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El Caballo y el Hombre


Sello postal: Razas equinas I

Uno de los seis sellos que integra la hoja block conmemorativa “Razas equinas I”. Viñeta: caballo de raza criolla; impresión offset multicolor. Leyenda: “CRIOLLA”. Valor: 50c. Fecha de emisión: 7 de octubre de 2000.

Historia

Desde los albores de la humanidad existe una íntima relación entre el hombre y el caballo. Jinete y cabalgadura se han amalgamado hasta alcanzar una unidad, tal la figura mitológica del Centauro. Hay muchas historias que contar acerca de la relación hombre–caballo, no todas ciertas o comprobables, no teniendo evidencia de que hayan ocurrido, relataremos algunas sobre las cuales, al menos, existen testimonios escritos.

El historiador romano Suetonio (Cayo Suetonio Tranquilo) en su biografía de Calígula (Gaius Julius Caesar Augustus Germanicus), en La Vida de los doce césares, relata que este despiadado y estrafalario gobernante planeó nombrar cónsul a su caballo Incitatus. Al parecer, Calígula amaba a los animales, especialmente a los caballos y, aún con más devoción, al suyo. La caballeriza en donde descansaba Incitatus era de mármol, y de marfil los recipientes donde colocaban su comida; dieciocho criados se ocupaban de atenderlo personalmente: lo acariciaban sin descanso, ordenaban los collares de piedras preciosas que colgaban de su cuello y su lecho estaba cubierto con mantas de color púrpura, el color reservado a la familia imperial.

Nacido en Hispania, Incitatus, que era caballo de carreras, participaba en competiciones en el hipódromo de Roma; la noche anterior al evento, Calígula dormía con él y decretaba un silencio general, bajo pena de muerte, en toda la ciudad. Todo para que el animal descansase adecuadamente. Incitatus ganó todas las carreras en que participó, sólo perdió una. Indignado, Calígula ordenó a sus verdugos que torturasen lentamente, hasta matarlo, al infeliz jinete que había conducido al caballo ganador. Suetonio añade que Calígula planeó nombrar cónsul a Incitatus como un modo de demostrar el desprecio hacia las instituciones públicas del Imperio.25

Plutarco de Queronea, biógrafo e historiador griego, relata la relación de Alejandro Magno con su caballo Bucéfalo. Era fama que en la región de Tesalia se criaban los mejores caballos, sucedió que una vez se presentó ante Filipo II (padre de Alejandro Magno) un tesaliano llamado Filónico para ofrecerle en venta un caballo, de color negro azabache con una mancha blanca en la frente, llamado Bucéfalo. El animal despertaba el asombro de todos por su belleza y poderío. Lo cierto es que resultó ser tan rebelde e indómito, que ninguno de cuantos intentaron dominarlo lo consiguió. Filipo estaba ya dispuesto a ordenar que se llevase el caballo por ser enteramente salvaje, cuando Alejandro, que estaba presente dijo que el animal era magnífico y criticó a cuantos se habían acercado al caballo, agregando que lo iban a perder por falta de arte para dominarlo.

Filipo reprendió a Alejandro argumentándole que (por su juventud) él tampoco podría ni sabría dominarlo, a lo que éste desafió sosteniendo que sabría llevarlo mejor que los otros. Filipo entonces le preguntó qué apostaría si acaso fallara, a lo que el joven Alejandro prometió pagar el precio del caballo. Fue así que, sin hacer caso a las risas y comentarios, se encaminó hacia Bucéfalo, lentamente, con mucho cuidado. Llegado hasta él lo tomó suavemente de las bridas, después y siempre con la mayor calma, lo colocó de cara al sol, porque pensaba que el caballo se asustaba de ver su sombra proyectada en el suelo; lo palmoteó y acarició durante un buen rato para calmarlo y, viendo que el caballo se mostraba fogoso e impaciente, Alejandro se fue quitando poco a poco el manto que lo cubría, para montar luego de un salto. Una vez montado tiró un poco del freno, mas sin castigar al animal, y teniéndole así sujeto algunos momentos, no sólo le dio rienda suelta al caballo, que ardía por correr, sino que lo espoleó lanzándole a la carrera. Alejandro cabalgó a Bucéfalo como si bestia y jinete fueran uno sólo. Cuando Alejandro condujo de regreso a Bucéfalo al punto de partida, Filipo, acariciándole la cabeza, le dijo “Busca, hijo mío, un reino adecuado para ti, porque en Macedonia no cabes”. Tal el destino de grandeza que le auguraba. Tiempo después puso la educación de Alejandro bajo la tutela del filósofo Aristóteles.

