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El ELN: de la Revolución cubana al foco guerrillero

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Es necesario rastrear los orígenes del ELN, en el marco de las condiciones específicas del desarrollo histórico nacional e internacional, y de las particulares condiciones de conflictividad del momento en que hace su aparición la Organización. Si el contexto nacional, en el que surge el ELN, es la atmósfera política y social creada por la Violencia, la dictadura de Rojas y la instauración del Frente Nacional, el contexto internacional, no es otro que la ola revolucionaria generada en América Latina por la Revolución cubana. El triunfo del Movimiento 26 de Julio, conducido por Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, generó un proceso de cuestionamiento de las estrategias de lucha política de los viejos partidos de oposición de izquierda en América Latina y un replanteamiento de sus tácticas, lo que dio como resultado nuevas organizaciones políticas, que arrastradas por el fervor del proceso cubano, constituyeron lo que se denominó “nueva izquierda” (Hodges, 1976, pp. 196-233)38.

En la lectura que las fuerzas políticas de oposición fueron haciendo del fenómeno cubano, en relación con sus específicas condiciones históricas, se estructuraron distintas tendencias que se expresarían al menos en tres formas organizativas:

• Grupos juveniles, de estudiantes e intelectuales, separados de los partidos populistas que se organizaron en forma muy similar a la del Movimiento 26 de Julio. Son ejemplo de esta tendencia, para el caso argentino, la Juventud Peronista (JP), el Movimiento Revolucionario Peronista (MPR), la organización armada Montoneros y las Fuerzas Armadas Peronistas.

• Los focos insurreccionales fueron otra modalidad de organización. Guiados por la concepción guevarista tuvieron un origen político variado: el ELN colombiano se nutrió fundamentalmente de la población campesina, pero, en su construcción y consolidación jugó un papel central la juventud proveniente del Partido Comunista (PC), el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), y el Movimiento Obrero Estudiantil y Campesino (MOEC); el ELN peruano y los Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL), reclutaron sus bases de las secciones juveniles de los partidos comunistas; el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en Argentina se generó en los partidos trotskistas; los Tupamaros, en el Uruguay y el MIR chileno, cooptaron las bases de los partidos socialistas (Hodges, 1976).

• Nuevos partidos comunistas que tomaron el modelo cubano de organización partidista a través de distintas vías: bien porque se reorganizaron y reorientaron sus métodos de lucha, porque un sector importante influenciado por la Revolución cubana ganó el control del partido, o porque guiados por otros ejemplos (chino, vietnamita, albanés) produjeron divisiones en los partidos comunistas tradicionales, dando origen a nuevos partidos comunistas; el Partido Comunista Colombiano (marxista-leninista) PCC (ML) es un ejemplo de esta situación (Hodges, 1976).

Una fuerte influencia del hecho cubano fue recibida por los partidos socialistas que lograron independizarse de la socialdemocracia europea y que, con su cambio de actitud, se constituyeron en parte de la nueva izquierda latinoamericana. En la década de los años sesenta los partidos socialistas de Chile, Uruguay, Perú, Ecuador y Argentina renovaron sus liderazgos, pues la conducción de estos fue asumida por militantes más jóvenes que recibieron el impacto de la Revolución cubana y se inclinaron hacia el fidelismo. Estos partidos que durante algún tiempo habían sido de tendencias moderadas, entraron en la órbita de las posiciones de izquierda con inclinaciones hacia la extrema, aún cuando, en algunos casos, se mantuvieron en los límites del reformismo revolucionario (Hodges, 1976).

En 1968, nació en Venezuela el Movimiento al Socialismo (MAS), de una división ocurrida en el seno del Partido Comunista Venezolano. Durante mucho tiempo el MAS sostuvo una posición política contraria al desarrollo de las concepciones guevaristas, y de la lucha armada como vía para el logro de sus objetivos políticos, haciendo énfasis en la utilización de las vías institucionales, lo que no le impidió hacer parte de la Nueva Izquierda Latinoamericana.

