Читать книгу Encuentros - Carmen Guaita Fernández - Страница 9

El tiempo presente «Es fácil definir el tiempo como lo pasado, presente y futuro. Sin embargo, esta distinción es inexacta. Porque cada momento es lo mismo que la suma de los momentos, un proceso, un pasar, ningún momento es realmente presente y, por ende, no hay en el tiempo presente, pasado ni futuro. Lo presente no es el concepto del tiempo. Lo eterno es, por el contrario, lo presente. El momento es aquel en el que entran en contacto el tiempo y la eternidad». SÖREN KIERKEGAARD

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Los encuentros que marcan nuestra vida se desarrollan siempre en un momento presente, a ese nivel esencial que define el gran Kierkegaard. Un presente construido por las historias del pasado y que esconde, en las decisiones que vamos tomando, las claves del futuro. Pero también un reflejo vivo y centelleante de lo eterno.

Esa suma de momentos es el presente en el cual vivimos, el minuto a minuto actual en que se ponen en contacto el tiempo tasado de nuestra vida y el tiempo insondable. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, estoy viva; quien las lee está vivo. Ambos existimos en un momento presente que fluye y nos pone en contacto. Estamos llevando a cabo un encuentro entre personas que no se efectúa de manera simultánea sino en un nivel de eternidad.

Hace algunos años comprendí que el tiempo es un lugar. Los seres humanos no podemos separar el ahora del aquí. Ni del cómo y el con quién. Por eso me parece que comprender el valor de los encuentros precisa de ese paso previo que es comprender el valor del tiempo.

Como muchos filósofos nos han recordado, podríamos ser el resultado efímero de una metamorfosis. Seguro que alguna vez hemos pensado en nuestra vida como en la de una mariposa: disfrutamos apenas un minuto de belleza entre esa oruga insegura y feúcha que fuimos en el pasado y la incertidumbre del futuro que desconocemos. Hemos considerado la alegría como un «apenas», un «ya se fue», y más de una vez nos ha sorprendido que ese «ya se fue» afecte de igual forma a la tristeza. Tal vez, a estas alturas, la pérdida de seres queridos nos ha empapado con un recordatorio perenne de la fugacidad del tiempo, al modo pesimista de nuestros escritores barrocos: «De la brevedad engañosa de la vida» se titula uno de los más bellos sonetos de Góngora.

A veces paramos un segundo a tomar resuello y entonces nos preguntamos casi sin querer: ¿Qué somos? ¿Caminantes que no se detienen nunca? ¿Piezas del engranaje de la comunidad, el trabajo y la sociedad? ¿Sacos de obligaciones? ¿Entes zarandeados por las circunstancias? ¿Consumidores de los anuncios, porcentajes de las encuestas? ¿Figuras incompletas? ¿Rescoldos de juventud? ¿Proyectos de ancianidad?

Pues bien, cada uno de nosotros, así en singular, es una persona única. En su ahora, en su hoy. No somos mariposas, pero si lo fuésemos, nuestra vida sería la de un ser bello y pleno que despliega sus alas y sabe volar mientras dure. Por eso debemos comprender que nosotros, como las mariposas, somos un presente.

Constituimos una parte esencial de nuestro entorno y a través de los encuentros aportamos sentido, con frecuencia sin saberlo, a la vida cotidiana de muchas personas. Sin embargo, venimos escuchando desde hace siglos un refrán estoico que nos trata como si fuésemos granos de polvo: «Nadie es imprescindible». ¿Cómo que nadie? Al menos, y tirando por lo bajo, todos lo somos para que la realidad sea exactamente como es. Cada uno de nosotros es fuente de valores, espejo en el que alguien se mira, encarnación de un alma eterna. Vivimos y, por tanto, estamos en tránsito, abiertos a las mil posibilidades de los encuentros pero siempre y en toda circunstancia completos, dignos y plenos. Cada ser humano es, ahora mismo, un presente imprescindible.

Carpe diem no significa «goza de un instante que no vuelve», sino «eres el dueño de tu día». Si el «ahora» es el momento en que entran en contacto el tiempo y la eternidad, entonces es también la ventana desde la que nos mira Dios.

La vida solo tiene una dirección: hacia delante. El presente es el lugar donde se halla la ruta. Es bueno disponerse cada mañana a abrazar los encuentros que traiga consigo la jornada porque ellos serán quienes escriban la canción del tiempo.

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