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Capítulo nueve

13 DE SEPTIEMBRE DE 1983

Una cosa es decidir que el señor Hauser tiene razón y mi plan saldrá mucho mejor si tengo a alguien con quien irme del pueblo el próximo verano. Y otra es mirar alrededor y tratar de averiguar quién debería ser esa persona.

Por lo pronto, ya descarté a la mitad de la banda de música.

La práctica está en pleno apogeo, con lo que me refiero a que todos estamos parados, levantando o abrazando nuestros instrumentos, dependiendo de qué tan pesados son, a la espera de que la señorita Genovese nos diga qué formación haremos a continuación. El hecho de que no toquemos nuestros instrumentos mientras practicamos ejercicios para nuestros desafortunados interludios deportivos hace que todo sea mucho más extraño.

Práctica de la banda: esta vez, ¡sin la molesta música!

La única persona que toca pertenece a la línea de tambores, quien debe marcar el ritmo. Hoy el honor recayó en el joven Craig Whitestone, que es justo tan blanco y drogado como suena.* A pesar de la neblina en sus ojos y el olor a hierba en su persona, golpea el instrumento con una regularidad asombrosa, y ahora se supone que todos debemos movernos alrededor en formas arbitrarias que por alguna razón harán felices a quienes nos miren desde lejos. Nunca lo entenderé por completo.

—¡Hagamos los juegos de malabares de nuevo! —grita la señorita Genovese desde las gradas; sus pies resuenan sobre el metal mientras corre de arriba abajo para comprobar cómo nos vemos desde todos los lugares posibles de la multitud imaginaria. Cambió sus pequeños tacones por zapatos deportivos, pero salvo eso, lleva su ropa habitual: falda de tubo, blusa de cuello alto, blazer con hombreras que enorgullecerían a un linebacker. Una pobre profesora de deportes fue acosada para que le prestara un silbato.

Milton, Kate, Dash y yo nos encontramos agrupados en un lado del campo en forma de O. Salvo por el hecho de que Kate y Dash no pueden mantenerse a cuatro pasos de distancia y están tan decididos a toquetearse que se mantienen torciendo nuestra O.

—¡Ustedes dos! ¡Dejen ya de acaramelarse! —grita la señorita Genovese. Y luego agrega una explosión del silbato, por si acaso.

Kate y Dash se separan, pero ríen tanto que sé que es sólo cuestión de tiempo antes de que nuestra O colapse de nuevo. Mantener la forma es sólo el comienzo de nuestro tormento colectivo. Ahora se supone que deberíamos estar intercambiando lugares con varias de las otras O del campo.

Los clarinetes —un perfecto y pulido escuadrón dirigido por Wendy DeWan— están listos para entrelazarse con nosotros. Justo cuando llegamos a la mitad del campo, Craig pierde un compás y ya nadie podemos saber cuándo se supone que debemos dar el siguiente paso. Todo se disuelve, y Kate y Dash aprovechan la oportunidad para fingir que se encuentran uno al otro.

Pongo los ojos en blanco. Milton pone los ojos en blanco.

Nos vemos a la mitad del gesto de fastidio. Y reímos.

—¡Señor Whitestone! ¡Contrólese! —grita la señorita Genovese con una doble exhalación de silbato.

—Uf —exclama Nicole Morrison, una de los subclarinetes de Wendy, mientras se quita manchas de hierba imaginarias de su falda—. ¿Qué va a pensar el equipo de este desastre?

—¿El equipo? —pregunta Wendy con recelo.

—Sabes que sólo se refiere a Steve Harrington —dice Jen Vaughn, agitando su clarinete salvajemente—. Ha estado tratando de llamar su atención desde que comenzó el año escolar. Quiere que él vea lo buena que es en los juegos de malabares, para que así le pida que juegue malabares con sus…

—¡Escuadrón de Tierra, Viento y Fuego! —grita Wendy, para que vuelvan a formar la fila. Los clarinetes tienen el nombre de escuadrón más largo, por mucho, pero también uno de los mejores—. Suficiente, ¿de acuerdo? —Wendy frunce los labios y aprieta su cola de caballo en un poderoso movimiento simultáneo. Viste una minifalda blanca brillante que hace que sus piernas morenas parezcan medir más de diez kilómetros de largo. Usa frenillos y obtiene notas estelares; de no ser por eso, fácilmente podrías confundirla con una chica popular—. Deberías haberte convertido en porrista en lugar de clarinete si lo único que te interesaba era impresionar a un deportista de segunda con una adicción a los productos para el cabello.

La manera en la que Wendy descalifica a Steve Harrington es algo digno de verse. Tal vez algún día yo consiga decirle algo así de honesto directo en su cara, en lugar de sólo pensar en lo ridículo que es todo el tiempo.