Además de la nueva izquierda —constituida por los grupos, movimientos y organizaciones políticas heterogéneas que directa o indirectamente recibieron la influencia del fidelismo y el guevarismo—, la Revolución cubana generó movimientos y transformaciones importantes en instituciones tradicionales como la Iglesia católica39 y protestante, los partidos demócrata-cristianos40 y las fuerzas armadas. En algunos países de América Latina, esta última fue una de las instituciones que sufrió efectos de radicalización con el impacto del proceso cubano, generando movimientos democráticos y revolucionarios en su interior con alguna trascendencia y repercusión en sus respectivos países: en Guatemala41, Venezuela42, República Dominicana43, El Salvador44, Brasil45, Perú46 y Bolivia47, oficiales de las distintas fuerzas participaron en insurrecciones de importancia, que los llevó, una vez derrotados, a continuar combatiendo como guerrilleros. El impacto de la Revolución cubana alcanzaría la mentalidad de la joven oficialidad de los ejércitos latinoamericanos, surgiendo en algunos de ellos una conciencia nacionalista y revolucionaria, que se comprometería a desarrollar y apoyar luchas de liberación de la década del sesenta y comienzos del setenta.

No solamente los partidos, la Iglesia y las fuerzas armadas fueron alcanzados por el impacto de la Revolución cubana, sino que también importantes sectores sociales fueron profundamente estremecidos por ella. Un sector que no puede dejarse de reseñar, por haber jugado un papel muy activo en el proceso generado por la revolución, fue el conformado por el estudiantado latinoamericano: este sector social se convirtió en la punta de lanza de la nueva izquierda. Muchos de sus integrantes se vincularon, fundamentalmente, a organizaciones insurreccionales y focos guerrilleros en los años que siguieron el triunfo del ejército rebelde sobre la dictadura de Batista: algunos jóvenes intelectuales pudieron conocer de cerca la experiencia cubana, nutrirse de su entusiasmo e iniciar en sus respectivos países procesos similares, que la mayoría de veces terminaron en desalentadores fracasos.

Efectivamente, el impacto de la Revolución cubana en América Latina generó importantes procesos de organización y lucha social y política en los distintos países. Sin embargo, la forma unilateral en que la experiencia cubana fue tomada y reproducida por la izquierda, y en particular por los grupos que decidieron seguir el camino de las armas, produjo un sinnúmero de traumas al desarrollo las luchas y conflictos políticos en el interior de cada país en particular, multiplicándose las formas de violencia.

Si se acepta la tesis de que cada proceso revolucionario triunfante obedece a condiciones excepcionales que lo posibilitan, la victoria del pueblo cubano sobre el régimen de Batista servía como ejemplo, porque determinaba que las características de cada proceso particular eran, precisamente, las condiciones excepcionales que se configuran en la especificidad de cada conflicto nacional48.

Se pensó, en ese momento, que la Revolución cubana le transmitía al proceso revolucionario latinoamericano tres enseñanzas fundamentales: primera, que una fuerza político-militar relativamente pequeña, respaldada efectivamente por las masas, podría derrotar un ejército regular, equipado y entrenado por los Estados Unidos; segunda, que no bastaba llamarse a sí mismo Partido Comunista para ser realmente vanguardia de las clases populares, sino, que una organización revolucionaria que interpretara correctamente el momento histórico y se lanzara a la lucha con una táctica y una estrategia político-militar convenientemente empleada, podría colocarse al frente del pueblo y conducir el proceso revolucionario; y tercera, que no siempre era necesario que se dieran todos las condiciones objetivas que hicieran posible la victoria, sino que la misma dinámica de la lucha las iba madurando (Guevara, 1962)49.

Estas tres enseñanzas en gran medida contenían el fundamento que explicaría las actitudes y comportamientos que bien o mal caracterizaron el movimiento revolucionario de la época: la primera se prestaba para que en el desarrollo de la concepción del foco guerrillero, dadas las particulares condiciones de la lucha, afloraron las posiciones militaristas; la segunda, contenía el germen del vanguardismo revolucionario que distanció durante décadas los distintos grupos de izquierda; y la tercera generó una lectura subjetiva de las realidades nacionales, que se acomodaba más a los condiciones y necesidades de las organizaciones que a la realidad y especificidad de los conflictos, los sectores sociales y las regiones. Esto se reflejó en la dificultad que tuvieron las organizaciones armadas, entre ellas el ELN, de articular sus proyectos político-militares en sus comienzos al movimiento de masas y de imprimirle a este una dinámica transformadora.

