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Discurso y práctica social y política

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No es interés de este trabajo transar una discusión con las nuevas corrientes historiográficas inscritas en el pensamiento posmoderno, en el giro lingüístico o en el análisis crítico del discurso. Por su parte, busca encontrar argumentos que respondan de manera esencial la pregunta de por qué los actores se comportan como se comportan. De ahí que el autor explore sobre enunciados explicativos que sean útiles a la investigación en relación con la pregunta, lo que puede conducir a una apropiación arbitraria de órdenes argumentativos construidos en un contexto explicativo particular, puestos al servicio de una preocupación diferente.

Partimos en esta reflexión de señalar que, desde el plano puramente descriptivo, en un primer momento, lo que el término discurso designa es el cuerpo de categorías mediante el cual, en una situación histórica dada, los individuos (para el caso nuestro el ELN) aprenden y conceptualizan la realidad (social), en función de la cual desarrollan su práctica. A partir de allí, en un segundo momento, el discurso se convierte en un prisma conceptual de visibilidad, especificación y clasificación mediante el cual las organizaciones “dotan de significado el contexto social y confieren sentido a su relación con él, se conciben y conforman a sí mismos como sujetos y agentes y, en consecuencia, regulan su práctica social” (Cabrera, 2001, p. 51).

El discurso de cada organización es una estructura específica de proposiciones, términos y categorías que están histórica, social e institucionalmente establecidas. Tal estructura opera como un sistema constituyente de significados mediante el cual las organizaciones se representan y comprenden su mundo, establecen sus prácticas culturales organizadas y definen cómo se relacionan con los demás (Scott, citada por Cabrera, 2001). Este proceso genera un sujeto político que se autorreferencia en relación con la matriz conceptual y categorial (cultura política) que le da identidad y hace que ese actor sea y se comporte conforme a esa elaboración.

Desde esta perspectiva, es en el “discurso” social y político de las organizaciones, donde los acontecimientos (por ejemplo, Simacota, Anorí) son dotados de un significado y de una coherencia de los que de otra forma carecerían y, por tanto, es dicho discurso el que permite a las organizaciones conferir sentido moral al mundo e imaginarse a sí mismos como agentes dentro de él. A ello se une que todo discurso contiene o entraña una concepción general de la sociedad, un imaginario social; ello implica que todo discurso posee la capacidad de proyectarse y encarnarse en prácticas y de operar como un principio estructurante de las relaciones e instituciones sociales y que se constituye desde allí en un referente de sentido, que termina definiendo una particular representación del mundo y de la manera de en que el actor se debe comportar en él en correspondencia con sus intereses.

En el contexto de esta reflexión, lo que se pretende con la formulación y la aplicación del concepto de discurso al análisis historiográfico es dar cuenta de que las personas y las organizaciones experimentan el mundo, entablan relaciones entre sí y emprenden sus acciones desde el interior de una matriz categorial que no pueden trascender y que condiciona efectivamente su actividad vital. Así, para el caso de las organizaciones insurgentes, la matriz categorial del marxismo, pero también los discursos resultantes de los Congresos (ELN) imponen marcos que limitan lo que puede experimentarse o el significado que la experiencia puede abarcar; de este modo, influyen, permiten o impiden lo que puede decirse o hacerse (Cabrera, 2001, p. 53). Así, el discurso se constituye en una matriz relacional de supuestos epistemológicos, con capacidad para fijar las reglas de inclusión y exclusión de los hechos reales, establecer las divisiones y demarcaciones de los patrones temporales y espaciales. Igualmente, puede establecer los criterios de demarcación de las relaciones entre lo privado y lo público, la sociedad y el Estado, lo social y lo político, lo reaccionario y lo revolucionario, y, en razón de ello, configurar la conducta de los individuos y los grupos en sus relaciones sociales y políticas.

