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Parábola del marqués de Medianías «A fuerza de no haber ternura, los brazos se van atrofiando». MANUEL FRANCISCO REINA

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Hace ya más de cuarenta años, un minero llamado Teófilo Mediano que había pasado casi toda su vida bajo tierra, en un pozo oscuro y asfixiante al que tenía que bajar a diario, encontró entre el carbón una pequeña veta de oro.

Con ella, y con mucho esfuerzo, Teófilo Mediano empezó a trabajar a plena luz, como autónomo. La época era favorable y se enriqueció.

Como era un hombre de escasa cultura, el dinero deslumbró a Mediano más que la libertad. Se mudó de su casita a una gran mansión e incluso se atrevió a comprar para su familia un título nobiliario –marqués de Medianías– que le permitía codearse, aunque guardando las distancias, con lo más granado de la nobleza. Pero no se le ocurrió pensar en nada más. Para qué si le iba tan bien.

Cuando Teófilo murió de desorientación, su hijo Felicísimo heredó el título y la fortuna, ambos menos lustrosos de lo que parecían. Felicísimo, irreflexivo como su padre, despreciaba el origen de su familia y pronto lo olvidó.

Como segundo marqués de Medianías, se dedicó a viajar por el mundo en un jet privado, que apenas podía mantener, y pidió créditos para llenar sus armarios de zapatos ingleses, sin invertir en nada, sin pararse a reflexionar.

Preso de la locura de las apariencias, taló los árboles de su jardín para construir pabellones de invitados. Cada vez que en su casa se estropeaba una tubería, la cubría con molduras doradas para no tener ni que arreglarla ni que verla.

Hace casi cuatro años, los severos inspectores de su banco anunciaron a Felicísimo Mediano que sus cuentas se encontraban en números rojos y tenía que ajustar el presupuesto.

El Marqués echó un vistazo rápido a lo que le rodeaba: una mansión con dorados y sin desagües, con casitas, pero sin árboles; un avión sin gasolina; un frac para acudir a fiestas a las que ya no le invitaban… Y como tenía el sentido de las prioridades atrofiado por la falta de uso, y su inteligencia había estado siempre en barbecho, decidió mantener la ropa en el armario y el jet en el hangar y, para disminuir gastos, comenzó una dieta estricta.

Los banqueros han seguido apretando y hace ya tres meses que el marqués de Medianías dejó completamente de comer. Y en eso sigue, nadie sabe hasta cuándo.

Hay quien se parece un poco a Felicísimo Mediano: personas inteligentes que no cultivan su interioridad, prisioneros en el imperio del presente inmediato y las apariencias, a quienes les cuesta establecer bien las prioridades porque para hacerlo es necesario el proyecto, la visión de lo que uno quiere llegar a ser.

Como le sucedió al marqués de Medianías, van a dejar completamente de alimentarse. Y sin embargo ellos, y solo ellos –pero por dentro–, son su última esperanza.

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