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Quién es Quimeta

Quimeta nació el 15 de agosto de 1921 en Martinet, provincia de LLeida, comarca de La Cerdanya. Es hija de Antonia y Jaume y tiene tres hermanos: Pepet, hijo de Jaume, y Antonia; Jaume, hijo de Antonia y de su primer marido; y María, hija de Jaume y de su primera esposa. Los tres hermanos ya han fallecido.

Durante su infancia, Quimeta estaba muy unida a su hermano Pepet. Se querían mucho porque eran los hijos menores de la familia -Quimeta era cinco años mayor que su hermano-, y ambos eran hijos de Jaume y Antonia.

Una vez, su padre les advirtió que no cogieran frutos de un peral que tenían en el huerto -y que producía las peras de invierno llamadas peras de Puigcerdà-, delante de casa. Los dos hermanos obedecieron, no cogieron ninguna; pero como las peras eran muy buenas decidieron que se subirían al árbol y, sin arrancar ninguna pera, se las iban comiendo poco a poco, mordisco a mordisco, hasta que del árbol solo colgaba el corazón de la pera. Por tanto, obedecieron a su padre, ya que nunca arrancaron ninguna pera del árbol. Esta anécdota, que siempre me hizo mucha gracia porque era para mí un reflejo de su carácter dócil y, a la vez, de su inocente picardía.

Quimeta era una niña muy guapa y delgada, y cuando llegó a la edad adulta a su hermano mayor le gustaba regalarle vestidos de alta confección de la tienda de la cual era propietario, ya que a Quimeta le quedaban muy bien. Siempre había sido guapa y cualquier pieza de ropa la sabía llevar con elegancia.

Se casó a los veintiún años con Josep, mi padre, que era de La Seu d’Urgell. Josep era trece años mayor que ella y cada semana iba a festejar a mi madre en bicicleta, desde La Seu a Martinet, a unos veinticinco kilómetros. Cuando se casaron, ambos se fueron a vivir a la ciudad de la que procedía mi padre y tuvieron cuatro hijos: Antonia, Josep -que murió antes de nacer- Jaume -el más pequeño- y yo, que soy la mayor.

Quimeta siempre fue una mujer muy despierta, de una gran inteligencia natural a pesar de haber estudiado muy poco, únicamente los estudios primarios. Tenía muy buen criterio, era muy fuerte interiormente y siempre conseguía lo que se proponía. También era una gran cuidadora de su familia, muy generosa y buena administradora, ya que a pesar de que mi familia no tenía mucho dinero, ella se administraba muy bien y sabía marcar prioridades en el gasto, por lo cual el dinero siempre llegaba para todo lo que se necesitara en la casa. Durante su vida, había pasado por muchas situaciones difíciles pero, aparentemente, estas no le habían afectado mucho a su carácter, ya que era una mujer fuerte, alegre, positiva, nada rencorosa, generosa, muy agradecida y muy fiel en sus convicciones. Era muy querida por sus vecinos, tanto por los de La Seu d’Urgell, como por los de Barcelona, a donde más tarde se mudó.

Cuando yo tenía diez años, toda la familia nos marchamos de La Seu d’Urgell porque a mi padre, que era secretario de ayuntamiento, lo trasladaron a las Islas Canarias como secretario de El Paso, un pueblo de la isla de la Palma. Mi madre y yo le acompañamos, aunque mi hermana Antonia, en un primer periodo, se quedó con mi abuela Antonia, que en esta época ya vivía en Barcelona con su hijo Jaume. Más adelante, Antonia -mi hermana- se reunió con toda la familia en Canarias y allí mi madre se hizo amiga de unos ganaderos que vivían junto a nuestra casa y nos vendían la leche de vaca recién ordeñada. El matrimonio tenía dos hijos, Roberto y Juanito, y a este último, que era paralítico, mi madre lo quería mucho. Su padre le había hecho una silla de ruedas de madera que no funcionaba muy bien, y en uno de los viajes que mi madre hizo a Barcelona compró una silla de ruedas de segunda mano para Juanito y se la regaló. Nuestros vecinos adoraban a mi madre, pero quien más la quería era Juanito.

Después de vivir tres años en las Canarias, volvimos a La Seu d’Urgell. Fue entonces cuando nació mi hermano Jaume, y muy pronto toda la familia nos fuimos a vivir definitivamente a Barcelona, ya que mi hermana y yo estábamos en la edad de empezar a estudiar una carrera y por entonces mi padre trabajaba de secretario de ayuntamiento en pueblos de los alrededores de Barcelona.

El veintitrés de diciembre de 1973, el día que Carrero Blanco voló por los aires a causa de un atentado de la banda terrorista ETA, mi padre murió. Y mi madre se quedó sola en casa con su hijo Jaume, que entonces tenía catorce años, ya que mi hermana Antonia se había casado y yo, en aquella época, vivía en Madrid.

Como decía antes, Quimeta era muy querida allí donde vivía. Los vecinos de Barcelona la adoraban y siempre decían que la añoraban cuando se iba a La Seu d’Urgell en verano. A todos les encantaba su energía positiva, su alegría, su optimismo y su capacidad de comunicación y de ayudar a los vecinos cuando era necesario. A mí siempre me había impresionado un hecho que sucedía al final de cada verano: Quimeta se trasladaba a La Seu d’Urgell para la verbena de San Juan y pasaba allí todo el verano, hasta el doce de octubre, festividad de la Virgen del Pilar. En esa fecha yo acostumbraba a ir a buscarla con mi coche porque mi madre siempre iba muy cargada. El día que volvía a Barcelona, Quimeta se despedía de algunos vecinos, pero en el momento de nuestra marcha, todo el barrio salía a despedirse de ella. A mí me parecía muy bonito, y se notaba que todos lo hacían muy a gusto porque la apreciaban; incluso parecía que se despedían de un gran personaje. Esta escena solo la he visto cuando se iba mi madre, y me resultaba muy conmovedora.

Quimeta era muy agradecida con todos, especialmente con los médicos que la atendían. Siempre comentaba a sus vecinas que sus médicos eran los mejores, y que ella estaba muy contenta y agradecida. Cuando volvía de La Seu d’Urgell, siempre les traía uno de los sabrosos quesos de la Sierra del Cadí y embutidos caseros de primera calidad. Quimeta comentaba a sus vecinas: “A los médicos no se les debe hacer regalos porque no los aceptan, y me parece bien. Pero lo que les regalo yo es otra cosa, es un producto artesano de mi pueblo y a ellos les gusta mucho”.

Durante la vida de Quimeta hubo dos hechos que la marcaron. Uno de ellos ocurrió cuando tenía trece años: al acabar la guerra civil, su padre murió quemado vivo en el interior de una fábrica de lanas por unos hombres pertenecientes al Servicio de Investigación Militar (SIM) que pasaban por Martinet. Otra circunstancia que le dejó una huella muy profunda fue la enfermedad de mi padre: era bipolar y, al cabo del año de estar casados, tuvo la primera crisis. Durante toda su vida, pasó por momentos de estabilidad y por otros más críticos, circunstancia que producía una gran inestabilidad dentro de la familia.

A pesar de todo, mi madre, aparentemente, superó estos dos hechos tan dolorosos. Sin embargo, en su interior pervivía un punto de tristeza y rencor que solo conocíamos los que éramos más cercanos a ella,y que Quimeta expresaba en momentos puntuales dentro de la intimidad de la familia, ya que nunca hablaba con los demás de sus problemas.

Este sentimiento de tristeza de mi madre quedaba compensado por su carácter, siempre lleno de fuerza y optimismo y que hacía que siempre mirase hacia delante.

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