Читать книгу Ejército de Liberación Nacional (ELN). Historia de las ideas políticas (1958-2018) - Carlos Medina Gallego - Страница 39
Fundamentos político-ideológicos que guiaron la primera etapa del ELN
ОглавлениеEsta primera etapa del ELN, marcada por los esfuerzos para constituirse como organización revolucionaria, darse a conocer, permanecer en el escenario del conflicto colombiano, crecer y dotarse de un imaginario y una cultura política que definiera su identidad, es la que permite entender esta Organización al margen del conjunto de experiencias que constituyen, tal vez, su principal sustento histórico como actor de los conflictos políticos y sociales de este país. Los primeros años marcaron profundamente a la Organización y definieron las líneas de comportamiento “histórico” que hace presencia cada vez que afloran los conflictos internos: el ELN echa mano de su pasado cuando siente la necesidad de encontrar razones que justifiquen su existencia y definan la solución de sus problemas centrales. Esto no quiere decir que la Organización se haya quedado en el pasado, sino que este pesa en su presente como acumulado histórico que la identifica y le da sentido frente a sí misma y a la sociedad colombiana.
Conforme a lo anterior, es pertinente para el estudio de este actor abordar desde su discurso los fundamentos político-militares que los guiaron y los marcaron en esa primera etapa y que son, aún hoy, materia de reflexión crítica y ajuste permanente de la Organización. Si bien se trata de un discurso que a muchos puede parecer vacío, es el que define su práctica y explica su comportamiento, de ahí la importancia de conocerlo:
El ELN asume como objetivo fundamental de su lucha político-militar la conquista del poder para las clases populares. Considera que la vía fundamental es la lucha armada insurreccional. Su afirmación se centra en la idea de que los cauces legales de la lucha política se encuentran agotados y que la única alternativa posible que le queda al pueblo son las armas (ELN, Sucesos, 1967, pp. 27-31).
El ELN considera que un punto básico para comprender la “línea revolucionaria” de la Organización es el papel que debe cumplir la guerrilla como “generadora y canalizadora de conciencia revolucionaria” de donde se desprende que la vanguardia es la guerrilla y no el partido como lo sería en condiciones diferentes; señalan que el mando debe estar en la guerrilla, debe ser político-militar y único90.
Esta visión del ELN sobre el carácter único e integral de la guerrilla lo lleva a negar, en este periodo, la necesidad del partido como aparato intermedio entre la organización militar y las masas y sus aspiraciones: se plantea como principio una estrecha relación guerrilla-pueblo. La composición social de la organización armada, la que en el caso del ELN es predominantemente campesina (aún hoy, cuarenta años después de su nacimiento lo sigue siendo), hizo que se le diera una particular visión campesinista a la lucha, acentuada esta por la idea hecha principio, de que la guerra debe desarrollarse del campo a la ciudad (ELN, Compendio periódico Insurección, 1972, p. 18).
Esta concepción maduró una serie de comportamientos que harían carrera al interior de la Organización y generarían no solo posiciones políticas extremas, sino actitudes militaristas, que se rechazaban en el discurso y se asumían en la práctica, tal vez forzados por las situaciones que iba creando la vida guerrillera y las limitaciones políticas existentes. Es evidente que entre lo planteado y lo ejecutado existía, por el orden y la complejidad de los acontecimientos, una gran distancia. Los primeros años contaron con el respaldo campesino, obrero y estudiantil, lo que permitió de alguna manera canalizar la simpatía despertada por la Revolución cubana hacia la lucha armada, pero con el desarrollo de esta, los inconvenientes y contratiempos que se fueron presentando, las deserciones, la delación, las detenciones y las ofensivas militares de las Fuerzas Armadas, se fue produciendo un “cierre de seguridad”, que comenzó a aislar la Organización del movimiento de masas y a hundirla en un periodo predominantemente militar. Frente a la ausencia de los organismos intermedios que se rechazaban, la guerrilla, imposibilitada para atender el trabajo político, se fue quedando sola, con sus respectivas justificaciones91.
En gran medida esta situación abría o cerraba posibilidades dependiendo todo de la iniciativa de la militancia y la dirección de la Organización, de su capacidad real para articularse al movimiento social, orientar sus conflictos y canalizar la lucha hacia un proyecto de transformación estructural. Sin embargo, los temores al reformismo y la lucha electoral, al partido y a la organización orientada, no espontánea de la población, impedía que el discurso tomara los derroteros de la práctica y contribuyera en el hecho histórico a desarrollar a distintos niveles el conflicto social.
