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ESCENA VII

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Señor Eulogio y la Señá Ignacia. La señá Ignacia sale de su casa y empieza a descolgar algunas sillas de las que había como muestra en la puerta.

Eulogio.—¡La señá Ignacia! ¡Yo le hablo en favor de Venancio! ¡Esta es la ocasión! (Se acerca a ella.) ¡Que sea enhorabuena!

Ignacia.—¿Está usted de chunga?

Eulogio.—Lo que estoy es que he visto que es usté una de las madres más maternales que hay, que no consiente usté que le tomen la cabellera a su señora hija...

Ignacia.—¡Y dígalo usté! Epifanio tié narices porque yo no tengo pelos en la cara, que si no... ¡qué se había de reir ese ganso de nosotros!

Eulogio.—¡Ahí voy! Señá Ignacia, yo les aprecio a ustés y quiero que sepa usté una cosa que se me está pudriendo aquí dentro.

Ignacia.—¿Qué cosa es esa?

Eulogio.—Que eso de que no hay ningún hombre que se arrime a la Isidra por miedo de Epifanio eso es un cuento de las mil... y pico de noches.

Ignacia.—¿Que no es verdad? (Con extrañeza.)

Eulogio.—Yo conozco a uno que la quiere a cegar, y que no le tiene miedo a nadie... más que a ella.

Ignacia.—¿Y quién es ese?

Eulogio.—¡Venancio!

Ignacia.—¿Qué Venancio? ¿El panadero?

Eulogio.—¡El mismo!

Ignacia.—Pues no me he fijao en lo más mínimo. ¿Y la Isidra lo sabe?

Eulogio.—De seguro que lo ha notao; pero alocá con el otro... no ha estao pa más reparos. Y diga usté que Venancio, en cuanto al físico, no le diré yo a usté que sea un Adonis, ni un Romeo y Julieta; pero en lo tocante a hombría de bien, ríase usté de Guzmán el Bueno y de San Homobono, señá Inacia...

Ignacia.—¡Honrao creo que es!

Eulogio.—¡Que si lo es! El año pasao, cuando tuve la pulmonía y me encontré sin amparo y más solo que un sombrero hongo, él fué la única persona que se me arrimó al lecho del dolor de costao y me dijo: “¡No se apure usté, abuelo, que aquí estoy yo!...” Y esas palabras las tengo grabás en bronce aquí dentro, y como sé que revienta por la chica, poco he de poder u los vinculo, si usté me lo consiente...

Ignacia.—¿Que si yo lo consiento?... ¡Sí, señor! ¡Ojalá tenga usté poder pa eso!

Eulogio.—¡Yo lo arreglo todo! ¿Y sabe usté cómo?

Ignacia.—¡Chist! ¡Chist! ¡Calle usté; que sale la Isidra!

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