En el caso de la organización insurgente ELN, el discurso constituye una configuración estructurada de relaciones entre conceptos que están conectados entre sí, en virtud de su pertenencia a una misma red conceptual (fundamentos ideológicos, fundamentos programáticos, historia de la Organización, reglamentos y estatutos). Esto implica, por un lado, que todo concepto solo puede ser descifrado en términos del “lugar” que ocupa en relación con los otros conceptos de la red y, por otro lado, que la activación de un concepto con el fin de dotar de sentido a la realidad o, a la práctica social, moviliza toda la red categorial a la que este pertenece. Por tanto, esta última ha de ser tomada en cuenta como un factor explicativo capital de las relaciones hermenéuticas de los individuos y del grupo frente a su contexto social y, en particular, frente a los cambios de este.

Para Miguel Ángel Cabrera, la aparición y adopción del concepto de discurso en la construcción histórica, ha supuesto, esencialmente, “el establecimiento de una marcada distinción y una nítida separación entre concepto y significado, con la consiguiente adscripción de uno y otro a esferas sociales diferentes”. Esto es, “la distinción y separación, entre, por un lado, las categorías mediante las cuales los individuos perciben y hacen significativa la realidad social y, por otro, los significados y formas de conciencia (interpretaciones, ideas, creencias, sistema de valores) resultantes de esa operación de percepción y dotación de significado” (Cabrera, 2001, p. 54). Desde esta percepción, considera que la nueva historia se basa en una concepción constitutiva o realizativa, en la que el lenguaje no se limita a transmitir el pensamiento o a reflejar los significados del contexto social, sino que participa en la constitución de ambos15, como un patrón de significados que toma parte activa en la constitución de los sujetos de los que habla y de los sujetos que lo encarnan y lo traducen en acción.

Lo que esta investigación está poniendo de manifiesto es que dado que los marcos categoríales de conceptualización de la realidad social tienen una naturaleza específica, los significados que los individuos y las agrupaciones otorgan a los fenómenos sociales no son atributos que estos poseen y que el lenguaje se limita a designar, transmitir o hacer conscientes, sino que son atributos que esos fenómenos sociales adquieren al serles aplicado el correspondiente patrón discursivo de significados. Es decir, los significados no son representaciones o expresiones de sus referentes sociales, sino efectos de la propia mediación discursiva. Lo que un hecho, situación o posición social significa para un agente histórico –y que lo induce a actuar de cierta manera– no es algo que dependa de ese hecho, situación o posición, como si estos poseyeran una especie de ser esencial, sino que depende de la trama categorial mediante la cual, en cada caso, han sido hechos significativos (Cabrera, 2001).

En la construcción de la historia social ligada a las corrientes materialistas, la conciencia se concebía como un reflejo de la realidad y era esta en última instancia la que determinaba la primera; esa conciencia estaba ligada a una posición social que era igualmente determinada por esa realidad. Los historiadores postsociales han dejado de concebir la conciencia como una expresión (del tipo que sea) de la posición social, pues consideran que la conciencia no brota de un acto de la toma de conciencia o del discernimiento experiencial de los significados de dicha posición social, sino por el contrario, de una operación de construcción significativa de la conciencia misma (Cabrera, 2001).

Con el advenimiento de la nueva historia16, los significados han perdido su antigua condición de expresiones subjetivas y se han convertido en conjuntos de relaciones históricamente cambiantes que están contingentemente estabilizados en un punto del devenir histórico. Si los significados no son representaciones de los objetos sociales con atributos que pueden ser categorizados conceptualmente, entonces los propios objetos sociales emergen de la mediación discursiva a través de un proceso de diferenciación de otros objetos.

Para este enfoque, un actor político como el ELN, en tanto fenómeno real, solo deviene sujeto una vez que ha sido dotado de significado dentro de un cierto régimen discursivo que define el significado que han adquirido en un contexto de significación más amplio que logra diferenciarlo17.

