Читать книгу El sello y la pluma - Carlos Ibañez - Страница 8
ОглавлениеAntonio Berni
–Pintor de marginados–
Sello postal: Centenario del nacimiento de Antonio Berni
Hoja block que integra la serie emitida en conmemoración del centenario del nacimiento del pintor argentino Antonio Berni. Viñeta: obra “Manifestación” del año 1934; impresión offset multicolor. Leyenda: “ANTONIO BERNI 1905-1981 “MANIFESTACIÓN”, 1934”. Valor: 75c + 75c. Fecha de emisión: 12 de marzo de 2005.
Historia
Delicio Antonio Berni nació el 14 de mayo de 1905 en la ciudad de Rosario. Su padre Napoleón Berni, inmigrante italiano ejercía el oficio de sastre, su madre Margarita Pico era costurera, oriunda de Santa Fe. En los tempranos años de su vida, recuerda el mismo Berni, “… mi padre había alquilado un local a un italiano inmigrado igual que él, que tenía una librería. Entonces la clientela era escasa y este hombre se la pasaba todo el día dibujando, viéndolo, yo me puse a hacer los mismo… él habrá visto algo especial en mí porque recuerdo que le dijo a mi padre que yo tenía “un don especial para el dibujo” y le aconsejó que me mandara a estudiar… yo tendría 10, 11 años. Este hombre conocía un taller de vitrales de unos catalanes; la firma era Buxadera y Cia… él o mi padre hablaron y me tomaron”. Berni ingresa como aprendiz al taller de vitrales, “fileteaba y arreglaba vidrios en horas en que la escuela primaria me lo permitía, luego pasé a la categoría de ayudante, lo que significó un mejor sueldito. En aquel taller trabajaba un pintor catalán Eugenio Fornells”. Luego comenzaría a tomar clases con el mencionado pintor Eugenio Fornells y con Enrique Juan Munne en el Centre Catalá de la ciudad. A los catorce años, con el apoyo de Fornells expuso diecisiete óleos y ocho retratos al carbón. Fue su primera muestra individual, comentada elogiosamente por periódicos y revistas de Rosario. Al año siguiente las galerías Witcomb le pidieron obras para exponer en Buenos Aires.
Cinco años más tarde viaja a Europa con una beca del Jockey Club de Rosario y, tras una breve estadía en Madrid, se instala en París, donde estudia en los talleres de André Lhote y de Othon Friesz. Su constante curiosidad lo lleva a experimentar en diversas direcciones durante este período de formación; así, entra en contacto con importantes movimientos plásticos de avanzada y frecuenta las bohemias artísticas, donde conoce a Horacio Butler y Héctor Basaldúa, entre otros artistas. Después viajará por Italia, Bélgica y Holanda. En 1927 Berni regresa a su ciudad natal, pero al poco tiempo vuelve a París con otra beca, esta vez otorgada por el gobierno de la provincia de Santa Fe. Asegurada la subsistencia, aprende técnicas de grabado en el Atelier de la Grand Chaumière; allí conoce a Paule Cazenave —estudiante de escultura y secretaria del escritor socialista Henri Barbusse—, con quien se casa a fines de 1929.
Durante esa época recibe estímulos de la Scuola Metafísica y también del movimiento surrealista, al que consideraba “toda una visión nueva del arte y del mundo, la corriente que representaba a toda una juventud, su estado anímico, su situación interna después de terminada la Primera Guerra Mundial. Era un movimiento dinámico y realmente representativo … un campo de experimentación para mí”.
En 1930 Berni regresa al país, que se halla sacudido por el golpe cívico militar del general Uriburu; la situación imperante marcará una impronta en su obra artística. Dicha transformación tiene lugar en un contexto mundial afectado por nacionalismos y crisis económicas que, en nuestro país, se ve agravado por el derrocamiento de un gobierno democrático. Expresa Berni: “Cuando regreso de Europa, me integro e identifico con el mundo del cual soy originario, del cual no he tenido tiempo de desarraigarme… Así que yo no hice más que asumir como artista mi compromiso con el país. El artista está obligado a vivir con los ojos abiertos y, en ese momento, la dictadura, la desocupación, la miseria, las huelgas, las luchas obreras, el hambre, las ollas populares, eran una tremenda realidad que rompía los ojos”.
