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«UN SOLO SOLDADO INGLÉS...»
Los planes militares conjuntos de Inglaterra con Francia fueron preparados en 1905 cuando la derrota de Rusia ante los japoneses, revelando de súbito su impotencia, desarticuló el equilibrio europeo. De forma inesperada y simultánea los gobiernos de todas las naciones tuvieron conciencia de que si alguno de ellos elegía aquel momento para provocar la guerra, Francia habría de luchar sin un aliado. Alemania, en el acto, puso el momento a prueba. A las tres semanas de la derrota rusa en Mukden, en 1905, lanzó un reto a Francia por medio de la sensacional presencia del káiser en Tánger, el día 31 de marzo. Para los franceses esto significaba que Alemania probaba de nuevo la «posibilidad», y que la encontraría, si no en aquel momento, sí muy pronto. «Como todos los demás, también yo hube de presentarme en París a las nueve de aquella mañana», escribió Charles Péguy, el poeta, redactor, místico, el socialista contrario a su partido y el católico enemigo de su Iglesia, que hablaba en nombre de la conciencia francesa. «Como todos los demás, sabía también yo a las once y media que, en el transcurso de aquellas dos horas, había comenzado un nuevo período en la historia de mi vida, en la historia de mi patria, en la historia de la humanidad».1
Péguy no hablaba porque sí de su propia vida. En agosto de 1914 se alistó como voluntario, a la edad de cuarenta y un años, y murió en el campo de batalla del Marne el 7 de septiembre.
También Gran Bretaña reaccionó ante el reto de Tánger. Su organización militar acababa de ser revisada a fondo por el Comité de lord Esher. Además de éste, en el Comité estaban el lord del Almirantazgo, sir John Fisher, que había reformado la flota con una serie de cañones revolucionarios, y un oficial del Ejército, sir George Clarke, conocido por sus modernas ideas sobre la estrategia imperial. El «triunvirato Esher» había creado un Comité de la Defensa Imperial para dirigir la política que estuviera relacionada con la guerra, en el cual Esher era miembro permanente y Clarke, su secretario, y había proporcionado al Ejército un Estado Mayor. Precisamente cuando el káiser montaba un nervioso caballo blanco por las calles de Tánger, el Estado Mayor estaba estudiando una guerra teórica basada en la suposición de que los alemanes cruzarían Bélgica en un amplio movimiento de flanco al norte y oeste del Mosa. Esta maniobra, sobre el mapa, les demostró al director de las operaciones militares, el general Grierson, y su ayudante, el general Robertson, que existían muy pocas posibilidades de detener a los alemanes, a no ser que las fuerzas inglesas «llegaran al escenario de la guerra rápidamente y con potentes fuerzas».
Por aquel entonces los ingleses preveían una acción independiente en Bélgica. El señor Balfour, primer ministro conservador, solicitó en el acto un informe para saber cuánto tiempo necesitaba una fuerza de cuatro divisiones para ser movilizada y desembarcada en Bélgica en el caso de una invasión alemana. Durante esa crisis, mientras Grierson y Robertson se trasladaban al continente para examinar sobre el terreno la frontera franco-belga, Balfour perdió el mando del gobierno.