—Pongamos nuestra O en orden —dice Wendy.

Una parte de mí se pregunta si podría hacerme amiga de Wendy y pedirle que venga a Europa conmigo, pero la parte práctica de mí sabe que (a) ella ya tiene muchos amigos, y (b) es una estudiante de último año. No querrá pasar el próximo verano con una estudiante de segundo. Estará planeando su ingreso a la universidad en el otoño o buscando un verdadero trabajo para adultos. Continuando con su vida. En lugar de seguir atrapada aquí, en esta horrible, horrible isla que llamamos escuela.

Tal vez sea todo ese asunto de El señor de las moscas, pero no puedo dejar de pensar en lo que sucedería si toda nuestra banda de música estuviera varada junta. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que nos volviéramos los unos contra los otros? ¿Quién iniciaría el fuego para hacer señales y regresarnos a la civilización? (Wendy y Kate, definitivamente.) ¿Quién se degeneraría y comenzaría a atacar a los otros? (Todos los trombones, también conocidos como Escuadrón de los Huesos, un nombre que a duras penas consiguen conservar cada año.) ¿Quién se convertiría en un ser solitario y desaparecería en el bosque, para nunca más volver a saber de él? (Sheena Rollins.)

Le dirijo una mirada rápida. Ella tiene que usar su uniforme de banda de marcha como el resto de nosotros para las prácticas de campo y los juegos, la única excepción que he visto en su vestuario blanco. Pero, de alguna manera, el uniforme la hace lucir aún más pálida. Definitivamente, Sheena es lo suficientemente extraña para imaginarla queriendo escapar de Hawkins por un verano, pero tampoco puedo imaginar pasar tanto tiempo con alguien que no quiere hablar conmigo.

Y no me refiero al tipo de charla trivial a la que todos los adultos de este pueblo parecen ceder de manera inevitable. Yo quiero tener una conversación real a escala natural con alguien. Quiero hablar sobre todas las grandes cosas, esas que importan. La verdad es que siempre me ha gustado hablar. Es una de las razones por las que acumulo palabras en tantos idiomas.

Ahora sólo necesito a alguien con quien valga la pena hablar.

—Muy bien, sigan marchando —dice la señorita Genovese, y todos convergimos en líneas rectas. Ahora se supone que debemos marchar por el campo a un paso perfecto. Uno de los otros tamborileros le da un fuerte codazo a Craig. Nadie quiere practicar esto más de una vez.

Craig a medias lo consigue.

Los instrumentos de todos se mueven a su posición. Estamos listos para fingir que tocamos. Estamos ansiosos por marchar. Sólo quedan diez minutos de práctica. Necesito averiguar si alguien aquí es un buen candidato para la Operación Croissant, y no puedo seguir tachando a las personas de la lista de una por una.

La señorita Genovese hace sonar su silbato y todos comenzamos a movernos al estricto ritmo de los escuadrones. Excepto que, esta vez, cuando llegamos a la mitad, me siento justo en el medio del campo. La hierba está ligeramente húmeda y el suelo se siente extrañamente frío para ser septiembre. Puedo sentir cómo la humedad se filtra hasta mi trasero a través de mis jeans.

—¿Qué estás haciendo? —grita alguien.

Todo el mundo sigue fluyendo a mi alrededor. Dash tiene que pasar por encima de mi cabeza. Milton se desvía, pero golpea a alguien en la fila junto a él, y puedo escuchar las maldiciones que se desatan como resultado. Entonces Kate, que no es lo suficientemente alta para pasar por encima de mí y es demasiado terca para rodearme, tropieza conmigo.

—¿Qué demonios? —chilla Kate.

Toda la banda de música se convierte en un caos. Nadie parece entender lo que estoy haciendo. Vaya, qué porquería. En verdad esperaba que alguno estuviera dispuesto a romper el patrón conmigo.

Estoy arruinando la práctica.

El silbato de la señorita Genovese suena una y otra vez. Parece que no puede detenerse. Creo que la hice pedazos.

—Levántate, Buckley —dice Dash.

—En serio, Robin, ¿qué estás haciendo? —sisea Kate.

—¿Alguien más siente de repente que ésta es una ridícula manera de pasar su tiempo libre? —pregunto—. ¿No? ¿Sólo yo?

Alcanzo a ver a Milton riendo detrás de su trompeta. Pero no está dispuesto a dejar de marchar.

Bien, entonces.

Sólo tendré que encontrar a alguien más. Alguien que no tenga miedo de salirse de la fila.

* La autora utiliza aquí un juego de palabras: “white”significa blanco y “stoned”, en su sentido coloquial, significa drogado: Whitestone. [N. del T.]


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