Desde muy temprano, el ELN comienza a articular su discurso en el marco de las concepciones estratégicas y tácticas, políticas y militares, que caracterizan el modelo de la lucha revolucionaria definida como de “guerra prolongada”.
El ELN considera que la concepción de guerra prolongada, como vía de acceso al poder, surge de condiciones históricas concretas: de la necesidad de partir de esfuerzos propios de acumulación de fuerzas, de entender que la Revolución cubana es ejemplo para los pueblos de América Latina, pero también para quienes defienden los intereses que la revolución enfrenta, lo cual los lleva a modificar sus estrategias económicas, políticas, sociales y militares en sus territorios y áreas de influencia, con el fin de evitar que se multiplique el fenómeno cubano. Además, consideran que surge de la necesidad de formar dirigentes y militantes revolucionarios que se conviertan en orientadores de transformaciones socialistas y capaces de construir una fuerza político-militar con posibilidades de confrontar al ejército regular con éxito (ELN, compendio periódico Insurección, 1972, pp. 19-22).
El planteamiento central del ELN, en relación con su concepción político-militar consiste entonces en afirmar: “Es la lucha armada en la forma de las guerrillas, dentro de la concepción de guerra prolongada, la única vía para la liberación del pueblo” (ELN, compendio periódico Insurección, (s. f.), p. 20). La guerrilla la considera el ELN, como “la vanguardia combativa del pueblo”, que, situada en un lugar determinado de un territorio, dispuesta a desarrollar una serie de acciones bélicas tendientes a alcanzar el único fin estratégico de la guerra: la toma del poder.
Este carácter vanguardista de la guerrilla del ELN, y en general de todas las organizaciones armadas en el país, conducía a asumir dos actitudes radicales: la primera, caer en su conjunto en una actitud dogmática aferrándose a principios incuestionables, que condujeran, como efectivamente ocurrió, a prácticas sectarias frente a otras fuerzas, que sin estar vinculadas a procesos de la lucha armada, desarrollaban desde distintos escenarios una lucha política de oposición, que aunque no fuera armada, no dejaba de ser revolucionaria y se volvía reformista. La segunda, más grave aún, la posibilidad de caer, dada la dinámica de la lucha de masas, adecuada para responder a los intereses inmediatos de estas, en el aislamiento o suplantación de las masas en sus luchas específicas. Por lo que se puede leer en el compendio Insurrección, el ELN era consciente de esta situación, pero su discurso no lograba encontrar en la práctica cómo sortear las dificultades del aislamiento.
El ELN terminó por reconocer que, aunque la Organización creaba grandes simpatías con su surgimiento, sus planteamientos políticos y sus acciones militares, en el movimiento de masas y en particular en sectores urbanos, no se creaban los mecanismos políticos y organizativos para recoger esa simpatía y organizarla. Es decir, que el principio central de la guerrilla, como generadora y canalizadora de la conciencia revolucionaría del pueblo, encontraba en la práctica grandes dificultades para su implementación y que no bastaba afirmar que se iría creando la Organización a medida de las necesidades concretas, pues los hechos estaban demostrando que esto no era posible, si no aparecían orientaciones que posibilitaran la conjugación de formas de organización amplias y clandestinas acordes con los planteamientos que se formulaban.
El núcleo inicial se consolidó como foco guerrillero, pero al asumir la tarea de la construcción de la organización revolucionaria, en el campo y en la ciudad, encontró grandes e insalvables dificultades que estaban directamente determinadas por las contradicciones de los fundamentos esenciales que servían de guía ideológico-política, lo que creó un vacío de organización que se fue agrandando progresivamente. Esto condujo a concebir indirectamente la Organización como institución clandestina y a separar en la práctica la lucha de masas de la lucha armada, asignándole a la primera un carácter logístico en la que se formaban y destacaban los dirigentes populares antes de pasar a constituirse en parte de la vanguardia revolucionaria, abrazando “la forma superior de lucha”.