Se produce desde esta perspectiva un distanciamiento de la noción de subjetividad, como la depositaria del cúmulo de significados, discursivamente forjados, con que los individuos dotan al mundo social y su lugar en él, y en particular, de las formas de identidad propia de un determinado imaginario social. Igualmente, se señala que la noción de ideología como falsa conciencia, tendría que ser erradicada de la investigación histórica, pues implica la existencia de un ser social que, aunque puede estar velado o activarse solo simbólicamente, es discernible en última instancia y tiene la capacidad de encarnarse en conciencia y de proyectarse en acción18.

En la nueva historia el dualismo realidad-conciencia ha sido reemplazado por la tríada realidad-discurso-conciencia (Cabrera, 2001). En esta concepción, el propósito de la investigación histórica ha pasado de ser el de determinar el grado de adecuación entre ambas instancias, a ser el de desentrañar el proceso de mediación categorial en virtud del cual una ha dado lugar a la otra. Si la acción no es un efecto estructural, sino un efecto del despliegue práctico del discurso, entonces la eficacia práctica de las acciones no tiene una base teórica, sino más bien retórica, en el sentido de que no responde a la mayor o menor correspondencia entre conciencia y realidad, sino del grado de implantación y de vigencia histórica del régimen discursivo subyacente.

Una primera aproximación, en un contexto explicativo guiado por este enfoque a la pregunta de por qué las organizaciones armadas se comportan como se comportan, apuntaría a señalar que en toda situación histórica existe una matriz categorial o patrón establecido de significados de naturaleza específica, al que se denomina discurso o metanarrativa, que es mediante el cual los individuos y las organizaciones de las que hacen parte entran en relación significativa con sus condiciones de existencia y mediante el cual organizan y confieren sentido a su práctica. Dicha matriz o patrón, contribuye activamente con su mediación a la constitución de los significados que se otorgan al contexto y a las posiciones sociales, así como de las correspondientes formas de conciencia y de identidad, y opera como marco causal de las acciones y, en consecuencia, de las relaciones e instituciones sociales a las que están dando vida (Cabrera, 2001).

En el desarrollo de este trabajo se ha hecho necesario prestar atención a los discursos y a las categorías en cuyo seno se forma la práctica revolucionaria. Es mediante dichas categorías como los individuos y las organizaciones de las que hacen parte elaboran el diagnóstico de su situación, se clasifican a sí mismos como sujetos y confeccionan el programa de alternativas mediante el cual resuelven la crisis revolucionaria e implantan un nuevo orden político, legal e institucional. Este ejercicio lo hemos hecho prestando especial atención a la manera como el discurso media y transforma el comportamiento en el ámbito de lo social y lo político en las dinámicas propias del conflicto.

En la Organización objeto de esta investigación es frecuente que cuando los patrones discursivos parecen haber sido abandonados y completamente transformados, sus huellas permanecen para dar significado a lo nuevo o como mito fundacional que posibilita sortear las propias contradicciones con anclajes en referentes de autoridad básica. Aunque los discursos disfrutan de prolongados periodos de vigencia, ningún discurso permanece fijo, estable, sino que está siempre en movimiento, en cocción, en reconfiguración. Ello se debe a que los individuos se ven obligados a producir permanentemente suplementos conceptuales ad hoc, con los que hacer significativa una realidad en constante cambio, de modo que cada nueva incorporación factual altera la estructura conceptual inicial o legitima su existencia. Como consecuencia de este proceso, las formaciones discursivas evolucionan y sufren mutaciones internas y, estas llegan al grado de modificar el núcleo conceptual básico del propio discurso; entonces este pierde eficacia práctica, es abandonado por los individuos y es reemplazado por otro, lo que para el caso estudiado no es muy frecuente. La Organización es profundamente discursiva y sus matrices categoriales pesan en su existencia.

El lugar que se ocupa en la relación de dominación no depende exclusivamente de la posición social, sino de la lucha por imponer una determinada definición de las propiedades sociales, es decir del ser percibido, del crédito otorgado a las representaciones que los individuos o grupos involucrados ofrecen de sí mismos y de los demás. La posición social es considerada de manera explícita por los propios agentes como el fundamento causal de sus acciones. Sin embargo, lo que determina la conducta de los individuos es el significado que esa posición social adquiere al ser hecha significativa mediante las categorías de un discurso dado (Cabrera, 2001).

