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Capítulo dos

7 DE SEPTIEMBRE DE 1983

Quería pasar por todo mi horario antes de declarar esto abiertamente, pero la verdad es que no estoy impresionada con el segundo año.

—Es como si todos los profesores se hubieran rendido —digo—. Como si colectivamente hubieran decidido que este año constituye la zona muerta de nuestra educación.

Yo soy una de esas personas raras a las que les gusta aprender mientras están en la escuela. O al menos, lo era. Ahora que tengo la sensación escalofriante, fría y cínica de que ninguno de nuestros profesores quiere estar aquí en realidad, es cada vez más difícil preocuparme por ello todo el tiempo.

Milton, Kate y Dash están en la escuela en el plan intenso de alto rendimiento, así que participan en todo. Al comienzo de nuestra primera práctica con la banda, cuando sugiero que el segundo año en realidad ni siquiera cuenta, parecen desconcertados. Milton jadea incluso.

Kate frunce el ceño y se mueve a través de sus listas de música y de prácticas (aunque no lo necesita, porque ha memorizado todo durante meses). Es más baja que yo, bueno, la mayoría de las chicas de nuestro grado lo son, así que no estoy segura de que ésa sea una descripción útil. Kate mide sólo metro y medio, y ni un centímetro más, aunque le gusta decir que su permanente le suma al menos cinco centímetros.

—Si a nuestros profesores no les importa nuestra educación, tendremos que preocuparnos y esforzarnos el doble.

Ésa es Kate. Ella lucha por todo, incluso por abrirse camino hasta ser la primera trompeta de la sección como estudiante de segundo año.

—Todos estamos llegando al punto en el que somos prácticamente más inteligentes que nuestros maestros, de cualquier forma —agrega Dash con una sonrisa.

Dash no trabaja tan duro como Kate. Dash, la abreviatura de Dashiell James Montague, Jr., se sienta en la primera fila en cada clase, pero no toma notas porque afirma que lo retiene todo. Luego, evita tomar un baño el día del examen, saca todo de su cabeza y obtiene una A. Él dice que le encanta aprender, pero que sólo tiene ojos para su promedio general. Además, no parece comprender que omitir su baño el día del examen desconcierta a todos en un radio de tres metros, lo cual no es realmente justo para las personas que lo rodean y que están intentando escribir ensayos coherentes de cinco párrafos.

Ya conoces el tipo.

—Hablando en serio, creo que los cuatro somos más inteligentes que el noventa por ciento de los maestros de esta escuela —afirma Dash.

—Pues no eres lo suficientemente inteligente para comprender que puedo oírte —declara la señorita Genovese sin levantar la vista de su partitura.

—Tiene tan buen oído que asusta —susurra Milton.

—Sí, lo tengo —asiente la señorita Genovese—. Por eso soy la profesora de la banda. También puedo escuchar cada nota incorrecta que tocan —le anuncia al grupo en general—. Y eso me duele. Sus chirridos agudos atormentan mis sueños.

Ella se acerca a ayudar a Ryan Miller en la sección de percusión con sus escuadrones y Dash manotea para indicar que nos acerquemos. Olfateo con cautela. Su cabello castaño parece limpio y desprende un aroma a jabón de pino. No hay exámenes inminentes. Acerco mi silla.

—Los profesores dan miedo en general —susurra—. No creo que estén aquí para enseñarnos. Creo que están aquí para alimentarse de nuestro potencial innato.

—¿Como vampiros? —pregunta Milton. Se lo está tomando demasiado en serio. Pero Milton es muy, muy serio. Y nervioso. Me preocuparía por él, pero él ya se preocupa tanto que tal vez sería redundante.

—Piénsalo. En realidad, no son tan brillantes, se mueven con lentitud por los pasillos, necesitan nuestro cerebro para sobrevivir. Claramente son zombis.

Milton y yo gemimos. Kate suelta una risita nerviosa.

Dash vive en una película de terror desde quinto grado, cuando comprendió que eso lo diferenciaba de los niños que todavía dormían con las luces encendidas. La alegre sensación de superioridad nunca se desvaneció del todo. Si come carne fresca, bebe sangre o acecha en las sombras, cuenta con Dash. Este año vimos El despertar del diablo durante el verano. Un montón de veces. Él recibió una magnífica videocasetera para su último cumpleaños —sí, su propia videocasetera, lo cual es ridículo incluso para los estándares de la gente rica—, y estuvo invitando a todo mundo a sus fiestas de cine, pero sin importar de qué película se jactara, siempre terminábamos viendo El despertar del diablo.

