Читать книгу Te quiero hasta el cielo - Carme Aràjol i Tor - Страница 17

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Anécdotas durante esta época

Cuando en el centro de día o en algún otro lugar le preguntaban su nombre, ella decía muy orgullosa: “Quimeta Tor Forga, para servir a Dios y a usted”, una frase que le enseñaron a decir cuando iba a la escuela en Martinet.

Me encantaba preguntarle de vez en cuando si me quería: “Quimeta, ¿me quieres?”. Y ella contestaba: “Sí, hasta el cielo”, otra frase que ella decía cuando era pequeña.

En una ocasión, mi madre fue con mi hermana y su familia a la casa de campo de mi hermano Jaume, cerca de Berga. Allí vio un cuento infantil que pertenecía a sus hijos y tuvo una reacción curiosa, dijo: “Gracias a Dios, esto es lo que yo necesito”. A continuación, comenzó a leer el cuento y eso la puso muy contenta. Desde entonces, mi cuñada Eva le regaló muchos cuentos infantiles de sus hijos y cuando Quimeta estaba en su casa, de vez en cuando ella se los leía, siempre en compañía de alguno de sus hijos ya que mi madre ya no tenía la iniciativa para hacerlo sola.

Un fin de semana que yo me ocupaba de mi madre fuimos a la playa de la Villa Olímpica de Barcelona. Mientras yo conducía, mi madre se removía en el asiento contiguo nerviosa e inquieta. Y, en cuanto llegamos, bajamos del coche y nos dirigimos hacia la playa. Al ver el mar dijo: “Gracias a Dios, esto sí que me gusta”. A partir de aquel momento se quedó tranquila mirando el mar. Desde entonces, muchos fines de semana íbamos a la playa; yo colocaba en el maletero del coche dos sillas plegables de camping y, cuando nos dirigíamos a la playa, en una mano llevaba las sillas y en la otra sujetaba a Quimeta. Caminábamos sobre la arena hasta llegar cerca del agua y mi madre y yo nos sentábamos en las sillas mirando el mar. Esta actividad a la Quimeta le encantaba y se quedaba muy relajada.

Un fin de semana que mi madre estaba en casa de mi hermana Antonia, para distraerla mi hermana la llevó a misa a una iglesia cercana a su casa. Se sentaron en las primeras filas y el cura que oficiaba la misa lanzó un sermón en un tono tan agresivo que parecía que estaba regañando a los feligreses. Quimeta, que aún era consciente de algunas cosas que pasaban a su alrededor, cuando percibió el tono del cura no le gustó, se levantó y en voz alta dijo: “Antonieta, vámonos porque este señor es muy mal educado”. El cura y los feligreses que estaban cerca lo oyeron y mi hermana se tuvo que marchar con mi madre para que esta no hiciera más comentarios genuinos en voz alta.

A mi madre no le gustaban las personas gordas, y un día que yo estaba paseando con ella por la residencia, pasó cerca de nosotras uno de los cuidadores, que estaba gordo y fuerte. Cuando mi madre lo vio, en voz bastante alta, me dijo: “¡Mira, este hombre está gordo como un cerdo!”. Yo me sentí incómoda y avergonzada porque el cuidador la escuchó, pero no le dije nada a mi madre porque ella no lo hubiera entendido, ya que actuaba como una niña y decía lo primero que le pasaba por la mente en cada momento, con una lógica infantil.

Te quiero hasta el cielo

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