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El pensamiento económico de Belgrano


Sello postal: Centenario del fallecimiento del Gral. Manuel Belgrano

Sello conmemorativo emitido con motivo del primer centenario del fallecimiento de Manuel Belgrano. Viñeta: busto de Belgrano; impresión offset en verde y azul. Leyenda: “Gral. MANUEL BELGRANO – CENTENARIO DE SU MUERTE 1820-1920”. Valor: 12cts. Fecha de emisión: 18 de junio de 1920.

Historia

¿Quién era Belgrano? Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano y Peri, tal su nombre completo, nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770, estudió en el Real Colegio de San Carlos, posteriormente estudió Leyes en la Universidad de Salamanca, España. Políglota, hablaba francés, inglés, portugués, latín, además de su lengua de origen. Regresó a Buenos Aires en el año 1794 designado por la Corona para ejercer como Secretario del Real Consulado.

La función del Consulado era proponer iniciativas que fomentaran el comercio, la infraestructura y las artes y ciencias. Rara vez Belgrano logró la aceptación de las Memorias que elevaba a la Corona. En el plano institucional, el virrey ejercía lo que podríamos llamar el “poder ejecutivo”; en orden de importancia lo seguía la Audiencia —Buenos Aires dependía de la Audiencia de Charcas—, una suerte de cámara de justicia y finalmente estaba el Cabildo, que oficiaba de gobierno municipal.

En el año 1776, la Corona española crea el virreinato del Río de la Plata, que abarcaba al Río de la Plata (ambas márgenes), Paraguay, Charcas (Alto Perú), Tucumán y Cuyo. Hasta ese momento, tanto Buenos Aires como la Capitanía de Chile dependían de Lima. (Nótese que Chile quedaba con una jerarquía inferior a Buenos Aires). La separación y creación de un nuevo Virreinato tenía sus motivos. Las riquezas que se explotaban en las Colonias salían por el Pacífico, que era la ruta obligada hacia la Metrópoli, para lo cual debía circundarse el continente por el Cabo de Hornos, de muy peligrosa travesía. Tentar la ruta atlántica por el norte del continente sudamericano o el caribe tampoco era sencillo para los españoles, ya que en esos puertos predominaban los ingleses, franceses, portugueses, holandeses y campeaba la piratería. Las rutas terrestres eran arduas y costosas, de allí la relevancia del dominio navegable de los ríos interiores que desembocaban al Río de la Plata, y la importancia comercial que adquiría entonces el puerto de Buenos Aires.

El mercantilismo era la política económica que la Corona practicaba en las Colonias, consistente en extraer las riquezas, especialmente metales preciosos: oro y plata y materias primas, e introducir a cambio los productos manufacturados en la Metrópolis; ejerciendo un comercio monopólico y proteccionista que expoliaba a las Colonias en exclusivo beneficio de España. El mercantilismo fue la política económica predominante en Europa entre los siglos XV y XIX. Pero el paradigma estaba cambiando, de a poco se imponían las ideas de libre comercio. Surgirán entonces las ideas fisiocráticas29 que proponía Francois Quesnay contra toda regulación estatal, fundada en que la política económica mercantilista contrariaba las “leyes naturales”. Belgrano, adhirió a estas ideas.

El tipo de mercantilismo que España implantó en las Colonias adquirió la forma de un vínculo de intereses entre un Estado ubicuo: la Corona y una elite de comerciantes y productores privilegiados y excluyentes, que actuaban corporativamente y monopolizaban la actividad. Aunque muchos de ellos posteriormente jugarían un papel importante en los hechos de la emancipación. Otro grupo fuerte eran los hacendados, la ganadería era la actividad más rentable: cueros, sebos, tasajo (carne salada) eran los productos exportables, pero, por su dispersión, nunca lograron formar un cuerpo institucional estable y debieron depender de representantes —cómo lo fue Mariano Moreno en su momento—. Ambos, comerciantes y hacendados se constituyeron en fuertes grupos de presión.

