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La relación con mi madre

Soy la hija mayor de la familia y siempre he tenido una relación de proximidad con mi madre. Nos parecemos físicamente, aunque ella es más guapa. Las dos somos muy activas, siempre nos ha gustado hacer cosas y no nos da miedo el trabajo; esta manera de actuar nos ha unido y es por ello que mi madre siempre ha contado conmigo cuando ha necesitado ayuda sobre cualquier tema.

Ella me eligió a mí como confidente para hablar y compartir la enfermedad de mi padre y los problemas que esta situación le creaba. Mi padre era una persona muy inteligente, un buen intelectual y un idealista. Una persona muy entusiasta con su trabajo de secretario de ayuntamiento, y allí donde iba destinado siempre estudiaba antes la historia y la geografía del lugar y también los eventos sociales y culturales del municipio. Todos estos conocimientos daban un plus a su trabajo. Pero, a la vez, tenía una enfermedad crónica: era bipolar, y esto suponía que tenía temporadas en las que estaba bien y otras en las que se encontraba o bien deprimido o bien todo lo contrario, con un grado de excitación superior a lo normal. Como he comentado antes, esta situación creaba una cierta inestabilidad familiar.

Yo era una niña tranquila, sensible y equilibrada, y mi madre se sentía cómoda hablando conmigo de la situación familiar. Durante mucho tiempo, fui la única persona con la que ella hablaba de este tema y, además, siempre me pidió que no lo comentase con nadie más. Así, desde muy pequeña me convertí en su confidente y aliada, incluso en algunos momentos me decía: “No tienes que hablar de la enfermedad de tu padre con nadie, porque si no, los chicos no querrán casarse contigo”.

Sus comentarios me marcaron durante muchos años y he necesitado hacer un trabajo personal importante para quitarme este peso de encima. Ahora estoy muy contenta porque lo he conseguido y en estos momentos soy una mujer feliz y libre que he superado los bloqueos y traumas que esta situación me produjo. Pero lo mejor de todo es que no se lo he tenido en cuenta a mi madre porque creo que ella, en aquel momento, estaba muy afectada por la situación de su marido y le pareció que yo podría ser su apoyo, sin platearse que podía hacerme daño porque era demasiado joven para asimilarlo.

A medida que he trabajado este tema a nivel personal, también he ido siendo consciente de que yo soy la única responsable de mi vida, ya que los problemas que todos padecemos mientras estamos en este mundo sirven para ayudarnos a aprender y avanzar; y que tenemos la responsabilidad de buscar la manera de superarlos y, sobre todo, creo que debemos aprender de las situaciones que se nos van presentando. No nos ayuda en nada echar la culpa a los demás -ni a nosotros mismos- de nuestra situación, sino más bien lo contrario. Lo que ha pasado, ha pasado. Y tenemos que curar las heridas y mirar hacia adelante con fuerza, energía y optimismo. Tengo la suerte de ser una mujer muy positiva, siempre veo el vaso medio lleno y no decaigo fácilmente ante los problemas; además, soy muy entusiasta y esta actitud me ha ayudado a seguir adelante y estoy muy satisfecha de lo que he conseguido.

Mi madre era conmigo muy mandona y controladora. Siempre me decía lo que tenía que hacer, y eso a mí no me gustaba, por lo que a veces me revelaba ante su autoridad; pero, a la vez, ella me quería mucho a pesar de que entre nosotras no hubiera muchas muestras exteriores de afecto. Esta relación, que desde fuera parecía un poco fría, era una constante en nuestra familia: entre nosotros, no nos expresábamos nuestro amor los unos por los otros con besos y abrazos y por esta razón parecía que tuviéramos una relación fría. Pero no era cierto, porque somos una familia muy cálida y unida que siempre nos hemos querido mucho.

Entre mi madre y yo siempre hubo mucha complicidad, nos sentíamos muy bien hablando de nuestras cosas. Recuerdo una vez en que, el día de Sant Jordi, al principio de los años ochenta, yo había vuelto de Madrid, donde había vivido durante siete años. Mi madre vino aquel día a mi casa a traerme una rosa, pero, como yo no estaba en casa, la dejó en casa de una vecina. Este detalle me encantó y siempre lo he recordado. También recuerdo con nostalgia los últimos pendientes que ella me regaló -de plata y con un diseño muy moderno- antes de empezar a desarrollar la enfermedad de Alzheimer. Ese fue el último regalo consciente que Quimeta me hizo, y guardo uno de los pendientes con mucha estima ya que el otro lo perdí.

Te quiero hasta el cielo

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