Читать книгу Hipotermia - Arnaldur Indridason - Страница 15

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También era importante lo que ponía en el libro en la página en que se abrió, la frase sobre el cielo.

La sesión con el médium sirvió para reforzar la certidumbre de María. Estaba convencida de que su madre le había enviado una señal sacando Por el camino de Swann de la estantería. No podía imaginar ninguna otra explicación, y el médium, que era un hombre muy comprensivo y amable, se inclinaba también por esa explicación. Le mencionó otros casos semejantes en los que personas difuntas se habían manifestado directamente o mediante los sueños de personas que no eran, sin embargo, sus deudos más cercanos.

María no le contó al médium que, pocos meses después de que Leonóra dejara esta vida, había empezado a tener clarísimas visiones que no le producían ningún temor pese a su miedo a la oscuridad. Leonóra se le aparecía en la puerta del dormitorio o en el pasillo de la habitación, o sentada al borde de su cama. Al entrar en el salón, María descubría a Leonóra de pie al lado de la estantería, o sentada en su silla en la cocina. Incluso se le aparecía fuera de casa: un pálido reflejo en el escaparate de alguna tienda o un rostro que desaparecía entre la multitud.

Al principio, esas visiones no duraban mucho, quizá solo un instante, pero luego se fueron haciendo más prolongadas y más claras, y la presencia de Leonóra era cada vez más fuerte, igual que le había sucedido a María tras la muerte de su padre. Había leído cosas sobre esos fenómenos en relación con los periodos de duelo, y sabía que tales visiones podían estar relacionadas con la pérdida y con sentimientos de culpa y ansiedad. Sabía también que los estudios existentes sobre ese fenómeno apuntaban a que era su mente, su ojo interior, quien lo provocaba. Era una persona instruida. No creía en fantasmas.

Y, sin embargo, no quería excluir nada. Ya no estaba segura de que la ciencia pudiera dar respuesta a todas las preguntas de los seres humanos.

Con el paso del tiempo, María se fue viendo reforzada en su fe de que aquellas visiones eran algo más que simples ofuscaciones producidas por su propia mente, la depresión y la adversidad. Algunos eran tan reales que pensó que tenían que proceder de otro mundo, fuera lo que fuese lo que objetaba la razón. Poco a poco empezó a pensar que ese mundo podía existir. Volvió a enfrascarse en los relatos que Leonóra había leído por recomendación suya, sobre la muerte inminente y la luz dorada y el amor que flotaba por doquiera, sobre el ser celestial en el centro de la luz, sobre la levedad que se sentía en el oscuro túnel que conducía hacia la claridad. No buscó ayuda en su sentido de la realidad, sino que intentó comprender su propio estado anímico mediante la compasión y el racionalismo que le eran innatos.

Así pasaron casi dos años. Con el tiempo, María fue dejando de tener las visiones y de fijar su atención en los libros de Proust. Su vida estaba hallando un nuevo equilibrio aunque sabía que jamás podría ser igual que cuando su madre estaba viva. Una mañana despertó temprano y, sin proponérselo, miró las estanterías.

No había cambiado nada.

O...

Volvió a mirar los libros.

Sintió un mareo al darse cuenta de que faltaba el primer volumen. Se acercó lentamente y vio en el suelo Por el camino de Swann.

No se atrevió a tocar el libro, pero se inclinó y recorrió con la mirada las páginas por donde se había abierto, y leyó:

Ya está el bosque sombrío,

pero azul sigue el cielo...

Hipotermia

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