Los nervios estaban muy excitados por ambas partes ante el temor de que Alemania pudiera aprovecharse de la catástrofe de Rusia para precipitar la guerra en el verano siguiente. No habían sido forjados todavía ninguna clase de planes para una acción militar conjunta anglo-francesa. Debido a que los ingleses estaban metidos en unas elecciones generales y todos los ministros, desperdigados por el país en su campaña electoral, los franceses se vieron obligados a efectuar una demarche no oficial. Su agregado militar en Londres, el comandante Huguet, estableció contacto con un activo y trabajador intermediario, el coronel Repington, corresponsal militar de The Times, quien, después de solicitar la previa autorización de Esher y Clarke, inició las negociaciones. En un memorándum sometido al gobierno francés, el coronel Repington preguntaba: «¿Hemos de aceptar como un principio que Francia no violará el territorio belga a no ser que se vea obligada por una previa violación, a cargo de los alemanes?». «Decididamente, sí», contestaron los franceses. «¿Se dan cuenta los franceses de que una violación de la neutralidad belga nos obliga automáticamente a la defensa de nuestros tratados?», preguntaba el coronel en el intento de efectuar tanto una advertencia como una consulta. Jamás un gobierno británico se había obligado a sí mismo a entrar «automáticamente» en acción, pero el coronel marchaba ya muy adelantado a su tiempo. «Francia siempre ha confiado en eso—fue la respuesta un tanto evasiva—pero nunca ha recibido una seguridad oficial».2
Por medio de este formulario de preguntas y respuestas, el coronel estableció que Francia no confiaba gran cosa en una acción independiente de los ingleses en Bélgica y creía que la unidad de mando, Francia por tierra y Gran Bretaña por mar, era «absolutamente indispensable».
Mientras tanto habían sido elegidos los liberales. Enemigos, por tradición, de la guerra y de las aventuras extranjeras, confiaban en que las buenas intenciones y la buena voluntad lograrían conservar la paz. Su nuevo secretario de Asuntos Exteriores era sir Edward Grey, que sufrió la muerte de su esposa un mes después de haber jurado el cargo. El nuevo secretario de la Guerra, Richard Haldane, era un abogado que sentía una pasión tal por la filosofía alemana que, cuando los elementos militares en el Consejo le preguntaron qué clase de ejército preveía él, repuso: «Un ejército hegeliano». «La conversación terminó en este punto», escribió más tarde.3
Grey, que fue consultado por los franceses, contestó que no tenían la menor intención de «retirar» ninguna seguridad que su predecesor hubiese dado a Francia. Cuando se enfrentó con una crisis mayor, una semana después de haber ocupado el nuevo cargo, le preguntaron a Haldane si existían compromisos para que los ingleses lucharan al lado de los franceses en caso de emergencia. Haldane consultó los archivos y no encontró nada escrito. La información que le entregaron decía que se tardaría dos meses en destinar cuatro divisiones al continente.4
Grey se preguntaba sobre la conveniencia de que se celebraran conversaciones entre los estados mayores como «precaución militar», sin comprometer por ello a Gran Bretaña. Haldane consultó con el primer ministro, sir Henry Campbell-Bannerman. A pesar de su afiliación al partido, Campbell-Bannerman sentía una afición y una pasión tan grande por todo lo francés que a veces cruzaba el Canal de la Mancha por la mañana para almorzar en Calais y estar de regreso en Londres por la noche.5 Dio su consentimiento a las entrevistas entre los estados mayores, aunque con cierta prevención por el énfasis puesto en «preparativos conjuntos». Dado que lo más seguro era que se llegara «muy cerca de un honorable entendimiento»,6 temía que pudieran destruir con ello los amables y sueltos ligámenes de la Entente. Para evitarlo, Haldane dispuso que fuera firmada una carta por el general Grierson y el comandante Huguet declarando que las conversaciones, en ningún momento, comprometerían a Gran Bretaña.7 Una vez establecida esta fórmula, dio su autorización para que comenzaran las negociaciones. A partir de aquel momento, él, Grey, y el primer ministro, sin informar siquiera al resto de los miembros del Gabinete, dejaron el futuro desarrollo en manos de los militares, como si se «tratara de un asunto de trámite más».8
Los estados mayores iniciaron las conversaciones. Los oficiales británicos, entre los que figuraba sir John French, un general de caballería que se había distinguido durante la Guerra de los Bóers, asistieron aquel verano a las maniobras francesas. Grierson y Robertson visitaron la frontera acompañados por el comandante Huguet. Previa consulta con el Estado Mayor francés eligieron bases de desembarco a lo largo de un frente entre Charleroi y Namur y zonas de combate hasta las Ardenas, siempre en el supuesto de una invasión alemana a través de Bélgica.9