Dejé de ir en algún momento de agosto, fingiendo que mis padres me necesitaban para ayudar más en casa. La verdad era que no podía soportar ver a Kate y Dash acercándose cada vez más el uno a la otra en el sofá, actuando todo el tiempo como si no notaran que sus muslos estaban en curso de colisión.

Eso es otra cosa sobre el segundo año.

En la secundaria, sólo se hablaba de los enamoramientos en el autobús y durante las pijamadas, y las citas eran una novedad. En el primer año de preparatoria, las relaciones se volvieron inevitables. Este año, las cosas se han acelerado hasta convertirse en un absoluto frenesí. Llevamos menos de una semana y ya ha habido una gran cantidad de besos en el pasillo, rupturas dramáticas y declaraciones de amor eterno. La situación es más intensa en la banda de música porque comenzamos las prácticas desde mediados del verano.

Observo rápidamente la habitación. Al menos la mitad de las chicas en el salón de la banda llevan joyería con los nombres de sus novios, que también están en la banda. (Los nerds de la banda salen con las nerds de la banda: es la ley del lugar.) Cuando una pareja lo hace oficial, el chico le da a la chica una pulsera de oro para el tobillo, con los dos nombres grabados en un dije de oro. Sin embargo, la mayoría de las chicas cree que así nadie más podrá ver la evidencia de la devoción de sus novios, por lo que compran cadenas de oro más largas y usan la placa con los nombres alrededor de sus cuellos.

He estado esperando el día en que Dash por fin le entregue una a Kate. (En realidad, Kate ha estado esperando ese día, y yo he estado esperando sólo por proximidad.) Incluso ahora, en este momento, Kate y Dash se están lanzando miraditas en una especie de código Morse.

Pestañas de Dash: Vamos a besuquearnos más tarde.

Pestañas de Kate: ¡Quizá!

Pestañas de Dash: ¡¿En serio?!

Pestañas de Kate: Ya te dije que quizá. Soy la primera trompeta y la práctica está a punto de comenzar, me estás distrayendo.

Pestañas de Dash: Es que eres tan bonita.

Pestañas de Kate: ¡¿En serio?!

No sé cuánto más de esto podré tolerar.

De lo único que Kate quiere hablar ahora es de chicos en general, y de Dash en particular. Ya es bastante malo cuando chicas populares como Tammy Thompson pierden por completo la noción de su propio cerebro por montones desventurados de cabello, como Steve Harrington.

Lo cual me devuelve a la conversación zombi.

—Si nuestros profesores son muertos vivientes, también están desnutridos. ¿Han notado lo hambrientos que parecen? Nuestros cerebros no les están dando mucho sustento. Quizá no seamos tan inteligentes como pensamos. Tal vez sea porque de pronto todo el mundo está demasiado obsesionado con esas cosas de las citas.

Una indirecta. ¿Lo entiendes?

Kate se limita a soltar otra risita nerviosa y se vuelve hacia su trompeta, practicando sus movimientos de dedos para una de las muchas marchas de John Philip Sousa que la señorita Genovese siempre está imponiéndonos.

La asusté, pero no me siento mejor al respecto.

—De acuerdo —dice la señorita Genovese—. ¡Es hora de poner en orden sus escuadrones para la temporada 1983 de la banda! Tienen tres minutos para elegir su nombre, y ni un segundo más. Por favor, no me pregunten cuánto tiempo ha pasado. Hay un reloj encima de la puerta.

Se comienzan a apiñar grupos de cuatro, excepto el nuestro, que ya está reunido. Soy el único corno francés en la banda de música. Bueno, técnicamente sólo toco el corno francés en los conciertos de la banda. En las marchas toco un melófono, que se toca exactamente de la misma manera, pero es un poco aplanado en lugar de redondo, por lo que puedo cargarlo hasta el fin de los tiempos. En el primer año, la señorita Genovese me incorporó a un escuadrón con tres trompetistas, lo cual tiene sentido, supongo, porque el melófono parece una trompeta con garabatos extra en la sección central. Desde ese momento, los cuatro nos hemos fusionado también socialmente. A Kate le gusta decir que somos un átomo, porque ése es el tipo de metáforas tiernamente nerds que le encantan.

