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Asumo el rol de coordinación de su atención

Cuando mi madre salió del hospital después del infarto cerebral y volvió a casa, los tres hermanos entendimos que ya no la podíamos dejar sola porque necesitaría apoyo y ayuda las veinticuatro horas del día.

Fue entonces cuando me ofrecí para coordinar la atención de mi madre. A mis hermanos les pareció bien y, desde el primer momento, confiaron plenamente en mí, colaborando en todo lo que fuera necesario. Entonces me convertí, bajo documento notarial, en la tutora y administradora de los bienes de mi madre y la coordinadora de todo lo relacionado con su enfermedad. Este rol nos fue siempre muy útil y mis hermanos lo valoraron siempre, especialmente cuando lo comparaban con algún caso de amigos cercanos que también tenían un enfermo de Alzheimer en la familia pero ninguno de los hermanos asumía la coordinación global de la situación, lo cual creaba muchas dificultades en la atención del día a día del enfermo y repercutía en la buena calidad de su atención.

Entonces, nos pareció que lo mejor era que mi madre siguiera viviendo en su casa porque así no saldría de su entorno habitual, y decidimos lo siguiente: buscar una chica que la cuidara durante el día. Yo me ofrecí a pasar la noche en su casa durante la semana; aunque seguía viviendo en mi casa el resto del día, ya que estaba a diez minutos caminando desde la suya. Se trataba de una situación muy complicada para mí, aunque me pareció que sería bueno para mi madre que no tuviera una cuidadora con ella las veinticuatro horas del día ya que de esta manera, por la noche, y al levantarse, me vería a mí y no a una persona extraña. Cambiamos la cocina de gas del piso de mi madre por una cocina eléctrica, que resultaba menos peligrosa. Rehabilitamos el cuarto de baño, quitamos la bañera y la sustituimos por un plato de ducha.

De esta manera, empezamos la aventura de ocuparnos directamente de nuestra madre. Todo esto ocurría el año 1998 y en esta época mi madre tenía setenta y seis años.

Te quiero hasta el cielo

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