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ESCENA VIII
ОглавлениеDichos, Isidra de la casa. Luego Baltasara en el balcón. Sale con un lebrillo de ropa recién lavada, que tiende en las cuerdas que habrá colocadas en la barandilla. Al sacudir y al escurrir la ropa debe oir el público el ruido del agua que cae a la escena.
Isidra.—¡Pero madre, no se duerma usté, que son las once!
Ignacia.—Pues anda, anda, ayúdame a entrar tóo esto. (Descuelga sillas, que va entrando Isidra.)
Baltasara (Sale al balcón, coge del lebrillo una de las prendas de ropa y la sacude antes de tenderla. Cantando.)
“Las mujeres incorrutas
que se estiman por honrás...”
(Sacude y moja al señor Eulogio, que se levanta sorprendido.)
Eulogio.—¡Eh!... ¡Eh!... ¡Chist!... ¡Oye, tú, incorruta!...
Baltasara.—¿Qué pasa, maestro?
Eulogio.—Na; que u sacudes pa otro lao, u me compras un impermeable; ¡tú verás!...
Baltasara.—¡Estaría usté mu feo con el hule! (Vuelve a escurrir y prende la ropa en la cuerda con un alfiler.)
Eulogio (Apartándose como si se sintiera mojado.)—¡Oye, tú: haz el favor, que me estás mojando el chagrén!...
Baltasara.—¡Ande usted, y que le den dos duros, hombre!... (Sigue sacudiendo y tendiendo.)
Eulogio.—¡Na, esperaremos que pase la nube! (Se aparta.)
Baltasara.—¿Y qué le parece a usté mi balcón, señá Ignacia?
Ignacia.—¡Eso estaba mirando, chica!... ¡Ni el botánico!... ¡Vaya una de flores!
Eulogio.—Misté la enredadora, digo, la enredadera... Cudiao que trepa, ¿eh?...
Baltasara.—Y misté qué dos tiestos de claveles. Oye, Isidra, ¿a que no sabes quién me los ha regalado?
Isidra.—¡Qué sé yo!... ¡Tiés tanto conocimiento!...
Baltasara.—Pus, Epifanio.
Isidra.—Epifa... (Movimiento de contrariedad.) ¡Caramba, qué suerte!... (Con fingida sorna.)
Baltasara.—Supongo que no te enfadarás, porque yo sentiría...
Isidra.—¿Yo?... ¡Como si te quiere regalar la quinta del Atanor!...
Baltasara.—Chica, yo no quería admitirlos; pero como me han dicho que habíais roto...
Ignacia.—¡Claro, has recogío tú los tiestos!
Baltasara.—¡No, y luego, créame usté, que lo sentí... porque tuve que oir lo que quiso hablar!... ¡y anda diciendo unas cosas de ti, que chica!...
Isidra.—¿De mí? ¿Qué dice de mí? (Con energía.)
Ignacia.—¿Qué es lo que tié que decir de mi hija?...
Baltasara.—¡Pero no se sofoquen ustés, caramba! ¡Si yo lo sé! ¡Vaya, hasta otro rato! (Entra y cierra el balcón.)
Eulogio.—¡Adiós, cinematógrafo!
Ignacia.—¿Pero está usté oyendo? ¡Le digo a usté, señó Eulogio, que debía venir la viruela!...
Eulogio.—Pero, ¿qué adelantábamos, si esa está revacuná?
Ignacia (A la Isidra que llora en silencio y se limpia las lágrimas.)—¡Oye... tú! Pero, ¿qué haces? ¡Pus no está llorando!... ¡Pero Isidra!...
Isidra.—¡Déjeme usté, madre, déjeme usté!...
Ignacia.—Pero, ¿ve usté?...
Eulogio.—Pero, ¿qué quié usté que haga la infeliz?... ¡Vamos, que si fuera hija mía!... ¡Na, que le digo a usté, señá Ignacia, que su marido de usté es de clases pasivas! ¡Si ésta me tocara lo más mínimo... tiros había aquí!...
Ignacia.—¡Y tú ten formalidad algún día, y olvida ya de una vez a esa mala peste de hombre!... ¡Olvídalo!...
Isidra.—¡No quiero!... ¡No quiero olvidarlo... pa no dejar de aborrecerlo!... ¡Si yo no lloro por él!... ¿A mí qué? Si es la hiel y la rabia, que me ahogan de pensar que no tengo quién me defienda...
Eulogio.—¡Pero ven acá, so lila! Si tú has despreciao a tóos los que te se han arrimao... ¿quién va a defenderte? ¿U es que quieres que te defiendan por teléfono?...
Isidra.—Los he despreciao, porque yo he querido a ese hombre a cegar y no podía querer a otro, pero hoy...
Eulogio.—Hoy, ¿qué?
Isidra.—Créame usté, señó Ulogio, que hoy le haría caso al que se me acercara, a cualquiera que pase, al primero que llegue... (Con energía.)