En la disputa por la unidad de los revolucionarios, el vanguardismo generó un proceso de marcada tendencia hacia el dogmatismo y las prácticas sectarias, de las que aún no se han podido desprender las organizaciones armadas y que los ha llevado, incluso, a enfrentamientos en los que se han producido un sinnúmero de bajas. Es posible que este comportamiento haya obedecido más a la devoción revolucionaria de la época que a un interés premeditado de tipo político en el que mediara una actitud excluyente de determinados sectores, lo que no significa tampoco que no haya existido, en casos específicos, discursos abiertamente excluyentes, como veremos más adelante.
Uno de los objetivos fundamentales del ELN era concientizar y organizar las masas en torno a principios revolucionarios y a objetivos concretos de lucha. Para lograrlo se plantea la necesidad de la unidad, definiéndola desde un enfoque en el que predomina el principio del trabajo permanente en el desarrollo de “una estrategia y una táctica común correcta y justa”. El ELN critica duramente las propuestas de unidad que parten de concepciones distintas de organización y estrategias de lucha diferentes, afirmando que la unidad se da en torno a “principios centrales de la revolución y sobre objetivos concretos y que esta surge, no como consecuencia de acuerdos de grupos de dirección, sino, de condiciones específicas del desarrollo de la lucha revolucionaria”92 (ELN, Insurrección, 1972).
Nótese que el concepto de unidad está concebido acá no como diversidad de concepciones polítcas, multiplicidad de opiniones, divergencia, sino como homogeneización táctica y estratégica frente al enemigo; la unidad es entendida como suma de esfuerzos agrupados por identidad con principios esenciales y no como convergencia de puntos de vista distintos. Esto condujo a que se mirara la unidad en términos excluyentes, donde los que no se homogeneizan corren el peligro de desaparecer, como lo subraya el documento. Pero más grave para este periodo resulta la afirmación, hecha principio, de que todo lo que separa temporal o definitivamente a las masas y a los revolucionarios de la vía insurreccional, atenta contra la unidad del pueblo y el movimiento revolucionario, pues impide en alguna forma plantearse posibilidades de crecimiento político por vías no militares.
En los primeros años, el ELN se preocupó por definir desde su concepción política el papel que le correspondía jugar a los diferentes sectores y clases sociales en la revolución. Su visión particular de las clases debía partir, según los documentos que se refieren a este aspecto, del “análisis científico” del desarrollo concreto de cada sector social en el conjunto de la sociedad colombiana, evitando la copia esquemática de condiciones válidas para otras sociedades diferentes a la nuestra, que supuestamente llegaban a tomar en consideración clases que no existen, o a atribuirles características que no poseen y a asignarles la importancia que no les corresponde (ELN, compendio periódico Insurreccion, 1972).
La primera clase que “desecha” el ELN, dentro de su análisis, es la de la “burguesía nacional”, al afirmar que esta no ha existido prácticamente en ningún país subdesarrollado, porque se ha formado bajo el tutelaje del imperialismo, lo que ha anulado prácticamente cualquier contradicción con él. Bajo esta misma influencia, piensa el ELN, se ha formado la clase obrera, lo que impide atribuirle características que le corresponderían a las de un país industrializado. El ELN considera que es la lucha, el estudio, la experiencia política, el nivel de resistencia y confrontación a las formas de explotación existentes lo que le daría a los sectores sociales el grado de cualificación suficiente para ser considerados “clases para sí”.
Al tomar como eje de reflexión el proletariado industrial colombiano existente en la década del sesenta, el ELN llega a la conclusión que es apenas un sector social que no ha alcanzado un verdadero desarrollo de clase, que su surgimiento reciente y su crecimiento lento, lo hacen débil y poco numeroso. Pero que el aspecto más importante que lo aleja de cualquier protagonismo político es el hecho de no haber vivido el proceso de cohesión necesario, para que hubiera adquirido las características propias de la clase obrera, que hacen que sea una clase con inmensas potencialidades revolucionarias. Para el ELN, el aspecto fundamental del problema reside en la orientación reformista que han tenido las luchas realizadas por el proletariado industrial, lo que, al parecer de la Organización, lo han alejado de sus “verdaderos objetivos” llevándolo a depender ideológicamente de la pequeña burguesía.
En esta época, el ELN considera que la actividad sindical, que en otros países fue un medio para conseguir objetivos políticos y elevar la conciencia del obrero, en Colombia, en lugar de servir a la lucha de clases estimula el acercamiento y la coexistencia entre estas, “convirtiéndose en un canal de penetración de la ideología burguesa en la clase proletaria. El reformismo, afirma el grupo guerrillero, es la enfermedad más grave que sufre el movimiento sindical” (ELN, Insurrección, 1972, pp. 24-27).
