagradable.
Espera. Mi cerebro nunca reproduciría a Hall and Oates. Me giro en mi silla y comprendo que Ned Wright está en la parte de atrás del salón, con una radiograbadora portátil en el hombro. Le baja el volumen para que la señora Click —que se encuentra sentada frente a su escritorio, ignorándonos como toda una profesional y actuando como si no existiéramos hasta que suene la campana— no la confisque. Cuando comience la clase, la deslizará debajo de su escritorio y la usará como reposapiés. (Ha estado haciendo esto desde octavo grado. También es un profesional.) Por ahora, Tammy Thompson está paseando por el salón en una nube de “Kiss on My List” y con… algo con aroma a frambuesa. ¿Perfume? ¿Champú? Sea lo que sea, me recuerda a las calcomanías que desprenden olor cuando las rascas, y que coleccionaba con absoluto fervor cuando estaba en secundaria.
Se desliza en un asiento y sus amigas la saludan con vibraciones chillonas.
—Oh, Dios mío, tu cabello.
—¿Cómo estuvo la playa, Tam?
¿Tam?
Tal vez ésa sea la diferencia: tiene un nuevo apodo que combina con su nuevo corte de cabello y sus capacidades mejoradas para sonreír.
—Tam —susurro, lo suficientemente bajo para que nadie pueda oírme sobre el alboroto de cómo-estuvo-tu-verano.
La señora Click levanta la mirada. Una mirada siniestra.
Sólo queda un minuto para que comience la clase. Si yo fuera una típica nerd, como pretendo ser, tendría ya una pila de hojas en blanco, impecables e inmaculadas, listas para usar. Ya habría adelantado algunos capítulos de la lectura, para empezar. Todos mis lápices tendrían puntas perfectas, idénticas, aptas para ser usados como armas.
Tal como están las cosas, me sumerjo en mi mochila en el último minuto y hurgo en busca de mi libro de texto de Historia y cualquier cosa que deje una marca en el papel. Hay un cementerio de goma de mascar en la parte de abajo de mi escritorio. Y la permanente de la que dejé que Kate me convenciera justo al final del verano —la que hizo que mi cuero cabelludo hormigueara durante una semana y que todavía hace que mi cabeza huela perpetuamente a huevos recocidos— significa que mi cabello está demasiado esponjado como para que deba tener especial cuidado con el espacio libre que dejo.
Casi estrello mi cabeza contra la parte de abajo del escritorio cuando la escucho que ha comenzado a cantar.
La voz de Tammy se eleva sobre la de… ¿Hall? ¿Oates? Es audaz y dulce y, sí, usa el vibrato tan generosamente como yo la crema de cacahuate en mis sándwiches, pero el punto es que no teme hacerlo. Todos pueden escucharla. Vuelvo de la inmersión profunda en mi mochila y miro a nuestros compañeros de clase, pero a nadie parece importarle que Tam esté cantando ahora con toda su alma en medio del salón, a sólo treinta segundos de que comience la clase. Y a ella no parece importarle que alguien la mire.
¿Cómo se siente eso?
Giro mi lápiz, sintiendo cada uno de los seis bordes en mi dedo.
Y entonces suena la campana, la señora Click se levanta y todo vuelve a su lugar, exactamente como pensé que sería.
Incluso cuando Steve Harrington llega tres minutos y medio tarde, con aspecto de estar perdido, quizá porque su cabello cayó sobre sus ojos y no podía ver los números de los salones de clase. ¿Cómo logra llegar a alguna parte con ese cabello? Parece incluso más largo que el año pasado.
—Hey, mi gente —dice.
Todo el mundo ríe como cuando el público se carcajea ante la frase típica no particularmente divertida del personaje principal en un programa cómico de televisión. Saben que no tienen que hacer eso en la vida real, ¿verdad? Incluso la señora Click le sonríe como si ese cabello pudiera curar el cáncer. Ése es un nivel de popularidad extremo y enrarecido, en el que ni siquiera los profesores pueden tocarte porque eres demasiado valioso socialmente.
Steve se mete en el escritorio junto a Tam.
Ella se pone del color de una frambuesa fresca.
Todo esto es tan ridículo que mi cerebro falla, mis dedos dejan de funcionar y mi lápiz cae al piso de linóleo con un fuerte traqueteo. Me inclino para recogerlo, pero está fuera de mi alcance. Me agacho más y me estiro, pero no consigo alcanzarlo. Cuando por fin lo tengo, me siento tan triunfante que me levanto demasiado rápido y golpeo mi cabeza contra la parte de abajo del escritorio. También conocida como el cementerio de goma de mascar. Mi cabeza pega con fuerza y mi permanente encrespada toca una docena de chicles viejos a la vez. Están tan duros que no se me pegan.
Lo cual es bueno. Y horripilante también.
—Robin, ¿necesitas ir a la enfermería? —la señora Click pregunta con una mirada de lástima mientras reaparezco en la superficie. Su preocupación es conmovedora.
—A menos que la enfermera tenga una máquina del tiempo que me haga retroceder exactamente una hora de clase, no.
—De acuerdo, entonces —dice y comienza su monólogo de la primera clase del año.
Al menos la atención de mis compañeros hacia mí no dura mucho. Y Tam ni siquiera parece haber percibido mi desgracia. (No es que yo hubiera querido que lo hiciera.) Pero me molesta, sólo un poquito, que la razón por la que no se fije en mí es que está demasiado ocupada tarareando “Kiss on My List” mientras mira fijamente a Steve Harrington.