El «triunvirato Esher», sin embargo, era fundamentalmente contrario al destino del Ejército inglés como mera ayuda del francés, y los planes, después de haber sido iniciados en el año 1905 no prosperaron. El general Grierson fue reemplazado. El punto de vista que dominaba, representado por lord Esher, favorecía la acción independiente del mando francés en Bélgica, en donde la defensa de Amberes y la costa contigua era de interés directo de los ingleses.10 En opinión de sir John French, la acción británica había de ser predominantemente naval. Dudaba de la capacidad militar de los franceses, estaba convencido de que los alemanes los derrotarían por tierra y no veía ninguna necesidad de destinar el Ejército inglés al continente para que fuera derrotado conjuntamente con los franceses. La única acción terrestre de la que se declaraba partidario era un audaz desembarco a espaldas de los alemanes, y ya había elegido, a tal fin, el lugar exacto... una «franja de arena dura de diez millas» a lo largo de la costa báltica de la Prusia oriental. Allí, a sólo noventa millas de Berlín, se encontraba el punto más cercano a la capital alemana que podía ser alcanzado por mar, de modo que las tropas inglesas desembarcadas por la Marina conquistarían una base de operaciones y «mantendrían ocupados a un millón de alemanes». Aparte de esta acción, el Ejército sería «destinado únicamente [...] a súbitos ataques contra la costa, la reconquista de Heligoland y la guarnición de Amberes». Su plan de lucha en Francia era, en opinión de Fisher, «una locura suicida», pues el Ministerio de la Guerra sólo se distinguía por su ignorancia de la guerra, y el Ejército debía ser administrado como un «anexo de la Marina».11 Ya en 1910, Fisher, que había cumplido los sesenta y nueve años, fue ascendido a la nobleza y relevado del Almirantazgo, pero no por ello había de dejar de prestar valiosos servicios.
Después de haber sido superada la crisis de 1906, los planes militares conjuntos con los franceses apenas progresaron durante los siguientes años. Mientras tanto, dos hombres establecieron una amistad franco-inglesa que había de servir como el primer cable para la construcción de un puente.
El Estado Mayor inglés estaba, entonces, al mando del brigadier general Henry Wilson, un alto y huesudo anglo-irlandés con una cara que se parecía a la de un caballo. Rápido e impaciente, Wilson se agitaba constantemente con nuevas ideas, era un hombre lleno de humor, pasión, imaginación y, sobre todo, energía. Cuando prestaba servicio en el Ministerio de la Guerra en Londres, acostumbraba a dar largos paseos por Hyde Park, antes del desayuno, llevándose el periódico que solía leer de pie aminorando el paso.12 Educado por una serie de institutrices francesas, hablaba el francés de un modo muy fluido.13 Lo alemán le interesaba mucho menos. En enero de 1909 Schlieffen publicó una carta anónima en la Deutsche Revue para protestar contra ciertos cambios hechos en su plan por su sucesor Moltke. La exposición básica, si no los detalles, de la «colosal Cannae» prevista para el movimiento de los ejércitos francés e inglés, fue revelada y supuesta la identidad del autor. Cuando un estudiante de Camberley le enseñó el artículo a su comandante, Wilson lo devolvió diciéndole de un modo indiferente: «Muy interesante».14
En diciembre de 1909 el general Wilson se propuso visitar a su colega francés, el comandante de la École Supérieure de la Guerre, el general Foch. Asistió a cuatro conferencias y un cursillo y fue invitado cortésmente por el general Foch a tomar el té, ya que, aunque éste estaba molesto por las frecuentes interrupciones por parte de visitantes extranjeros, se creía obligado con su colega inglés. El general Wilson, que estaba entusiasmado por lo que había visto y oído, alargó la charla durante tres horas. Cuando Foch finalmente pudo acompañar a su visitante hasta la puerta confiando en que allí tendría lugar la despedida definitiva, Wilson le anunció que volvería al día siguiente para continuar la conversación. Foch no pudo dejar de admirar el cran del inglés y fingir un sincero interés. Pero esta segunda charla sirvió para que los dos hombres se sincerasen. Un mes después Wilson volvía a estar en París para celebrar una segunda entrevista. Foch aceptó su invitación de visitarle en Londres en la primavera siguiente y Wilson prometió estar otra vez en París en verano.15
En Londres, cuando se presentó Foch, Wilson le presentó a Haldane y a otros en el Ministerio de la Guerra. Al abrir la puerta de una de las oficinas gritó: «Tengo un general francés ahí fuera... el general Foch. Hablo muy en serio... ese muchacho mandará los ejércitos aliados cuando estalle la gran guerra».16 Wilson ya había aceptado el principio de la unidad de mando y había elegido al hombre, aunque habían de pasar cuatro años y estar al borde de la derrota antes de que los acontecimientos le dieran la razón.