Pero la verdad es que, incluso con todo el tiempo que hemos pasado juntos en el salón de la banda y en el campo, en el autobús y en los juegos, yo no estoy tan fusionada como el resto del grupo. En algún nivel —el subatómico, supongo—, tengo la sensación de que no encajo del todo con la mayoría de los chicos de la banda. Que no importa cuánto tiempo pase con ellos, nunca seré una de ellos. Y eso puede ser aterrador porque, en la Preparatoria Hawkins, destacar es prácticamente una sentencia de muerte, a menos que seas popular.

—De acuerdo —dice Dash, trayéndome de regreso al presente—. Nombre del escuadrón de segundo año. Vamos.

—Seremos el Escuadrón Peculiar de nuevo, ¿verdad? —pregunta Milton—. Ya lo votamos el año pasado. Creo que deberíamos mantenerlo, por la continuidad, y también porque inventar un nuevo nombre sería un calvario.

Milton es el único de nuestro grupo que ya va en onceavo grado, y aunque su naturaleza tranquila y nerviosa le impide actuar como el líder de facto, Kate y Dash tienden a escucharlo cuando habla así.

—¡Me encanta Escuadrón Peculiar! —dice Kate.

—Se queda Escuadrón Peculiar —agrega Dash.

Asiento. No es que estuvieran esperando mi voto.

Pasamos los siguientes dos minutos en silencio. Kate y Dash han pasado de coquetear con los ojos a coquetear con los tobillos. (He visto los pies de Dash: asquerosos.) Me concentro en prepararme para tocar en la primera práctica oficial del año. Ya he memorizado las piezas, pero eso es sólo la mitad de la batalla con mi instrumento. Seré honesta: es un asesinato en comparación con la mayoría de los instrumentos de este salón. Es un elaborado artilugio de tubos de metal que parece existir sólo para emitir un chirrido en el momento equivocado. Lo elegí en primaria porque nadie más quería tocarlo. No es que me arrepienta de mi elección, pero desearía que alguien me hubiera advertido sobre el tiempo que pasaría vaciando una válvula de saliva.

Decidimos el nombre de nuestro escuadrón demasiado rápido. Aún nos quedan dos minutos. Dos minutos de nada. Ahora, gracias al pequeño recordatorio de la señorita Genovese sobre la existencia del reloj, parece que lo único que puedo hacer es escucharlo. Es uno de esos relojes grandes y redondos, blanco y negro, con un segundero que hace clic de forma audible mientras tu vida pasa.

Clic. Clic. Clic.

Tres segundos más que se van.

Veo a la señorita Genovese observando fijamente la puerta de salida, en la parte de atrás. La he visto correr hacia el final del estacionamiento de los maestros en el instante mismo en que la escuela termina para encender uno de sus amados cigarrillos mentolados. He olido el humo que se pega obstinadamente a su cabello después del almuerzo. Sale ahora del salón como si el fuego estuviera pisándole los talones, con el tiempo justo para fumarse uno rápidamente.

Nuestros profesores no quieren estar aquí. Mis compañeros de clase sólo están interesados en frotarse unos contra otros. Se supone que debo soportar tres años más de esto, ¿cómo?

Justo cuando estoy pensando en levantarme y salir por la puerta, Sheena Rollins, que toca el oboe, hace justo eso. O al menos, lo intenta. Cuando se está acercando, uno de los idiotas de la sección de percusiones se interpone en su camino.

Si a mí me preocupa el hecho de que no encajo del todo, Sheena Rollins es el epítome del no encajar, pero de manera agresiva. Se sienta en el salón delante de mí, por lo que siento como si hubiera tenido un asiento de primera fila para presenciar el bullying que año tras año se incrementa, a medida que ella se vuelve abiertamente cada vez más extraña. Su guardarropa es parte de ello. Viste de blanco de la cabeza a los pies: a veces es un overol blanco y una diadema blanca; otras veces, una minifalda blanca ancha y una camisa holgada extragrande. Nada de esto sigue el código no hablado de lo que usan los demás. Y la mayoría de las veces, parece que la misma Sheena cosió al menos parte de su ropa. (Otro punto de bullying para mis compañeros, obsesionados con las marcas.) Hoy lleva un vestido blanco estilo años cincuenta con pequeños lunares negros y una diadema blanca de tela.