Ahora bien, en el ámbito de la confrontación social y política, en el mismo terreno de la confrontación armada, lo que desafía a los discursos no es la realidad en cuanto complejidad material construida por relación de significación múltiple, sino otros discursos. Desde este punto de vista lo que socava la vigencia histórica de un discurso, no es el impacto de la realidad, sino más bien el surgimiento de otro discurso. Sin embargo, el hecho de que el discurso sea una entidad diferencial, y se reproduzca intertextualmente, no quiere decir que constituya una especie de instancia autorreferencial, situada al margen de la práctica social e inmune al impacto de la realidad.

Es el discurso, en cada momento, el que establece las definiciones autorizadas y los criterios de relevancia que los individuos aplican a la realidad y, por tanto, el que determina no solo qué se ve, sino, sobre todo, cómo se ve. El discurso es un esquema epistemológico que hace posible que los individuos no solo vean algunas cosas y no otras, sino, además, que vean esas cosas de una determinada manera (Cabrera, 2001).

Lo que hemos de explicar, en el caso que aborda este análisis, es por qué las condiciones sociales han sido experimentadas por los individuos y la Organización de esa manera y no de otra. Se trata de analizar cómo se construye la propia experiencia a partir de la articulación discursiva de la realidad. Hemos de prestar atención a los procesos históricos que, a través del discurso, sitúan a los sujetos y producen sus experiencias, pues no son los individuos y las organizaciones quienes tienen experiencia, sino estas como sujetos sociales y políticos constituidos a través de la experiencia (Cabrera, 2001).

Siendo el ELN una organización política, que define la forma de su confrontación al establecimiento a través de las armas y en el marco de un proyecto político y ético, que tiene el mismo propósito estratégico para ser concretado en la historia de una misma sociedad, es fundamentalmente distinta a otras organizaciónes. Sin embargo, el hecho de que posiciones sociales y políticas similares generen formas de identidad diferentes no debe interpretarse como una anomalía, sino simplemente como una consecuencia de que dichas posiciones sociales y políticas han sido articuladas mediante patrones discursivos diferentes y prácticas sociales diferenciadas. Es esto lo que explica, por ejemplo, por qué la relación con otras organizaciones revolucionarias, con proyectos socialistas operando sobre un mismo cuerpo social, es de confrontación, con base en sus diferencias, hasta el punto de colocarlas en guerra entre ellas.

La cuestión historiográfica que debe resolverse es cómo las organizaciones insurgentes devinieron objeto identitario, objeto de cognición, reconocidas por una particular forma de comportarse de manera diferenciada en relación con sus acciones y el todo social. Para ello es necesario identificar la trama categorial que las ha hecho posibles, y reconstruir sus genealogías, esto es volver atrás y prestar atención a la historia de ese fundamento19.

Esta organización nació de un conjunto de afirmaciones discursivas sobre el mundo social que buscan reordenar ese mundo en sus propios términos. Al incorporarse a la nueva situación discursiva y aplicar esas categorías, campesinos, trabajadores, jóvenes, intelectuales reconstruyen su identidad colectiva y crean un nuevo sentido de pertenencia y una comunidad de intereses que trasciende tanto sus oficios y condiciones como el marco discursivo institucional que gobierna. De tal forma, se produce una ruptura de sus relaciones con la normatividad, la institucionalidad y el Estado.

Lo lógico es, entonces, que el Gobierno-Estado rechace sus demandas al considerarlas, desde el discurso hegemónico, inaceptables, irracionales, inconsistentes y carentes de sentido. En esta actitud de exclusión, las organizaciones descubren que su lenguaje necesita de fuerza moral o incluso cognitiva en la esfera pública y que, si desean superar la condición de desconocimiento en que se encuentran, y establecer un escenario de confrontación con el Estado, han de dotar a sus demandas y a su identidad de un nuevo soporte conceptual, y por esa vía de una nueva práctica social y política. La cuestión básica con la que se enfrentan las organizaciones armadas es la de cómo establecerse como sujetos políticos en la escena pública. La solución se encontrará en la adopción creativa del discurso liberal y, posteriormente, su migración hacia la matriz categorial del socialismo.