A través de repetidas visitas desde 1909, los dos comandantes se hicieron muy amigos, hasta el punto de ser admitido Wilson en el círculo familiar del francés e invitado a la boda de la hija de Foch. Con su amigo «Henry», Foch pasaba muchas horas en lo que un observador calificó de «tremendos chismorreos».17 Los dos hombres, el alto y el bajo, solían dar largos paseos y hablar sin interrupción. Wilson había quedado gratamente impresionado por la rapidez y la eficacia con que eran dirigidos los estudios en la Academia Militar. Los oficiales instructores continuamente estimulaban a los cadetes con su «Vite, vite!» y «Allez, allez!». Cuando introdujo este sistema en la Escuela del Estado Mayor en Camberley, la técnica de la rapidez pronto fue llamada «operaciones allez» de Wilson.18
Una pregunta que le dirigió Wilson a Foch, durante su segunda visita en enero de 1910, provocó una respuesta que expresaba, en una sola frase, el problema de la alianza con Inglaterra tal como la veían los franceses.
—¿Cuál es la unidad militar británica más pequeña que sería de ayuda práctica para ustedes?—preguntó Wilson. Como un rayo llegó la respuesta de Foch:
—Un solo soldado inglés... y procuraremos que lo maten.19
También Wilson deseaba ver a Inglaterra comprometida. Convencido de que la guerra con Alemania era inminente e inevitable, se lanzó a infundir un sentido de responsabilidad en sus compañeros y discípulos sumergiéndose por completo en el problema. En agosto de 1910 llegó su oportunidad. Fue nombrado director de las Operaciones Militares, cargo desde el cual el general Grierson había iniciado las negociaciones de estados mayores con Francia. Cuando el comandante Huguet se presentó a visitar al nuevo director para lamentarse de la falta de progresos hechos desde 1906 en una cuestión tan importante como la cooperación anglofrancesa, Wilson replicó: «¿Una cuestión importante? ¡Una cuestión vital! No hay otra cosa tan importante».20
Inmediatamente los planes conjuntos alcanzaron una nueva fase. Wilson no veía otra cosa sino Francia y Bélgica. En su primera visita en 1909 dedicó diez días a visitar en tren y bicicleta las fronteras franco-belga y franco-germana desde Valenciennes a Belfort. Descubrió que la apreciación de Foch sobre el movimiento alemán a través de Bélgica era exactamente igual que la suya y que la línea más importante estaba situada entre Verdún y Namur, en otras palabras, al este del Mosa.21 Durante los cuatro años siguientes repitió sus visitas tres y cuatro veces al año, efectuando cada vez excursiones en coche o bicicleta por los antiguos campos de batalla del año 1870 y los que se preveían futuros campos de batalla en Lorena y las Ardenas. En cada una de estas ocasiones conferenció con Foch y, cuando éste fue sustituido, con Joffre, Castelnau, Dubail y otros miembros del Estado Mayor francés.