La lucha reivindicativa de carácter gremial está considerada entonces como reformista, y solo adquiere sentido cuando se articula a la lucha armada y asume la premisa antioligárquica y antiimperialista: “tratar de organizar la clase obrera al margen de la lucha armada es enredarse en el círculo vicioso del reformismo”93, afirma la Organización. Concebida así la situación ideológica y la práctica sindical de la clase trabajadora, el ELN le asigna un papel protagónico en el proceso revolucionario al movimiento campesino94; desplazada la clase obrera del papel protagónico en los procesos revolucionarios, por su “escaso desarrollo histórico y su falta de solidez política”, el campesino pasa a llenar este vacío. En 1967, en la entrevista concedida por la dirigencia del ELN, a la revista Sucesos, a través de su director, el periodista Mario Renato Menéndez Rodríguez, la Organización guerrillera señala su composición de clase afirmando que en lo esencial el ELN es un ejército de campesinos95. La composición campesina también define la dirección del movimiento insurgente haciendo que la lucha marche del campo a la ciudad96.
La reflexión del ELN sobre el papel de los sectores sociales en el proceso revolucionario, lo lleva a tomar en consideración a estudiantes e intelectuales como sectores potenciales de gran importancia para este, por su mayor preparación cultural y las posibilidades que desde la academia existen para comprender los problemas nacionales. El ELN afirmaba que, para que estos sectores se vincularan, era necesario la creación de ciertas condiciones externas a ellos que no podía producirlas sino la lucha armada. A pesar de reconocer el papel jugado por los estudiantes y los intelectuales en el surgimiento de la Organización y en las luchas agitacionales dotándolas de un carácter antiimperialista y revolucionario, la guerrilla considera que cuando se trata de pasar a una etapa organizativa y de definición política su acción se queda corta y que esto se debía a su carácter pequeño burgués y a su mentalidad ascensionista: hasta que se creen esas “condiciones internas” por parte de la lucha armada, estudiantes e intelectuales participarán con mayor énfasis en el proceso, superando el “espontaneísmo y la falta de profundidad de sus actos” (ELN, revista Sucesos, 1967, 177B). El ELN no explicitó cuáles son esas “condiciones externas”, pero se deduce del discurso que estas se constituyen sobre la base del agotamiento de todo tipo de expectativas sociales y políticas que sean ajenas a los intereses de la revolución y la lucha armada.
Desde muy temprano el ELN centró su atención en el sector energético y en la clase obrera vinculada a él; al señalar los avances del proletariado, asegura que en este sector industrial los obreros han protagonizado los hechos políticos de mayor repercusión nacional. Esto lo atribuyen a dos factores complementarios: primero, a la concepción de lucha que manejan, la que, al entender del ELN, trasciende la lucha economista y reformista para inscribirse en la lucha política por el poder, y segundo, a la “influencia que la acción del movimiento guerrillero viene ejerciendo en ese sector” a través del impulso de su concepción de la lucha armada como único camino para la liberación (ELN, Insurrección, 1972, pp. 25-29).
La influencia ejercida por el ELN, al interior del movimiento de los trabajadores de la industria del petróleo, en estos primeros años, recayó sobre algunos destacados dirigentes de la Unión Sindical Obrera (USO) y de la Federación de Trabajadores Petroleros (Fedepetrol), los que en cumplimiento de sus actividades como militantes o simpatizantes del grupo guerrillero introdujeron el discurso del ELN en las discusiones de la organización sindical, ganando adeptos para este, sin que esto significara un dominio hegemónico del discurso “eleno” sobre el total de los trabajadores.
La década, en su conjunto, estaba respirando el fervor revolucionario y el despertar político de distintos sectores sociales, que veían desvanecerse en el seno del Frente Nacional sus posibilidades de mejores niveles de vida. Esta situación podía generar falsas apreciaciones en la óptica de un discurso que en la práctica reducía toda actividad revolucionaria a la lucha armada. Es evidente y notoria la simpatía despertada por la organización guerrillera, en núcleos obreros de trabajadores del petróleo, los que además pudieron contar con la presencia cercana del grupo armado, y muy seguramente con su influencia, sin que esto implicara una subordinación política de los petroleros a la organización armada.
