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Parábola del impaciente «No corras, ve despacio, que adonde debes ir es a ti solo. Ve despacio, no corras, que el niño de tu Yo, recién nacido, eterno, no te puede seguir». JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

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Un anciano fue a comprar esquejes de higuera. Parecía muy mayor, casi centenario, y el joven empleado del vivero se asombró un poco ante su demanda. La higuera es uno de los árboles de desarrollo más lento, tarda casi diez años en crecer, así que el vendedor se vio obligado a preguntar al viejo si podría esperar tanto tiempo. El buen hombre entonces le respondió:

Una mañana, cuando yo tenía casi su misma edad e iba camino de mi casa, descubrí un pequeño capullo varado en la corteza de un abedul. Noté en él una ligera vibración y comprendí de inmediato que la mariposa se estaba preparando para salir. Nunca había presenciado ese momento y esperé un largo rato pero, aunque la vibración interior del capullo era visible, la mariposa no se asomaba y yo tenía prisa. Me figuré que si lo calentaba con mis manos podría acelerar el proceso. Al cabo de un rato, me atreví incluso a exhalar mi aliento sobre él. Y entonces, ese pequeño milagro de la naturaleza comenzó a desenvolverse ante mis ojos impacientes. La envoltura blanca se desgarró y la mariposa salió arrastrándose, pero sus alas no estaban aún preparadas y el pequeño bichito tembloroso no podía desplegarlas. En vano la ayudé con mis dedos. No fue posible. Ella hubiera necesitado una maduración lenta, de horas al sol. Entonces ya era tarde. La pequeña mariposa murió en la palma de mi mano y su cadáver se pulverizó casi al instante, entre mis lágrimas y sobre mi corazón.

No supe esperar con paciencia mi encuentro con la belleza, me apresuré, me impacienté sin tener en cuenta que hay un ritmo que une al presente con la eternidad, y por eso aquella mariposa se convirtió en uno de los grandes pesos que cargo sobre mi conciencia. Así que ahora, muchacho, estoy preparado para ver crecer despacito a la higuera, o para dejarla plantada en el jardín y que mis nietos me recuerden a su sombra.

El joven empleado del vivero, en silencio, envolvió los esquejes y se los regaló al viejo.

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