En el despacho de Wilson, en el Ministerio de la Guerra, había un gigantesco mapa de Bélgica que cubría toda una pared y en el que se habían señalado con lápiz negro todas las carreteras por donde se suponía pudieran marchar las tropas alemanas. Cuando llegó al Ministerio de la Guerra, Wilson comprobó que bajo el nuevo orden impuesto por el «Schopenhauer entre los generales», tal como se llamaba Haldane, el Ejército regular había sido instruido a fondo, preparado y organizado para convertirse en una fuerza expedicionaria en un momento dado con todo dispuesto para que estuviera en pie de guerra el mismo día de la movilización. Pero no se había previsto de ningún modo su transporte al otro lado del Canal de la Mancha, ni tampoco nada que hiciera referencia a los suministros, su despliegue en las zonas de concentración en Francia o sus relaciones con los ejércitos franceses.
Lo que él consideraba un fallo del Estado Mayor producía que se dejara llevar por periódicos arranques de ira que expresaba con las siguientes palabras en su diario: «[...] muy poco satisfactorio [...] ninguna disposición de transporte [...] falta de suministro para los caballos [...] ¡Una situación escandalosa [...] sin comunicaciones ferroviarias hasta los puertos, ninguna disposición naval [...] no han pensado en los suministros médicos [...] no ha sido solventada la dificultad de los caballos [...]! ¡No existe absolutamente nada, es escandaloso! [...] ¡La situación de los caballos es desgraciada!». Sin embargo, en marzo de 1911, de toda esta falta de preparativos creó un esquema de movilización por medio del cual «el conjunto de seis divisiones de infantería podía embarcar el cuarto día, la caballería, el séptimo y la artillería, el noveno día».22
Todas estas disposiciones llegaron en el momento oportuno. El 1 de julio de 1911 el Panther se presentó frente a Agadir. A través de todas las cancillerías de Europa corrió la palabra: «guerra», que era pronunciada en voz baja. Wilson se trasladó urgentemente a París el mismo mes en que el Consejo de Guerra francés abandonaba definitivamente los planes defensivos del general Michel. Conjuntamente con el general Dubail redactó un informe que preveía, en el caso de una intervención británica, una fuerza expedicionaria de seis divisiones regulares y una división de caballería. Firmada por Wilson y Dubail el 20 de julio, se especificaba una fuerza total de 150.000 hombres y 67.000 caballos que habían de desembarcar en El Havre, Boulogne y, río arriba, en Rouen desde el cuarto al octavo día de la movilización, para continuar por tren a una zona de concentración en la región de Maubeuge, con el fin de estar listas para entrar en combate el día M-13.
En efecto, el acuerdo Dubail-Wilson obligaba al Ejército inglés, si estallaba la guerra y Gran Bretaña entraba en la lucha, a prolongar el frente francés, impidiendo de esta forma que pudiera ser rodeado.23 Significa, tal como ha expuesto el comandante Huguet, que los franceses habían logrado persuadir a Wilson y al Estado Mayor inglés en contra de «un teatro de operaciones secundario» y en favor de una acción común en el «escenario principal, es decir, el francés».24 En realidad, la flota inglesa era tan responsable como la francesa, puesto que su negativa a garantizar los puertos de desembarco por encima de la línea Dover-Calais impedía un desembarco más próximo o incluso dentro de Bélgica.