La campaña en Asia de Alejandro se inició en el 335 a.C. Bucéfalo lo acompañaría hasta la batalla contra Poros, en Paura26 a orillas del río Hidaspes en el 326 a.C. Esta sería la última gran batalla librada por Alejandro y también para Bucélafo, que murió en la misma. Alejandro honró con honores a su caballo, haciendo levantar una ciudad, a orillas del río, que llevase su nombre: Alejandría Bucéfala.27

Para sus seguidores, Juan Facundo Quiroga, el Tigre de los llanos, como lo apodaban, se movía entre la realidad y la magia. La relación con su caballo Moro fue célebre, se decía que el instinto del animal le indicaba cómo debía pelear o por dónde atacar primero y que el general entendía y obedecía las señales de su caballo. Eso y tanto más creían.

En el invierno de 1829, las tropas de Quiroga y las del general Paz se cruzaron en La Tablada, una tremenda y agotadora batalla que haría reconocer al vencedor unitario: “me he batido con tropas más aguerridas, más disciplinadas, pero más valientes jamás”. Los federales perdieron. ¡Por algo Moro no quiso dejarse montar por Quiroga ese día! Dos años después, un afortunado tiro de bolas hizo caer prisionero al general Paz y al brigadier Estanislao López quedarse con la provincia de Córdoba. En tránsito por Catamarca, Quiroga se enteró de la noticia y también que López se había apropiado de su caballo Moro. Y aquí comienza una historia, casi increíble. Quiroga era por sobre todas las cosas un hombre de a caballo, y tanto amó a su caballo favorito, el oscuro Moro, que su despojo tuvo consecuencias en la política de la época.

Cuando López ocupo Córdoba, después de la prisión de Paz, uno de sus oficiales rescató el caballo de Quiroga de entre los rezagos del ejército unitario y se lo brindó a López. Éste lo usó un tiempo, luego lo hizo llevar a Santa Fe, su provincia. Cuando Quiroga se entera que su general en jefe se ha quedado con su caballo, explota de ira: ¡Pelear teniendo como jefe a ese gaucho ladrón…! Brama. Al día siguiente anuncia secamente a López su renuncia al mando de la División de Auxiliares de los Andes. Al mismo tiempo escribe a Rosas explicándole las causas de su determinación, éste, a su vez escribe a López pidiéndole que arbitre una solución honorable al asunto. López responde que: “nunca creyó que un caballo que le regalaron en Córdoba fuera el célebre Moro —“Piojo” como él lo había bautizado— de Quiroga, pues mejores se compran por cuatro pesos… Lo he mandado a una isla junto con otros mancarrones, pues es un animal infame en todas sus partes… por supuesto, no tiene inconveniente en devolverlo a Quiroga, aunque —insiste— es un caballo ordinario”. La semilla del rencor estaba plantada y se agravaría desde entonces.

Rosas, convertido en árbitro, sacará partido de esta rivalidad, sumando al riojano a su posición. Hombre de campo él también, comprendió desde el principio lo que significaba para Quiroga la pérdida de su caballo, lo que no alcanzaba a imaginar era la función esotérica que los seguidores de Quiroga le asignaban. Rosas, entonces, acudió a la intermediación de su primo Tomás de Anchorena, para disuadir a Quiroga que desistiera de su renuncia al mando de la División de Auxiliares de los Andes. Quiroga respondería en los siguientes términos, que ponen en evidencia su estado emocional, “… pasarán siglos —dice refiriéndose a Moro— para que salga otro igual… no soy capaz de recibir en cambio de ese caballo el valor que contiene toda la República Argentina…”.28

25 Suetonio: La Vida de los doce Césares, Editorial Atlántida, 1943 (biografía de Calígula)

26 Paura, reino indio ubicado en el Punyab que hoy día es parte de Pakistán cerca del río Jhelum, tributario del río Indo.

27 Plutarco, Grandes Figuras de Grecia, Editorial Atlántida, 1957 (biografía de Alejandro)

28 Fuentes consultadas: Correspondencia entre Rosas, Quiroga y López, Hachette, 1958; Domingo Faustino Sarmiento: Facundo, Ediciones Selectas, 1965; Félix Luna: Los caudillos, Planeta, 2000.

El sello y la pluma

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