La revolución de 1930 había provocado el derrocamiento de un gobierno constitucional legitimado por el voto democrático, en manos de golpe cívico militar que fue convalidado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Un acontecimiento catastrófico por las consecuencias que tuvo a futuro para el sistema democrático de nuestro país. Aunque pasaba por una etapa de mediocridad Yrigoyen era un hombre honesto. En su gestión de gobierno intentó arbitrar entre intereses contrapuestos de la comunidad, tratando de introducir un poco más de justicia social en la distribución de los ingresos, y de llevar a cabo una política económica más orientada a lo nacional. Había emergido una incipiente clase media. Pero, su figura estaba desgastada y él envejecido.
La intención conspirativa estaba presente y era fogoneada por algunos diarios. Yrigoyen sufrió un atentado al salir de su casa, rumbo a la Casa Rosada, su agresor fue muerto por la custodia. Había un clima de violencia política. En septiembre renunció el ministro de Guerra, impotente para contener la conspiración. La mecha estaba encendida, el 4 de septiembre hubo manifestaciones donde se produjo una víctima fatal; se dijo que era un estudiante (luego resultó ser un empleado bancario). El estudiantado se levantó en huelga. El general Uriburu se sublevó y avanzó sobre Buenos Aires con los cadetes del Colegio Militar; era una fuerza escasa, pero ya no había capacidad de resistencia. Yrigoyen, que estaba enfermo, delegó el mando en el vicepresidente Martínez. Finalmente, Uriburu, luego de un breve tiroteo, llegó al Congreso y obligó al vicepresidente a dimitir.
Estos fueron los hechos. Las consecuencias han sido las sucesivas rupturas de los ciclos constitucionales que hemos sufrido hasta el año 1983. Un período ominoso para las instituciones de nuestro país.
La aguda crisis económica y social de ese entonces impulsa a Berni a redefinir sus planteos estéticos. En 1933 funda, con otros artistas, el grupo Nuevo Realismo, tendencia que define como “un determinado tipo de humanismo” y con el cual busca abordar “el drama de los pueblos de América Latina hundidos en el coloniaje”, para concentrarse en una ética de las relaciones sociales y una observación crítica del poder. Los grandes óleos que pinta Berni formarán, en adelante, una galería de los desheredados y oprimidos argentinos de la época.
El andamiaje intelectual del artista, producto de la experiencia vivida hasta ese momento, se conmueve con la contrastante realidad nacional, que le presenta la tragedia rural de chacareros empobrecidos y peones sin trabajo, las huelgas y las luchas obreras. Él sostenía: “… pienso que la lectura política de mi obra es fundamental, que no se la puede dejar de lado, y que si se la deja no puede ser comprendida a fondo, es más, creo que una mera lectura esteticista sería una traición”. En suma, para Berni el arte político no sólo indaga la realidad, sino que además la cuestiona y la muestra.
A fines de la década del 50, empieza a ocuparse de los marginados que habitan la periferia urbana. Pero se sirve, para ello, de una rara trasmutación de materiales de desecho, a los cuales da nueva vida por medio de collages. Crea dos personajes arquetípicos de los migrantes internos, moradores de las villas miseria distribuidas en el Gran Buenos Aires, son: Juanito Laguna y Ramona Montiel, que abandona la periferia convertida en prostituta. Con estas obras obtiene, en 1962, el Gran Premio de Grabado de la XXXI Bienal de Venecia. En una entrevista realizada días antes de su muerte, el 13 de octubre de 1981, expresa claramente su compromiso como artista: “El arte es una respuesta a la vida. Ser artista es emprender una manera riesgosa de vivir, es adoptar una de las mayores formas de libertad, es no hacer concesiones. En cuanto a la pintura, es una forma de amor, de trasmitir el amor a través del arte”. En 1976 había dicho “Si no hay amor que transmitir, no hay pintura, no hay arte, no hay nada”. 11
11 Fuentes consultadas: Textos de los Volantes filatélicos N° 831 del 5 de junio de 1999 y N° 995 del 12 de marzo de 2005. Héctor J. Zinni: La Ciudad oculta – Memorias de Rosario – Homo Sapiens Ediciones, 1999, Pág. 135/138.