Al regreso de Wilson a Londres la cuestión más importante, escribió en su diario, era saber si Alemania iría a la guerra «contra Francia y nosotros». Cuando fue consultado por Grey y Haldane durante un almuerzo, presentó un enfático programa de tres puntos. «Primero, hemos de unirnos a los franceses; en segundo lugar, hemos de movilizarnos el mismo día en que lo haga Francia; y en tercero, hemos de mandar las seis divisiones completas».25
Se sintió «profundamente disgustado» por la forma en que los dos estadistas no militares trataban la situación, a pesar de que le ofrecieron una nueva oportunidad para instruir al gobierno sobre los hechos de guerra. El 23 de agosto, el primer ministro Asquith, sucesor de Campbell-Bannerman desde 1908, convocó una reunión especial y secreta del Comité de Defensa Imperial para discutir la estrategia británica en el caso de guerra.26 El general Wilson dedicó toda una mañana a exponer el punto de vista del Ejército; y el sucesor de Fisher, el almirante sir Arthur Wilson, los de la Marina durante toda una tarde. Además de Asquith, Grey y Haldane, estaban presentes otros tres miembros del Gabinete, el canciller de la Tesorería, Lloyd George, el primer lord del Almirantazgo, el señor McKenna, y el secretario del Interior, un joven de unos treinta y siete años, imposible de olvidar, porque desde aquel cargo tan poco apropiado había abrumado al primer ministro durante la crisis con ideas sobre estrategia naval y militar, unas ideas muy acertadas, por cierto, pues, al parecer, no tenía la menor duda de cómo sería la lucha y de todo lo que se precisaría para ganarla. El secretario del Interior se llamaba Winston Churchill.
Wilson, que se enfrentaba con ese grupo de «hombres ignorantes», como él los llamaba, auxiliado por un compañero y futuro jefe del Estado Mayor, sir John French, «que no sabe nada del asunto», clavó su gran mapa de Bélgica en la pared y habló durante dos horas. Esfumó muchas ilusiones cuando dijo que Alemania, contando con la lenta movilización rusa, enviaría el grueso de sus fuerzas sobre los franceses alcanzando una superioridad numérica sobre éstos. Predijo, de un modo correcto, el plan de ataque alemán por medio de un envolvimiento del ala derecha, pero, imbuido de las teorías francesas, calculaba la fuerza que bajaría al oeste del Mosa en un máximo de cuatro divisiones. Declaró que si las seis divisiones inglesas eran mandadas inmediatamente después de estallar la guerra al extremo de la línea del frente francés, las posibilidades de detener a los alemanes serían muy favorables.
Cuando le tocó el turno al almirante por la tarde, los sorprendidos asistentes quedaron consternados al descubrir que el plan de la Marina no tenía nada en común con el Ejército. Proponía desembarcar las fuerzas expedicionarias inglesas no en Francia, sino en una «franja de arena dura de diez millas» en las costas septentrionales de Prusia. Su argumento fue violentamente rebatido por los generales. La ausencia de lord Fisher incitó a Asquith a rechazarlo y el Ejército se llevó la victoria. Los gruñidos de disgusto de Fisher no cesaron desde aquel momento. «La abrumadora supremacía de la flota inglesa [...] es la única que puede mantener al Ejército alemán lejos de París», le escribió a un amigo pocos meses más tarde. «Nuestros soldados son cómicos con sus absurdas ideas sobre la guerra, pero, por suerte, no tienen poder. Conquistaremos Amberes y no nos iremos de excursión por los Vosgos». Una cierta lógica en la cuestión de Amberes influiría en todos los planes ingleses hasta el último minuto del año 1914 e incluso después.27
La reunión de agosto de 1911, como la del Consejo de Guerra francés que había destituido al general Michel algunas semanas antes, fue decisiva para la estrategia británica y no tuvo consecuencias de gran valor. Fue decretado un cambio que afectó a los cargos políticos de la Marina y el ambicioso secretario del Interior fue afortunadamente nombrado primer lord del Almirantazgo, en donde, en el año 1914, se haría indispensable.
Los rumores sobre aquella reunión secreta del Comité de Defensa Imperial enojaron a los miembros del Gabinete que no habían sido convocados a la misma y que pertenecían al bando pacifista del partido. Henry Wilson se enteró de que era considerado como el villano y que «pedían su cabeza».28 Entonces se inició la crisis en el Gabinete que resultaría tan crítica en los últimos días de la decisión. El gobierno se aferraba al punto de vista de que las «conversaciones» militares eran, según palabras de Haldane, «la consecuencia natural y oficiosa de nuestra estrecha amistad con Francia».29 Puede que fueran, efectivamente, la consecuencia natural, pero en ninguno de los casos se trataba de conversaciones oficiosas. Tal como le dijo lord Esher, con cierto realismo, al primer ministro, los planes elaborados por los estados mayores «sin duda nos han comprometido a la lucha, le guste o no al Gabinete».
