Читать книгу Te quiero hasta el cielo - Carme Aràjol i Tor - Страница 13

Оглавление

Infartos cerebrales y cambio de neurólogo

Mi madre continuó sufriendo infartos cerebrales, aunque no tan fuertes como el primero. En una ocasión, sufrió uno durante un paseo con mi hermana, en el interior de una tienda del Paseo de Gracia. Su boca se torció una y otra vez, y mi hermana llamó al servicio de urgencias de la Generalitat. Afortunadamente, fue una crisis suave, por lo que, siguiendo las instrucciones que el médico le iba dando por teléfono, mi madre la superó. Resultó muy reconfortante comprobar que en la tienda donde le ocurrió esta crisis le ofrecieron todo tipo de facilidades para que mi hermana pudiera ocuparse de mi madre con comodidad.

Otro fin de semana, durante el que yo me ocupaba de mi madre, nos encontrábamos de paseo por el barrio. Mi madre estaba muy contenta pero, de pronto, tuvo otra crisis y se le volvió a torcer la boca y se cayó; en esta situación, la acompañé en la caída para que no se hiciera daño. Nos encontrábamos delante de una óptica y los trabajadores llamaron al servicio de urgencias médicas de la Generalitat y muy rápidamente llegó una ambulancia con un equipo médico. Allí mismo evaluaron su estado y la llevaron al hospital, donde estuvo unos cuantos días. Afortunadamente, esta vez el ictus fue más suave que la primera vez.

En estos momentos, nos pareció oportuno cambiarla de neurólogo. Mi hermana conocía un neurólogo muy bueno del Hospital del Vall de Hebron, llamado Nolasc Acarín, y consiguió el cambio. El nuevo neurólogo nos inspiró mucha confianza desde el primer día y supo dirigir muy bien el proceso de deterioro de mi madre, así como el apoyo a los tres hermanos, que nos sentimos muy bien con su ayuda y sus consejos, los cuales eran muy profesionales y, a la vez, cercanos. Siempre nos decía que, a nivel familiar, mi madre estaba muy bien atendida, por lo cual tanto Quimeta como nosotros asistíamos a su consulta con mucho agrado. Uno de nosotros tres la acompañábamos cada vez.

En esa época, mi madre estaba siempre muy nerviosa e inquieta. Y el doctor, además de otros medicamentos para el Alzheimer, le recetaba tranquilizantes suaves para que se calmara un poco. Por aquel entonces, mi madre ya no tomaba Aricep, el medicamento para el Alzheimer que le había recetado la anterior neuróloga, porque el nuevo doctor no lo consideró necesario.

Al doctor Acarín le parecía muy bien cómo habíamos organizado la atención de mi madre. Pero nos recomendó que, si Quimeta tenía una crisis médica de cualquier tipo, no la ingresáramos en el hospital sin habérselo consultado antes a él, porque quería valorar si era estrictamente necesario o no su ingreso ya que para una enferma de Alzheimer el hecho de ingresarla en un hospital era un gran trastorno porque salía de su espacio habitual, donde ella se movía con comodidad; y, además, el hospital es un lugar donde hay mucha tensión ya que se vive mucho dolor y esto hace que los enfermos se inquieten y sufran un retroceso.

Mi madre tenía cataratas y el oftalmólogo nos dijo que tenía que operarse, pero debido a su enfermedad era mejor hacerlo con anestesia total, por lo cual tenía que ingresar en el hospital. Lo consultamos con el neurólogo y nos comentó que era mejor no operarla. Su razonamiento fue el siguiente: “¿Verdad que Quimeta no tiene que estudiar ninguna carrera? Entonces, mejor no operarla porque la anestesia total puede ser perjudicial para su cerebro, que ya está muy deteriorado”. Por lo que, al escuchar su opinión, los tres hermanos decidimos no operarla.

Te quiero hasta el cielo

Подняться наверх