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3.2 La organización de la producción

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Desde la revolución agraria de la prehistoria hasta aproximadamente los siglos VIII y IX, la agricultura en Europa se concentraba alrededor del Mediterráneo, donde las tierras son fáciles de trabajar con un arado sencillo (el arado romano), aunque poco productivas y afectadas a menudo por la sequía. Más hacia el norte predominaban el bosque y la ganadería; su explotación se completaba con una agricultura itinerante, que aprovechaba solamente los calveros más soleados (artigas), cultivados durante pocos años con técnicas muy primitivas y largamente abandonados después. Era una agricultura poco intensiva en trabajo, aunque exigía disponer de mucha tierra.

El crecimiento de la población provocó un doble efecto: por un lado, la emigración hacia el sur («la invasión de los bárbaros»); por otro, el paso de la agricultura itinerante a un cultivo en campos estables, según el esquema de Boserup. La creación de campos permanentes fuera del mundo mediterráneo solo fue posible con la adopción de una innovación técnica sencilla pero de gran importancia: el arado de ruedas, más pesado que el arado romano pero capaz de trabajar los suelos de la Europa del norte, más compactos pero de mejor calidad y menos expuestos a la sequía.

El arado romano es un instrumento barato y sencillo de fabricar; es completamente de madera y únicamente la reja (una pieza en forma de lanza de unos 30-40 cm de largo por unos 10 de ancho) es de hierro. Aunque solo abre la tierra y no profundiza mucho, por lo que resulta poco eficaz, puede ser arrastrado por animales sin mucha fuerza y resulta suficiente para el cultivo en el mundo mediterráneo, donde su uso todavía no ha desaparecido del todo. El arado de ruedas es un invento seguramente antiguo, pero más caro y difícil de construir y que exige más fuerza de tracción; solo se generalizó cuando el aumento de población impulsó la creación de campos de cultivo permanentes. El arado de ruedas tiene más fuerza porque las ruedas sirven de punto de apoyo a la palanca que el labrador hace sobre la esteva o empuñadura del arado, de manera que los surcos alcanzan una mayor profundidad; y, además de la reja, incorpora lateralmente una pieza de madera inclinada que remueve la tierra y permite su aireamiento, hecho importante en las tierras húmedas.

A partir de los siglos VIII-X la difusión del arado de ruedas y la aparición de tres innovaciones más, todas también muy sencillas, como fueron la collera para los caballos –que permite unirlos más eficazmente al arado o al carro–, la herradura –que evita heridas y resbalones– y el molino hidráulico –que libera fuerza de trabajo–, permitieron el inicio de un gran ciclo de crecimiento agrario doblemente extensivo: se amplía la superficie cultivada en cada lugar y al mismo tiempo se ocupan nuevas regiones y se crean nuevos pueblos.

El arado de ruedas, la collera, la herradura y el molino hidráulico fueron las innovaciones más importantes en el instrumental agrario hasta la aparición de la maquinaria agrícola en el siglo XIX (empezando por la máquina de segar, hacia 1835), pero eso no quiere decir que entre medio no hubiera ningún progreso: especialmente el arado y el molino experimentaron importantes mejoras.

La vieja agricultura mediterránea y la nueva agricultura del norte tenían unas características comunes y otras específicas. La característica común más importante era el aislamiento. La población era escasa y vivía en pueblos pequeños, muy dispersos en el territorio; por otro lado, el transporte era caro y peligroso. Se trataba, por lo tanto, de economías cerradas que debían producir prácticamente todo aquello que pudieran necesitar para su subsistencia. La finalidad principal de la actividad económica no era incrementar la producción y la renta, sino asegurar la reproducción humana (cereales, vino, lana, carne, cuero, leña) y animal (pastos), así como la capacidad regenerativa de la tierra mediante los abonos y el barbecho –el descanso de la tierra un año de cada dos–. El principal problema era la competencia por la tierra entre la agricultura y la ganadería, es decir, el problema de alimentar al mismo tiempo a hombres y ganado: cuando crecía el número de hombres y se ponían más tierras en cultivo, hacían falta más animales de trabajo, aunque precisamente la ampliación de cultivos disminuía los espacios destinados al pasto.

La diferencia principal entre el mundo mediterráneo y el nórdico radicaba en la organización de la producción. En la Europa mediterránea la tierra de cultivo era poseída y explotada de forma individual. Los campos eran rectangulares en el llano e irregulares o en bancales en las pendientes. El principal problema, la alimentación del ganado a lo largo del año, se solucionaba mediante la trashumancia, que permitía equilibrar la escasez de hierba en verano en el llano y en invierno en la montaña. Bosques y pastos podían ser comunales, es decir, propiedad conjunta de los habitantes del pueblo, o señoriales, pero en todo caso estaban a disposición de los habitantes, aunque en el segundo caso era a cambio de un impuesto.

En la Europa del norte la tierra se poseía también individualmente, aunque la organización del trabajo agrícola era comunitaria: la comunidad del pueblo determinaba tanto la tierra que debía cultivarse como el producto que había que cultivar, así como cuándo debía realizarse cada operación. La tierra disponible estaba organizada en grandes campos o partidas, en cuyo interior la tierra se dividía en parcelas largas y estrechas. Todos los campesinos del pueblo debían tener como mínimo una parcela en cada campo, ya que el campo entero estaba destinado a un producto o se dejaba en barbecho.

Las partidas o campos de cada pueblo eran dos, tres o múltiplos de dos o de tres. En el primer caso, el sistema utilizado era bienal: un año se cultivaba cereal (trigo, cebada o centeno, según las zonas) y al año siguiente se dejaba descansar la tierra. Si los campos eran tres o múltiplos de tres, el sistema era trienal: se sembraba cereal de invierno un año, al año siguiente un cereal de primavera y el tercer año se dejaba descansar el campo. El sistema trienal proporcionaba una cosecha mayor a cambio de más trabajo, ya que cada año se cultivaban dos terceras partes de la superficie en vez de una mitad en el sistema bienal. Sin embargo, el cereal de invierno (trigo) solía valer el doble que el cereal de primavera (cebada, avena o cereales inferiores), de manera que el valor de la producción venía a ser el mismo. La ventaja no radicaba en el incremento de la producción sino en la dispersión del riesgo que supone disponer de dos cosechas en vez de una: el cereal de primavera, destinado en principio al alimento del ganado, podía completar la nutrición humana en caso de penuria.

La organización en grandes campos de la agricultura en la Europa del norte tenía como finalidad principal disponer de más pastos en verano, cuando la hierba es más escasa. En invierno el ganado pastaba en el campo en barbecho, al cual se añadía en verano, tras la cosecha, el campo segado (rastrojo). Por eso se denominaban campos abiertos (open fields), ya que estaban sometidos a la servidumbre del pasto comunitario.

El sistema trienal solo era posible en la Europa del norte. En el mundo mediterráneo no había suficiente humedad para la siembra de primavera, pero, a la inversa, la viña y muchas hortalizas se adaptaban mejor en el mundo mediterráneo que en el nórdico. Sin embargo, en todas partes la agricultura tradicional era poco productiva: la necesidad de obtener localmente todos los productos imprescindibles, la pobreza del instrumental (herramientas y ganado) y la escasez de fertilizantes hacían que tanto los rendimientos como la productividad fueran bajos y, sobre todo, muy irregulares.

Aunque puede hablarse de productividad de la tierra (producto por superficie) y de productividad del trabajo (producto por activo agrícola), para simplificar utilizaremos rendimiento para designar la productividad de la tierra y productividad para referirnos a la productividad del trabajo.

Introducción a la historia económica mundial (2ª ed.)

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