No se sabe lo que Asquith contestó a esto o lo que él, en lo más íntimo de su ser, pensaba sobre esta cuestión tan crucial.
Durante el año siguiente, en 1912, se llegó a un acuerdo naval con Francia como resultado de un imprevisto viaje, pero no a Francia sino a Berlín. En un esfuerzo por disuadir a los alemanes de que aprobaran una nueva Ley Naval que preveía el aumento de su flota, Haldane fue enviado a entrevistarse con el káiser, Bethmann, el almirante Tirpitz y otros jefes alemanes.30 Fue el último intento anglo-alemán para hallar una base común de entendimiento, y fracasó. Como un quid pro quo para mantener su flota inferior a la inglesa, los alemanes exigían la promesa de la neutralidad británica, en el caso de una guerra entre Alemania y Francia, y los ingleses se negaron a aceptar esta condición. Haldane regresó convencido de que la ambición de Alemania para alcanzar la hegemonía en Europa chocaría más tarde o más pronto con Inglaterra. «Me dije, por mis conocimientos del Estado Mayor alemán, que una vez que el belicismo alemán se pusiera en marcha, no se limitaría únicamente a descartar a Francia o Rusia, sino que se lanzaría a la conquista del mundo». Proviniendo de Haldane, esta conclusión surtió un efecto muy profundo sobre el modo de pensar y sobre las futuras medidas que adoptaron los liberales. El primer resultado fue un pacto naval con Francia por el que los ingleses se comprometían a salvaguardar el Canal de la Mancha y las costas francesas contra los ataques enemigos, permitiendo que la flota francesa se concentrara en el Mediterráneo.31
Aunque las cláusulas del acuerdo no eran conocidas por la totalidad del Gabinete, se presentía que se había ido demasiado lejos. No satisfechos con la fórmula de «no compromiso», el grupo pacifista insistía en que fuera puesta por escrito. Sir Edward Grey insistió mediante una carta dirigida al señor Cambon, el embajador francés.32 Dictada y aprobada por el gobierno, era una obra maestra de elipsis. «Las conversaciones militares no permiten a ambos bandos decidir en el futuro si deben o no ayudarse mutuamente por medio de las Fuerzas Armadas. El acuerdo naval no ha de basarse en un compromiso de cooperar en caso de guerra. Ante una amenaza de guerra, los dos bandos tomarían en consideración los planes de sus estados mayores respectivos, y luego decidirían qué efectos dar a los mismos».
Este curioso documento logró satisfacer a todo el mundo: a los franceses porque ahora todo el Gabinete inglés conocía oficialmente la existencia de unos planes en común, al grupo pacifista porque decía que Inglaterra no se «comprometía», y a Grey porque había dado con una fórmula que salvaba sus planes y silenciaba a sus oponentes. Haber suscrito una alianza definitiva con Francia, se decía en ciertos círculos, hubiera provocado la caída del gobierno.33
Después de Agadir, cuando cada año aportaba su crisis estival y el aire se iba enrareciendo ante la inminente llegada de la tormenta, la labor en común de los estados mayores se fue intensificando. Los viajes de sir Henry Wilson por el extranjero se hicieron más frecuentes. Halló en el nuevo jefe del Estado Mayor francés, el general Joffre, «un hombre elegante, viril, un soldado imperturbable de mucho carácter y decisión», y en De Castelnau, «un oficial muy astuto e inteligente». Continuó sus inspecciones de la frontera belga recorriendo en bicicleta todas las carreteras y caminos regresando siempre a su campo de batalla favorito en 1870, Mars-la-Tour, cerca de Metz, en donde cada vez que veía el monumento a Francia, conmemorando la batalla, experimentaba una viva emoción. Durante una de estas visitas, recordó más tarde: «Coloqué a sus pies un pequeño pedazo del mapa que llevaba encima y en el que figuraban las zonas de concentración de las fuerzas británicas en su territorio».34