Al referirse a los grupos que se formaron durante el periodo de impacto de la Revolución cubana, Jaime Arenas (1971) concluye que, desafortunadamente, estos no asimilaron todo el conjunto de experiencias ni se preocuparon por comprender la combinación de circunstancias y hechos que hicieron posible el triunfo del socialismo en la isla. Además, Arenas señala que se creyó, de buena fe, que bastaba un grupo alzado en armas para que el desarrollo revolucionario se produjera y el triunfo se hiciera no solo inevitable, sino inmediato. Igualmente, concluye Arenas, se confundía la incapacidad evidente de algunos partidos comunistas para dinamizar el proceso con la inutilidad de los partidos revolucionarios, llegándose a considerar que solamente eran importantes las organizaciones guerrilleras en las montañas o las unidades tácticas de combate en las ciudades, considerando secundario, y en la práctica inoficioso, el trabajo y la organización política.

En este contexto, pronto la lucha armada se convierte prácticamente en la única vía revolucionaria en la lucha por el poder y cualquier otra posibilidad cae bajo el señalamiento de reformismo. Así, la participación en la lucha electoral se desplazó a un plano reformista y el abstencionismo se convirtió en la expresión revolucionaria a través de la cual el pueblo supuestamente expresaba su inconformidad frente al régimen.

La carencia de estudios sistemáticos y científicos de la realidad latinoamericana en general, y nacional en específico, se suplió estructurando discursos políticos basados en el materialismo histórico y un presupuesto amplio de consignas “anti”, que fueron dándole a la lucha un cariz cada vez más radical: los movimientos armados se declararon antiimperialistas, antioligárquicos, antielectoreros, antireformistas e incluso anticomunistas, entendido esta última categoría como la confrontación con las tácticas y los programas de los partidos comunistas tradicionales. Pese a esto, no surgió en los distintos proyectos políticos un programa y un plan de acción que respondiera en forma inmediata a las necesidades que el conflicto social, en contextos históricos concretos, colocaba al orden del día.

Para completar este cuadro de limitaciones, una profunda escisión comenzó a producirse entre las distintas fuerzas de izquierda a raíz del conflicto chino-soviético. Los comunistas chinos, al combatir a los partidos comunistas tradicionales influenciados por la órbita soviética, alimentaron y estimularon a un crecido número de revolucionarios a avanzar en su lucha ideológica contra los métodos y las plataformas de los partidos comunistas, llegándose a producir, como en el caso colombiano, fraccionamientos importantes que dieron origen a un nuevo partido: el PCC-ML de orientación pro-china. En Colombia organizaciones como el MOEC y las Juventudes del MRL, recibieron la influencia de las tesis chinas (Arenas, 1971)50.

Durante la década del sesenta y comienzos de la siguiente, la influencia de la Revolución cubana y su solidaridad con los movimientos de liberación nacional especialmente de América Latina, así como las tesis políticas de los comunistas chinos, a pesar de representar enfoques diferentes de la lucha política por el poder, animaron a muchos sectores revolucionarios a impulsar la lucha popular, buscar nuevos métodos y formas de trabajo. Además, se intentó estructurar núcleos guerrilleros que en la ciudad y en el campo desarrollaron la lucha armada (en los enfoques insurreccional o de guerra popular prolongada), como el camino principal para la “toma del poder” (entrevista con Raimundo Cruz, Bogotá, octubre de 1990)51.

Era inevitable que en estas condiciones no se incurriera en “desviaciones”, se cometieran errores y, sobre todo, se generara una práctica política cargada de dogmas, actitudes sectarias y una buena dosis de oportunismo. La combinación de estos elementos condujo, para el caso colombiano, a que proyectos político-militares que podían haber llegado a tener gran importancia sucumbieran en las aguas de su propia dinámica como producto de sus contradicciones internas. En este periodo de impacto de la Revolución cubana fueron eliminadas las guerrillas de Tulio Bayer en el Vichada; la de Federico Arango Fonnegra en el territorio Vásquez; los intentos guerrilleros de Antonio Larrota en el sur del país y los del MOEC en Urabá y en Bolívar (Antioquia), así como los del PCC (ML) en el Valle, en la zona de San Pablo. Se produjeron un sinfín de divisiones en esta última organización que dieron origen a nuevos grupos emeeles. Finalmente, durante este periodo (1960-1965) fueron desapareciendo organizaciones como el FUAR (Frente Unido de Acción Revolucionaria), las Juventudes del MRL y el MOEC (Entrevista con Raimundo Cruz, Bogotá, 1990. Cfr. Arenas, 1971 p. 12).