La producción manufacturera era escasa y tosca y no podía competir con los productos europeos, finos y baratos. La industria textil, rudimentaria, sólo confeccionaba telas de bayeta rústica. Hasta los ponchos venían del exterior. La industria naval de pequeñas embarcaciones estaba monopolizada por un reducido gremio de carpinteros altamente corporativo. La agricultura no tenía ningún incentivo de la Corona para su fomento. Se cultivaba lo necesario para el consumo interno, siendo los costos de fletes de carretas y la navegación del atlántico, obstáculos insalvables para el comercio exterior frente al bajo valor del grano. Vinos y aguardientes que la región de Cuyo producía en forma importante, estaban sujetos a prohibiciones de exportación.

A través de iniciativas plasmadas en las Memorias, Belgrano intentó mejorar el comercio por medio de su apertura, fomentar la industria y sobre todo la agricultura, abrir academias de enseñanza de artes y oficios. Nunca fueron atendidas. El Consulado quedó sometido a una fuerte disputa interna entre quienes se beneficiaban del estatus vigente y los que querían un cambio. Sin embargo, Belgrano divulgó sus ideas económicas a través de El telégrafo mercantil y el Semanario de agricultura. Luchador incansable por la libertad de comercio y de empresa, y contrario al aislamiento, el contrabando y la corrupción decía: “jamás podrá existir un Estado luego que la corrupción se ha instalado en él, faltándole el respeto a toda ley… en tal situación todo será ruina y desolación”.

Estando la agricultura atrasada con respecto a los países europeos, tanto desde el punto de vista tecnológico como de la organización de los capitales, Belgrano desde el Consulado propugnaba por ampliar las áreas cultivables, modernizar los útiles de labranza e instruir a los agricultores sobre los conocimientos básicos para potenciar la producción, tales como: la rotación de cultivos, sistemas de riego y abono de la tierra. También planteaba la idea de forestar —con especial énfasis el Curupai, árbol cuya corteza era utilizada para el curtido de cueros— y de evitar la tala indiscriminada sin replantación. Paralelamente fomentaba la producción de cueros y la industria de telares de lana y algodón, para sustituir y abaratar la importación de géneros y aplicarla a la confección local, aunque fuera rudimentaria. En el plano de la enseñanza propuso la escuela primaria gratuita para niñas y niños y la creación de las academias de náutica, comercio y dibujo.

Casi sin excepción, la Corona fue renuente a aceptar esas iniciativas. España se obstinaba con su política mercantilista. En el año 1809, las arcas estaban exhaustas. El virrey Cisneros planteó la necesidad de abrir el comercio, pero tuvo la fuerte oposición de los comerciantes peninsulares. En apoyo de la iniciativa estuvo el Consulado en cabeza de Belgrano, también los hacendados representados por Moreno y, dubitativamente el Cabildo. El decreto signando la apertura del comercio duró poco, pero sentó las bases de un nuevo sistema que rompía con las ideas existentes. También fue uno de los motivos de la gesta emancipadora.

Belgrano concebía la propiedad privada como el fundamento esencial del orden económico, decía: “… sin la certidumbre de que el agricultor gozará de sus frutos, no habrá incentivos y el suelo quedará inculto”. Pensaba que debía favorecerse la libertad de comercio, sostenía: “… la agricultura es el verdadero destino del hombre… pero ¿qué sería de la agricultura sin el comercio?... el gobierno no debe restringir el comercio internacional ni regular la producción interna… no hay política de comercio interior y exterior más segura que la libertad plena de concurrencia a los mercados”. Sobre el capital decía: “… el dinero es un fruto idéntico a los demás, que se mueve hacia donde hay mayor provecho, según la oferta y la demanda...”, lo consideraba fungible. Contra las prácticas monopólica y corporativas decía: “… con ello impiden la competencia y ponen obstáculos a la industria, quitando posibilidades de trabajo al pueblo”.

29 La escuela fisiocrática, fundada por Francois Quesnay (1694 – 1774) médico y economista, sostenía que la agricultura era la única actividad realmente productiva, de la que dependían todas las demás. En consecuencia, había que fomentar un desarrollo económico basado en una agricultura altamente capitalizada y tecnificada, y para ello proponía una política económica liberal: libertad de precios y de mercado, libertad de empresa y de cultivos, libertad de circulación y de comercio, reducción de las barreras aduaneras, simplificación del sistema tributario reduciéndolo a un único impuesto sobre la renta de la tierra.

El sello y la pluma

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