En el periodo de implantación, predominó el campesinado como el sector social en la conformación del ELN; a su lado la clase obrera, el sector estudiantil y los intelectuales. Estos fueron los grupos sociales que constituyeron el tejido social a través del cual la Organización desarrollaría su trabajo político y maduraría su proyecto revolucionario. La subvaloración del conjunto de la clase trabajadora, en su momento portadores, según el parecer del grupo, de una ideología “pequeño burguesa” y “reformista”, hizo que se sobrevalorara el papel protagónico del campesinado, el que desde luego había acumulado una experiencia de lucha política importante, en los marcos de los partidos tradicionales.
El proceso de proletarización política no comprometió solamente a los sectores obreros e intelectuales, sino, urgentemente, a las bases campesinas con que el ELN iba tomando forma. De ahí que hubo necesidad de construir un perfil de militante eleno, que llenara por “vocación” y “mística revolucionaria” las deficiencias político-ideológicas de los componentes del grupo guerrillero, dado que la capacitación política requería de maduración intelectual, la cual no se podía adquirir de un momento a otro. El discurso político transitaba, en la Organización, al lado de un modelo de combatiente que se fue estructurando de las virtudes de los militantes de la revolución latinoamericana y en particular de los ejemplos de Simón Bolívar, José Martí, Ernesto Guevara y Camilo Torres.
Tres elementos se consideraban básicos para que alguien se constituyera en aspirante a militante de la guerrilla en condición de combatiente: claridad97, decisión98 y sacrificio99. En el trasfondo lo que se buscaba era crear, mediante un conjunto de valores y de referentes de comportamiento ejemplar, una mística revolucionaria que fuese capaz de poner a prueba la disposición para sufrir y sacrificarse, de aquellos que aspiraban a abrazar la consigna de liberación o muerte.
Algunas de las lecciones históricas tomadas de la guerra de independencia generaron un tipo de comportamiento, en los militantes de la guerrilla, que conducían a la producción de hechos de violencia internos y desviaciones hacia prácticas autoritarias y militaristas. El espíritu “patriótico”, que ejemplariza la imagen de antiguos guerreros, fue parte del alimento que consumió la mística revolucionaria de los militantes guerrilleros: símbolos que servían para reforzar su decisión de lucha y darle sentido a sus sacrificios, historias que nutrían su vocación de mártires y héroes. El ritual que repetía el mismo juramento bolivariano del Monte Sacro, lo habían asumido, en otro contexto, los primeros integrantes de la brigada “proliberación” José Antonio Galán, después de haber terminado su entrenamiento en la isla cubana: un compromiso irreversible en el que se ponía como prenda de garantía la vida misma100.
En el ELN la pena de muerte por desmoralización, deserción, traición, derrotismo, cobardía, fue frecuente; la vigilancia revolucionaria fue extrema y las ejecuciones comprometieron no solo a los militantes de base, sino a sus mismos dirigentes, muchos de ellos fundadores y cofundadores de la Organización. Al parecer una vez tomada la determinación de hacer parte de la lucha guerrillera, dado el primer paso, el camino se hacía irreversible101.
