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Nuestro nombre «Cuando digo tu nombre, algo oculto se agita en mi alma». VICENTE ALEIXANDRE

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No hay demasiada gente que recuerde el momento en que le pusieron un nombre. Se da en ocasiones, desde luego, con los pequeños adoptados en países muy lejanos, con algunos inmigrantes o con las personas que han cambiado de identidad, pero para la mayoría de nosotros el nombre de pila vino dado, junto con sus biográficas leyendas sobre aquellos de quienes lo heredamos, o sobre el motivo que impulsó a nuestros padres a llamarnos de esa y no de otra manera.

Así que uno de los primeros encuentros de la vida se establece con nuestro propio nombre. Al principio sin cuestionarlo. Luego –buscando acomodo en él– vamos descubriendo su valor de herramienta «pro-encuentros», porque el nombre con que uno se presenta sirve sobre todo para que otro le llame. Al llegar la madurez, sin embargo, descubrimos que nuestro nombre es un espacio que llenamos absolutamente y entonces nos encarnamos de manera voluntaria en él. Así seguimos caminando hacia la cima para acercarnos a nuestro único nombre verdadero: Yo Soy Así. Claro que este nombre, dicen los sabios, solo se puede poseer en el último día de la vida porque, con cada amanecer, Yo Soy Así está invitado a crecer, a cambiar, a ser mejor persona.

Existen también algunos nombres que todos los seres humanos compartimos. En lengua castellana se dicen así: «Educación», «Tiempo», «Tierra», «Hombre» y «Navidad». Son masculinos y femeninos a la vez, por supuesto.

Todos nos llamamos Educación porque debemos recibirla para configurar nuestro destino y alcanzar el horizonte.

Todos nos llamamos Tiempo porque cuando amanece no tenemos el día escrito y en cada uno de nosotros la humanidad entera vive siglos de sueños y esperanzas.

Todos nos llamamos Tierra porque, como los árboles, hemos dado sombra y frescor a alguien a quien no preguntamos «¿qué vas a hacer conmigo?»; porque hay días en que, como un perro fiel, ignoramos todo lo malo y adivinamos todo lo bueno; porque cada uno de nosotros es tan frágil, fuerte, vivo y verdadero como el planeta en que vivimos.

Todos nos llamamos Hombre porque en los ojos de cada persona se transparenta su esencia, y en las miradas de todas juntas lo que la humanidad podría llegar a ser; porque bajo las decepciones todos escondemos unas pequeñas alas; porque tal vez alguna palabra o hecho de hoy sea capaz de devolver la esperanza a nuestra especie.

Y nos llamamos Navidad porque nada tenemos. La Navidad celebra, si mal no lo recuerdo, el día en que nació un niño pobre. Así nacimos cada uno de nosotros, indefensos, con el sabor en los labios de un solo encuentro: el de la sangre materna.

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