—Hey, Sheena —dice alguien—, ¿qué crees que estás haciendo? La maestra no está aquí para dar pases. Vuelve a acomodar tu trasero de lunares en tu silla.

Sheena aprieta la boca, pero no responde. Ni una palabra.

Aquí está la otra cosa sobre Sheena Rollins: la recuerdo de la escuela primaria, cuando era una niña de voz suave, pero no la he escuchado decir una sola palabra desde el séptimo grado. Incluso toca el oboe tan bajo que la señorita Genovese todo el tiempo le está diciendo “sóplale más fuerte”. (Lo cual no ayuda exactamente cuando se trata de bromas vulgares.)

—¿Adónde vas? —pregunta Craig Whitestone, con una sonrisita asquerosa como un pastel de carne de la cafetería.

Sheena se encoge de hombros.

—Ella está mintiendo —interviene Dash.

—Dash —le susurro mientras dirijo mi codo a su costado, pero fallo y lo estrello dolorosamente con su trompeta.

—Se pasa todo el tiempo en el baño —me informa Kate, como si eso hiciera que estuviera bien que sus compañeros de la banda la vigilaran con ánimo de policías.

—¿Y? —pregunto—. ¿A quién le importa?

—Los chicos de la banda no se salen de la clase —nos recuerda Milton.

—La señorita Genovese acaba de salir de la clase —le recuerdo.

—Ella es la maestra —Kate suspira en un tono sagrado. En su mundo, los profesores no pueden equivocarse.

Sheena intenta caminar alrededor de Craig, pero él la bloquea. Lo intenta de nuevo, agacha la cabeza y camina con un poco más de determinación, pero Craig la sujeta por la cola de caballo y la jala de regreso al salón. Algunos de sus idiotas compañeros ríen.

—Hey, tú —le digo—, ya déjala ir, válvula de saliva andante.

—Es su problema —sisea Kate—. No te metas.

Sé que no debería intervenir, en un nivel de básica supervivencia. Que es quizá lo más asqueroso de todo.

—Hey, Sheena —dice Craig—. Ya que estás tan bien vestida y no tienes adónde ir, ¿quieres bailar?

Él asiente hacia sus amigos, y algunos de los chicos de la banda comienzan a tocar descuidadamente. Sheena salta a una silla para evitar ser parte de su estúpida broma, pero Craig se pone entonces de rodillas frente a ella, como si le estuviera dedicando una serenata, lo que hace que ella se ponga roja… de ira. Salta de la silla para intentar llegar hasta la puerta. Craig la toma entonces del brazo y la hace girar en una parodia de un movimiento de baile. Un par de los tipos grandes y fornidos de percusiones deciden unirse a Craig y comienzan a girar frente a las puertas dobles, de manera que Sheena no pueda salir del aula. Bailan frente a ella, girando y meneando sus traseros, y luego dan la vuelta y empujan sus caderas hacia delante para mover sus… otras cositas.

En caso de que no lo sepas: los chicos de la banda pueden ser sorprendentemente impúdicos. Cuando la señorita Genovese regresa, el salón es como un rodeo mezclado con un cabaret, y apenas consigue controlarnos y recuperar las riendas.

—Está bien —cruza sus delgados bracitos—. ¿Quién comenzó todo esto?

Estoy a punto de señalar a Craig Whitestone, pero Kate me sostiene el dedo. Al menos la mitad de la clase apunta a Sheena.

—Señorita Rollins —dice la señorita Genovese con algunos cacareos secos—. Se quedará castigada después de las clases. En el primer día. Impresionante, de verdad.

Sheena se deja caer en su silla. Parece lista para romper su oboe en pedazos y salir del aula. Pero no lo hace. Se queda porque tiene que hacerlo, y todo el mundo hace de su vida un infierno porque… bueno, porque así es la escuela.

La mayor parte del tormento de Sheena provenía exclusivamente de los chicos populares hace unos años. Pero en la preparatoria, he notado que este tipo de comportamiento se propaga a todos los estudiantes que, colectivamente, se esfuerzan en hacer la vida cada vez más miserable a quienes no encajan. Tal vez haya visto demasiadas películas de terror con Dash, pero la verdad parece bastante clara. La preparatoria es un monstruo y está devorando a todos los que conozco.


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