De mayores responsabilidades se cubría el dirigente guerrillero cuyo perfil está definido con relativa claridad en las declaraciones dadas por la Organización a la revista Sucesos, en 1967:
Un dirigente guerrillero tiene que ser un hombre, primero que todo, plenamente convencido de la justeza de la causa por la cual lucha; no podrá ser un vacilante, arrastrado a esta posición por intereses diferentes a los de la base que lo nombra; por lo tanto no puede decretarse a cualquiera como jefe guerrillero; se forman en el fragor de la lucha; su fidelidad y profundo amor por el pueblo, su sagacidad, su astucia, su valor, su honradez, su capacidad táctica-estratégica en la concepción de la guerra del pueblo, son los méritos observados por los hombres que fielmente lo seguirán a cualquier batalla. Además, debe tener una gran personalidad, un gran carácter, no ser un hombre fácilmente influible; tendrá que ser un hombre de decisiones rápidas y firmes. El jefe guerrillero deberá ser un hombre lo suficientemente claro políticamente como para estar consciente de la seriedad y responsabilidad de su misión ante el pueblo, un jefe guerrillero deberá responder de sus hechos ante los organismos superiores. Que, de haberlos, obviamente, estarán en el monte. Y en el campo de batalla, porque un jefe guerrillero no debe permitir, no se puede ni siquiera concebir que recibirá órdenes de la ciudad, y lo que es más importante deberá responder ante el pueblo, su misión principal es orientar la lucha hacia etapas cada vez más avanzadas, consolidando y desarrollando la fuerza guerrillera. Un jefe guerrillero con su ejemplo, con su abnegación, con su valor y espíritu de sacrificio deberá ir formando los cuadros guerrilleros que, con la misma firmeza y decisión conducirán la lucha, aunque el propio jefe falte por alguna circunstancia; el jefe guerrillero tiene la responsabilidad, la obligación de garantizar la continuación de la organización guerrillera. Otra de las responsabilidades y condiciones indispensables para un jefe guerrillero es que su entrega a la lucha guerrillera sea total, íntegra; por eso su único puesto —el nombre lo dice: jefe guerrillero— está en las montañas al frente de sus combatientes guerrilleros. Esta responsabilidad es ineludible; a un jefe guerrillero no se le está permitido abandonar su posición de combate, no le está permitido bajar a la ciudad y, si baja a la ciudad solo será aceptable si lo hace tomándose militarmente las posiciones enemigas, controlando totalmente la situación, no debe bajar a la ciudad a cumplir funciones que bien puede desarrollar un cuadro intermedio, no debe tomarse esa libertad, hacerlo es ofrecerle un blanco fácil al enemigo, son las consecuencias negativas que su muerte trae, no solo perjudiciales para la organización a la que se golpea directamente, sino también para el resto de las organizaciones armadas revolucionarias de nuestro Pueblo, que ven en ello una falta de responsabilidad, un mal ejemplo. En síntesis, un jefe guerrillero debe ser un hombre suficientemente consciente y consecuente con la responsabilidad que tiene ante los pueblos. (ELN, Insurrección, 1972).
El abismo que existía entre el perfil deseado y el perfil real era inevitable. La guerrilla formada por hombres del común, cargados de buena voluntad y entusiasmo revolucionario, no lograba desprenderse de elementos de su formación social o de su particular forma del ser individual, en la que anidaban o invernaban temporalmente comportamientos considerados por la Organización como lesivos a los intereses del pueblo y la revolución: el individualismo, el egoísmo, las ansias de poder, la indisciplina, la debilidad física, la falta de formación ideológica y política, que estaba más allá de concebir la lucha entre explotados y explotadores, no pudo asumir ese “sacerdocio guerrillero” y se generó un tipo de militante que se subordinó a una dirección en las que las responsabilidades hacían las veces de grados militares y los fundamentos y códigos de comportamiento de guías de acción inviolables. Lo anterior condujo a que se fuera estructurando una organización vertical que en la práctica se oponía a la horizontalidad que se buscaba:
En nuestra Organización no existen grados; los únicos que se han otorgado han sido póstumos. Esto se debe a un factor de concepción. Nosotros hemos considerado que los grados no deben ser un problema de preocupación para los revolucionarios; creemos que los grados en las organizaciones político-militares deben obedecer a necesidades organizativas […]. En nuestra Organización fijamos responsabilidades, mantenemos una gran disciplina y una sólida formación militar revolucionaria; en nuestras filas —y hasta el momento— no hemos necesitado otorgar grados a nuestros combatientes ni a nuestros jefes guerrilleros ni a nuestros compañeros del Estado Mayor. […] La dirección del ELN está constituida de la siguiente manera: un primer y segundo responsable, un segundo al mando y un Estado Mayor. Además, cada frente guerrillero y cada unidad guerrillera tienen un primer y segundo responsable, de igual forma la escuadra guerrillera. (ELN, Insurrección, 1972)
Tanto el perfil del dirigente del ELN, como la estructura de la Organización, estaban atravesados por la concepción de la guerra popular y el ejército revolucionario, en cuya apreciación particular jugó una importante influencia la experiencia vietnamita, a la cual tuvieron acceso varios militantes de la Organización. La forma organizativa esencial no varió sustancialmente en el tiempo, se siguió sosteniendo el concepto de “responsable” para cada una de las estructuras en que se divide la Organización. Sin embargo, los mecanismos de selección para las responsabilidades del Comando Central (COCE), la Dirección Nacional (DN) y las jefaturas de frente, se realiza en eventos internos de definición democrática.