En 1912 examinó las nuevas construcciones ferroviarias alemanas que convergían en Aquisgrán y la frontera belga. En febrero de aquel año, los planes anglo-franceses habían llegado a tal punto que Joffre pudo decirles a los miembros del Consejo Superior de Guerra que contaba con seis divisiones de infantería, dos divisiones de caballería y dos divisiones montadas inglesas, o sea, con un total de 145.000 hombres.35 «L’Armée W», como eran llamadas estas fuerzas en honor a Wilson, desembarcaría en Boulogne, El Havre y Rouen, se concentraría en la región de Hirson-Maubege y estaría lista para entrar en acción a los quince días de la movilización. En el otoño del mismo año, Wilson asistió a las maniobras en compañía de Joffre, de De Castelnau y del gran duque Nicolás de Rusia, y a continuación emprendió un viaje a Rusia para celebrar conversaciones con el Estado Mayor ruso. En 1913 visitó París cada dos meses para celebrar conferencias con los jefes del Estado Mayor francés y asistir a las maniobras del XX Cuerpo de Ejército de Foch, que vigilaba la frontera.
Mientras Wilson reforzaba y perfeccionaba sus acuerdos con los franceses, el nuevo jefe del Estado Mayor Imperial inglés, sir John French, hizo un intento en 1912 de volver a la idea de una acción independiente en Bélgica. Unas discretas investigaciones hechas por el agregado militar inglés en Bruselas pusieron fin a estos intentos. Se comprobó que los belgas eran obstinados en el mantenimiento de su propia neutralidad. Cuando el agregado inglés preguntó sobre la conveniencia de unas disposiciones en común para el desembarco de tropas inglesas en Bélgica, partiendo siempre, como es natural, de una previa violación del territorio belga por los alemanes, fue informado de que los ingleses deberían esperar hasta que fuera solicitada su ayuda militar. El ministro inglés averiguó, al hacer investigaciones por su propia cuenta, que en el caso de que las tropas inglesas desembarcaran antes de una invasión alemana o sin el permiso belga, serían el blanco del fuego belga.36
Esta actitud de los belgas confirmó a los ingleses lo que nunca se cansaban de repetir a los franceses: que todo dependía de que fueran los alemanes los primeros en violar la neutralidad belga. Lord Esher previno al comandante Huguet en 1911: «Nunca, bajo ningún pretexto, permitan que los comandantes franceses sean los primeros en cruzar las fronteras belgas, pues en este caso los ingleses jamás se podrían poner de su lado, mientras que si son los alemanes los primeros en violar la neutralidad belga, nos obligarán a entrar en la guerra».37 El señor Cambon, el embajador francés en Londres, se expresaba así: «Sólo si Alemania viola Bélgica, podrá Francia contar con la cooperación de Inglaterra», insistía en sus numerosos despachos.
En la primavera del año 1914, la labor conjunta de los estados mayores francés e inglés había sido completada hasta el último batallón, pues incluso habían sido fijados los lugares donde tomarían el café. El número de vagones de ferrocarril franceses, el número de intérpretes, la preparación de las claves, el forraje para los caballos, todo estaba ya perfectamente previsto en el mes de julio. El hecho de que Wilson y sus colegas estuvieran en constante comunicación con los franceses había de ser mantenido en secreto. La obra entera del «Plan W», como era denominado el movimiento de las Fuerzas Expedicionarias, tanto por el Estado Mayor inglés como por el francés, fue llevada a cabo en el mayor de los secretos, pues estaban enterados apenas una media docena de oficiales, que incluso eran quienes se dedicaban a pasar los documentos a máquina. Mientras que los militares organizaban las líneas de combate, los jefes políticos de Inglaterra, cubriéndose sus cabezas con la manta del «sin compromiso», se abstenían por completo de controlar estos trabajos.38