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1.1 La escasez, consecuencia del aumento de la población y de la baja productividad

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La escasez es el resultado del crecimiento de la población: a medida que la población se densifica, resulta cada vez más difícil obtener la alimentación suficiente. Mantener el crecimiento demográfico obliga al hombre a convertirse en productor esforzándose por mejorar la reproducción de determinados alimentos (plantas o animales) por medio del trabajo, factor abundante, que sustituye a la tierra, factor escaso. Durante mucho tiempo se había creído que la relación de causa-efecto iba de la tecnología a la población: el conocimiento de nuevas tecnologías (en este caso los medios para mejorar el ciclo vital de las plantas y los animales) implicaba su adopción y se iniciaba así un círculo virtuoso: mejora de la alimentación, más población, descubrimiento de nuevas técnicas, mejora de la alimentación... Actualmente predomina la idea de que la relación es inversa: la presión demográfica empuja al uso de técnicas conocidas, pero no suponen ventaja alguna mientras la depredación permita obtener una alimentación suficiente. Porque, de hecho, el hombre depredador consigue, con menos esfuerzo, más nutrientes, mejores y más diversificados: las escasas comunidades depredadoras aún existentes lo demuestran claramente (Cohen, 1987). El problema es que dichas comunidades necesitan un espacio vital muy amplio: los pigmeos, 8 km2 por persona; los aborígenes australianos, 30 km2; los esquimales, 200 km2. Se ha calculado que el mundo no podría alimentar a más de 15 millones de humanos depredadores.

La secuencia densificación de la población-intensificación del trabajo fue teorizada por Boserup (1967). Según esta autora, cuando el hambre empezó a hacer acto de presencia, el hombre se vio obligado a confiar su subsistencia en el trabajo, intensificándolo a medida que aumentaba la presión demográfica, en una secuencia que va desde la ganadería y los cultivos esporádicos, poco intensivos en trabajo (cavar un hoyo, enterrar la semilla y esperar la cosecha) pero que obligan a cambiar cada año o cada pocos años la zona sembrada, hasta la obtención de varias cosechas al año en los deltas asiáticos –eso sí, a cambio de la creación de sistemas de regadío y de un trabajo constante y muy duro.

A partir de la revolución agraria de la prehistoria o revolución neolítica, las innovaciones y el progreso vinieron durante siglos de las sociedades agrarias. Hasta mediados del siglo XIX como mínimo, la agricultura fue la actividad económica básica en todos los países y aún continúa siéndolo en muchas sociedades actuales.

Las prácticas agrarias y ganaderas permitían mantener a más población, pero no mantenerla mucho mejor: la fuerza de trabajo (humana o animal) y las técnicas disponibles eran poco eficientes, de forma que la productividad era escasa y cada grupo o familia topaba a menudo con dificultades para asegurar su alimentación a lo largo del año, sobre todo teniendo en cuenta la gran irregularidad de las cosechas.

Introducción a la historia económica mundial (2ª ed.)

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