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3.3.1 Las sociedades feudales

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La caída del Imperio romano hizo imposible a la larga mantener el sistema esclavista que había sido la base de su economía. Un sistema esclavista solo es posible si se aseguran aportaciones relativamente constantes de esclavos mediante el ejército (prisioneros o pueblos vencidos) o la piratería, y si existe un estado lo bastante fuerte para evitar su fuga. Ninguna de estas condiciones se daba tras la caída del Imperio, de modo que la explotación de la mayor parte de la población por parte de los grupos dominantes se produjo por medio de una nueva forma de organización de la sociedad y del trabajo que se conoce como feudalismo.

El feudalismo fue el sistema político, social y económico predominante en las sociedades europeas desde el siglo XI hasta la Revolución Industrial. Sus principales características son:

1 Desde el punto de vista político, la apropiación y privatización del poder público y de sus fuentes de ingresos (impuestos, tierras...) por parte de los detentores de cargos públicos (condes, marqueses...), de instituciones eclesiásticas (catedrales, monasterios...) y de grandes propietarios, que se convertían así en señores de tierras y hombres. La idea de estado se mantiene, pero el poder del monarca dependía sobre todo de las tierras y los hombres que dominaba como propietario o señor feudal.

2 Desde el punto de vista jurídico, la norma principal es la desigualdad legal: los hombres no son iguales ante la ley (los señores tienen derechos y los súbditos deberes). Además, la privatización del poder público implica también la apropiación del ejercicio de la justicia por parte de los señores, lo que les permite ser juez y parte y, por lo tanto, practicar casi impunemente la coacción y la violencia.

3 Desde el punto de vista económico, la característica principal del feudalismo es que los señores retienen derechos de propiedad sobre la tierra del señorío, en gran parte repartida en explotaciones familiares, que era la forma más eficaz de organizar el trabajo agrícola dadas las condiciones políticas y económicas de la época (Bois, 1976).

Los señores feudales, amparándose en el ejercicio del poder y la fuerza (eran los únicos que disponían de armas y sabían manejarlas) y en sus derechos de propiedad sobre la tierra (originarios o arrebatados), imponían a los campesinos una serie de prestaciones en trabajo y de pagos en dinero o en especie. El conjunto de estas prestaciones constituía la renta feudal.

La situación de los campesinos respecto al señor y a la tierra era muy variada. En cuanto a la dependencia personal, el espectro abarcaba desde siervos, que dependían personalmente del señor y tenían poca libertad individual (estaban obligados a servir al señor y normalmente no podían abandonar la tierra), hasta los hombres libres. Respecto a la tierra que cultivaban, los campesinos podían encontrarse en condiciones de absoluta precariedad, es decir, el señor les podía privar de ellas cuando quisiera, aunque también podían llegar a ser prácticamente propietarios, sometidos únicamente al pago de la renta feudal.

La diferencia entre el esclavo y el siervo era básicamente jurídica: el esclavo no era considerado una persona sino una bestia hablante, hasta el punto de que el propietario era responsable de los actos de sus esclavos. En principio, el propietario tenía derecho a matar a sus esclavos, que no se podían casar y cuyo testimonio no era válido en un juicio. El siervo, en cambio, a pesar de estar sujeto a su señor, que podía maltratarlo, disponía de personalidad jurídica, es decir, podía formar una familia, acudir a juicio y disponer de bienes propios.

La renta feudal permitía al señor apropiarse de parte de la producción y el trabajo de los campesinos: estos tenían que entregar una parte (fija o proporcional) de la cosecha, denominada normalmente censo, así como otros productos (gallinas, huevos, quesos, jamones...) y pequeñas cantidades de dinero en momentos varios y por diversas razones. Asimismo, los campesinos debían participar en el cultivo de las tierras del señor (reserva señorial). Otra imposición feudal era el diezmo, un impuesto creado teóricamente para mantener a la Iglesia, fijado en una décima parte de las cosechas. A pesar de su finalidad, solían cobrarlo los señores feudales, y en todo caso siempre revertía en favor del estamento feudal, dado que sus miembros ocupaban los altos cargos eclesiásticos. A cambio, el campesino podía disponer de tierra propia (tenencia campesina) y organizar su explotación; la parte de la cosecha que quedaba tras satisfacer todas las imposiciones pasaba a ser de su propiedad.

A partir de esta situación original relativamente homogénea en el conjunto de Europa, el sistema feudal experimentó cambios en sus dos aspectos básicos: la dependencia personal y la propiedad de la tierra. Estas transformaciones fueron muy lentas, desiguales e incompletas, con grandes diferencias incluso en una misma zona. En la Europa occidental se tendió a sustituir las prestaciones en trabajo y las entregas de parte de la cosecha por pagos fijos en moneda (monetización de la renta), a menudo acompañados de la introducción de nuevas imposiciones. Paralelamente, los campesinos fueron consiguiendo en muchos lugares el pleno dominio de las tenencias, que se transformaban así en establecimientos. El establecimiento comportaba una cesión de la tierra a largo plazo o incluso indefinida. La forma más evolucionada del establecimiento era la enfiteusis o establecimiento enfitéutico, contrato indefinido que implicaba de hecho el reparto de los derechos de propiedad sobre la tierra: el señor conservaba el llamado dominio eminente (o directo), que le daba derecho a percibir los censos y prestaciones que pesaban sobre la tierra o el bien inmueble y a recuperarlos en caso de abandono o de falta de pago. Por su parte, el enfiteuta debía pagar una entrada y se comprometía a mejorar el bien; a cambio, recibía el dominio útil, es decir, la posesión de la tierra y el producto de la explotación, una vez satisfechas las exacciones señoriales; podía dejar la tierra en herencia, cederla a otros cultivadores, empeñarla o venderla. El dominio eminente (del señor) se reducía a una especie de hipoteca perpetua sobre la tierra.

Esta evolución de la Europa occidental contrasta con la situación de la Europa del este, donde muchos territorios llegaron al siglo XIX con un régimen feudal que todavía comportaba prestaciones en trabajo, pagos de partes de cosecha e incluso servidumbre. De hecho, la característica principal del feudalismo es la ausencia de norma, el particularismo, y por lo tanto una gran variedad de situaciones.

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