Las condiciones sociales y políticas de América Latina, las que se podrían caracterizar como de marginalidad social, exclusión y represión política, representaban un terreno abonado para que el ejemplo de la Revolución cubana generara un gran impacto en cada país. Pero al impulso, consolidación o fracaso de cada proyecto revolucionario contribuyó enormemente la tradición que cada región tuviese en el desarrollo de sus propios conflictos políticos y sobre todo sus especificidades culturales. Colombia permaneció dividida políticamente desde los orígenes de la República en dos colectividades que se enfrentaron continuamente en encarnizadas guerras civiles, producto del “irreconciliable” sectarismo partidista. Su última gran confrontación había sido precisamente ese periodo de La Violencia que se extiende desde 1946 hasta el primer gobierno del Frente Nacional (1958).

Los gobiernos de hegemonía liberal, los de hegemonía conservadora, la dictadura militar y los dos primeros gobiernos del Frente Nacional, sin transformar substancialmente las condiciones de vida de la población, generaron en esa época una actitud de desprendimiento y despolitización partidista que se dirigió en dos sentidos: 1) el escepticismo total, que se reflejaría en el creciente abstencionismo, o 2) la búsqueda de otras opciones políticas, que explicaría la simpatía que despertaban, al constituirse en fuerzas de oposición, el Movimiento de Alianza Nacional Popular (Anapo) acaudillado por el General Gustavo Rojas Pinilla, y el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) dirigido por Alfonso López Michelsen, los que jugaron en su momento un importante papel político.

Sería equivocado afirmar que durante la década del sesenta no se produjeron en el país importantes avances en los aspectos económicos y sociales. Es un error pensar que la sociedad colombiana en su conjunto no sufrió transformaciones substanciales como consecuencia de la propia dinámica del desarrollo mundial, de los niveles de dependencia internacionales y sobre todo de su dinámica demográfica, con todo el conjunto de dificultades estructurales que ello conllevó: mayor concentración de la propiedad agraria, dependencia tecnológica para el desarrollo industrial, mayores niveles de concentración de capital, endeudamiento externo y la consiguiente dependencia política resultante, procesos inflacionarios y de devaluación crecientes, aumento del desempleo (agudizado por las migraciones campesinas a las ciudades generadas por La Violencia y la modernización del país), surgimiento de los cinturones urbanos de miseria que se vinieron a sumar a los problemas de analfabetismo, insalubridad, falta de asistencia médica y hospitalaria y un alarmante empobrecimiento generalizado de la población, que comenzó a notarse en un incremento de la mendicidad, la prostitución y la niñez abandonada. En concreto, en las dos primeros décadas de la segunda mitad de siglo, se produjeron importantes desarrollos en los distintos sectores de la economía latinoamericana en general y colombiana en particular; esto no significa, necesariamente, que se hubiesen producido cambios substanciales en las condiciones de vida de la población en general, más allá de lo que exigían las propias dinámicas de los procesos de modernización económica52.

En síntesis, si bien es cierto, por un lado, que la experiencia cubana generó una oleada revolucionaria en América Latina, esta fue posible debido a la combinación de factores de orden económico, político, social y cultural que se expresaron en las difíciles condiciones de existencia del conjunto de la población trabajadora, en la pérdida de credulidad del común de la gente en los partidos tradicionales y en la incapacidad del Estado para satisfacer las expectativas de la población, en una perspectiva de desarrollo económico y bienestar social generalizado. Pero, por otra parte, las fuerzas políticas de oposición militantes en la izquierda, las que existían y las que surgieron como consecuencia del fervor revolucionario despertado por el proceso cubano, hicieron una lectura apresurada de dicha experiencia, equivocaron la apreciación de las posibilidades de la realidad social y política que se vivía, creándose falsas expectativas, desarrollaron sus procesos más desde el discurso ideológico y político que del conocimiento de su propia historia: el ELN no estuvo exento de esta situación.

Ejército de Liberación Nacional (ELN). Historia de las ideas políticas (1958-2018)

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