Las organizaciones insurgentes, en general, se apropian rápidamente de un lenguaje revolucionario con el fin de ganar identidad, establecer una frontera de diferenciación con el establecimiento y dotarse de un proyecto ético y político que los legitime. El lenguaje y la retórica revolucionaria no solo dotaron a las organizaciones del poder del discurso público, sino que, además, les otorgó el poder de redefinir el mundo moral y social. Así, surge la conciencia revolucionaria como el elemento cohesionador de un grupo con intereses comunes.

A este respecto el trabajo de Cabrera señala que

al hacerse una distinción entre discurso político y vocabulario político se atribuye un nuevo origen causal a la acción política, ya que es la mediación del discurso político la que proporciona a los individuos el diagnóstico de su situación, constituye a éstos como sujetos políticos y define sus intereses en este terreno y, por consiguiente, la que prefigura un cierto curso de acción y da carta de naturaleza a determinados conflictos y relaciones de poder. (Cabrera, 2001, p. 163)

Una vez que la comunidad de intereses es creada como organización campesina, los referentes sociales son atravesados por una nueva percepción discursiva que los obliga a verse, pensar y actuar por sí mismos y a organizar su práctica en términos de nuevos elementos identitarios; se constituyen como un grupo que se autorreferencia y surgen como organización armada. En el caso del ELN, se produce una rearticulación discursiva de los individuos, mediante las categorías heredadas de la Revolución cubana, cuya identidad se construye de una doble apropiación del discurso patriota de la revolución comunera y el discurso revolucionario cubano.

En las FARC-EP, fue el esfuerzo de activistas del Partido Comunista Colombiano por organizar a ciertos grupos de trabajadores, rurales y urbanos, a partir de comienzos de la tercera década del siglo XX, que la lucha política pasó a estar inscrita en unos parámetros discursivos diferentes. Los conflictos obreros de trabajadores, aunque existían desde mucho antes, comenzaron a adquirir nuevos significados sociales, a ser construidos como objetos diferenciados dentro de una nueva concepción de la sociedad y a ser articulados dentro de una narrativa del activismo obrero modelado según el patrón de lucha política de Europa Occidental.

Lo que convierte en sujetos de acción política a estas estructuras organizativas es el programa que es, en lo esencial, un discurso. El programa es resultado de la aprehensión y organización significativa de la situación social en general, mediante ciertas categorías o principios, en el sentido de que son estos los que, al conferir su significado a los hechos sociales, definen los objetivos que quieren alcanzarse y los que, al proyectarse en práctica, determinan el carácter, la orientación y las formas de acción política del movimiento armado. La retórica de la subsistencia de los campesinos no es definida por la posición social o la afiliación política formal de sus actores, sino que es definida por sus características discursivas, pues la retórica de la subsistencia se puede caracterizar como un discurso autoconsistente cuya dinámica autónoma y efectos políticos no pueden reducirse a los intereses o proyectos sociales de ninguna categoría social particular.

El derecho a la tierra unido a la subsistencia es concebido como un “derecho sagrado” e imprescriptible del ser campesino. Se constituyó en un principio que al operar como patrón organizador de la experiencia campesina y de sus intereses, objetivó ciertos hechos como problemas que había que resolver generando el movimiento insurgente y convirtiendo a sus miembros en sujetos políticos e históricos. No se trataba solamente de una reivindicación del suministro de tierras, sino que dicha reivindicación se fue inscribiendo dentro de un más amplio programa de lucha y de reclamación de derechos que se fueron complejizando a través del tiempo.

Ejército de Liberación Nacional (ELN). Historia de las ideas políticas (1958-2018)

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