El énfasis que el ELN colocó en el protagonismo del campesinado, en el proceso revolucionario, condujo a que se considerara como sede del desarrollo de la Organización el campo y que se le asignara un papel predominantemente logístico a la ciudad102. En el momento de la génesis de este grupo armado se está produciendo un proceso de reacomodamiento poblacional sobre el territorio que terminó por modificar sustancialmente la relación campo-ciudad, adquiriendo desde entonces las ciudades un papel más activo dentro de las transformaciones políticas, económicas y sociales que comenzaron a operarse como consecuencia de la migración campesina sobre los centros urbanos, resultado de la violencia y el despegue industrializador. Esta situación, al estarse produciendo, fue insuficientemente valorado por el ELN, en la definición de su estrategia política de crecimiento.
Durante estos años fue común la crítica al ELN sobre la subvaloración del trabajo urbano y la sobrevaloración del trabajo rural campesino. El cuestionamiento se expresaba como consecuencia lógica de la posición que el grupo guerrillero había asumido frente a los sectores sociales y el proceso mismo de desarrollo de la lucha armada, la cual en las condiciones de América Latina, afirmaba el ELN, debió empezarse en el campo y marchar sobre las ciudades. Desde entonces, pese a las defensas que la organización guerrillera hizo de las críticas que se le formulaban, fue quedándose sin estructuras en la ciudad, en un país que marchaba aceleradamente hacia el urbanismo. El ELN no consiguió construir una organización fuerte en la ciudad, a pesar de la importancia que, para el naciente movimiento guerrillero, significaba el apoyo logístico proveniente de la ciudad, este fue desde el comienzo reducido e insuficiente. La Organización se vio forzada a depender de los recursos obtenidos, en su mayor parte, de las mismas acciones que realizaban las guerrillas y asignarle a la ciudad un nuevo papel que debía desarrollarse, fundamentalmente en lo político. Sin embargo, la Organización urbana no pudo tampoco consolidar una concepción de trabajo político en las ciudades que hiciera caja de resonancia de la actividad guerrillera, ni cumplir con el papel logístico que el proyecto revolucionario demandaba. Siempre fue para el ELN una gran dificultad el trabajo urbano, y motivo de sus permanentes preocupaciones; sus limitaciones a este respecto lo llevaron a perseverar y sostener puntos de vista en los que predomina la actividad rural sobre la urbana y, unido a ello, lo militar sobre lo político. Así, el discurso del ELN, durante los primeros años, sobre el papel de la organización urbana, estuvo cruzado por la ambigüedad entre el énfasis del trabajo logístico militar y el político organizativo, predominando la subordinación de lo político a lo logístico en la práctica103.
Este enfoque en la labor política que debió desarrollarse en el sector de los trabajadores urbanos, estaba cruzado por una estrechísima visión del papel que la llamada “clase obrera” podía jugar en la lucha gremial y política, y se reducía a capacitarla para que se incorporara a la guerrilla abandonando el medio social que le era natural. Desde luego, no fue el interés del ELN, en sus primeros años, fortalecer y desarrollar la lucha sindical y gremial; todos sus esfuerzos se centraron en canalizar hacia la lucha armada los mejores dirigentes que tuvieran el sector de los trabajadores y sus organizaciones gremiales.
La explicación para esta actitud frente a la lucha reivindicativa estaba circunscrita a su concepción táctica y estratégica de la guerra. Para el ELN, inscribir los sectores sociales potencialmente revolucionarios en la lucha por reivindicaciones económicas y políticas de corte democrático, era caer en desviaciones de tipo reformista. En esta medida, el compromiso de los militantes del ELN urbano debía ser el de prepararse en y por la acción político militar en la ciudad para pasar a la acción en el campo (ELN, compendio Insurrección, 1972 pp. 44-45).
En síntesis, la ciudad era considerada en el marco de la guerra desarrollada por el ELN, como una “cantera” de la que se podía extraer, de los distintos sectores sociales, principalmente obreros, los militantes que necesitaba la Organización para fortalecerse en el campo. Este enfoque estuvo profundamente arraigado en el interior del ELN y solo comenzó a cambiar en la segunda mitad de la década del 70, como consecuencia de la crisis a la que se vio abocada la Organización en esos años, y del papel que núcleos obreros importantes, influenciados más por la imagen e historia del ELN, que, por el mismo grupo, comenzaron a desarrollar en distintas ciudades.