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4. Breves notas para un «Catulo en España»
ОглавлениеM. Menéndez Pelayo estudia las traducciones e imitaciones de Catulo en las págs. 8-100 del segundo tomo de su Bibliografía Hispano Latina Clásica y, recientemente, en 1989, J. L. Arcaz Pozo ha publicado un artículo, «Catulo en la literatura española», en el núm. 122 de Cuadernos de Filología Clásica , en el que, con acierto, se ocupa de la influencia de Catulo en España. Las carencias que las obras de E. R. Curtius, Literatura Europea y Edad Media Latina , y de G. Highet, La tradición clásica , ofrecen en el campo de las influencias clásicas griegas y latinas en la literatura española, y que Rosa Lida, con su artículo «La tradición clásica en España», pretendió corregir, estaban, en lo que a Catulo respecta, sin subsanar todavía.
J. L. Arcaz centra el problema de la influencia de Catulo en España con estas palabras: «No es demasiado profusa, debido ello, en gran parte, al propio carácter intimista de la poesía de Catulo y poco acorde con las buenas costumbres». Sentado esto, el que la obra de Catulo no tiene dentro de la literatura española el arraigo de autores como Virgilio y Horacio, hay que enfatizar, sin embargo, la brillantez de las recreaciones que nuestros autores hacen de los poemas del poeta latino, y la sorpresa surge cuando comprobamos que la influencia no se interrumpe a lo largo de los siglos, ni aun en el XIX , y alcanza un gran esplendor en nuestros días, sin duda, bajo el magisterio de nuestros humanistas de postguerra. Poetas brillantes y de una obra en constante renovación como Valverde y Colinas parafrasean en sus versos al mejor Catulo. Poetas, licenciados en Clásicas, lo traducen en verso o lo recrean en novela, y alguno de ellos, como Aníbal Núñez, consigue un hito en la traducción de Catulo en español, sin que se le pueda objetar otra cosa que el haber limitado su traducción a cincuenta poemas.
Vamos a hacer un recorrido a lo largo de la literatura española con la intención de hacer ver los logros que en la asimilación del espíritu catuliano han tenido nuestros autores.
La primera cita, según M. Pelayo, es la de Enrique de Villena en su Tratado de la consolación , en la que no merece la pena detenerse. Sólo dejar constancia del temprano resurgir de nuestro poeta en el medioevo español.
En nuestro Siglo de Oro los focos de atención dentro del Liber lo constituyen aquellos poemas que la tradición ha considerado como los mejores; así, los poemas 2 y 3 atraen a Rodrigo Caro (s. XVII ), del que escojo estos ejemplos: «de mi niña el pajarillo / que era toda su alegría…»; «llorad, Venus y Cupidos: / el pájaro de mi niña / se murió: más que a sus ojos / ella lo amaba o quería».
Del 4 tenemos la que es, para mí, la mejor recreación de Catulo en español y se debe a F. de Rioja (s. XVII). Es el soneto: «éste que ves, oh huésped, vasto pino…». Como es natural sigue sólo en parte su contenido, pero es un hermosísimo soneto que recoge por entero el encanto del poema latino. Basta leer los dos últimos tercetos: «Vientos, agua sufrió, llegó al aurora, / veloz nave, rompió luengos caminos, / y a su patria volvió soberbia y rica; / mas no firme a sufrir del mar ahora / los ímpetus, por voto a los marinos / dioses Cástor y Pólux se dedica».
El famoso poema de los besos, el 5, tiene dos destacados seguidores: Cristóbal de Castillejo (s. XVI) y F. de Quevedo (s. XVII). El poema de Castillejo titulado «A una dama llamada Ana» recrea no sólo el 5, sino el 51 y el 85. El de Quevedo es una traducción: «Vivamos, Lesbia, y amemos / y no estimemos en nada / los envidiosos rumores / de los viejos que nos cansan; / pueden nacer y morir / los soles: mas si la escasa / luz nuestra muere, jamás / vuelve a arder en viva llama…».
Quevedo traduce también el segundo poema de los besos, el 7: «Preguntas con cuántos besos / tuyos me contento, Lesbia?…».
Resulta lógico que el poema 64 haya atraído el mayor número de traductores e imitadores. De los del Siglo de Oro voy a ocuparme de Fr. Luis de León con una modesta aportación, por mi parte, al estudio de Catulo en España. Me había interesado la Oda a Santiago en sus estrofas 51-55, 56-60. En un contexto bíblico religioso veía un cuadrito pagano, muy «naïf»: las nereidas se turban al ver la navecilla que lleva el cuerpo del Apóstol a España, y pronto se disponen a ayudar, más a cuatro manos que a dos.
«Por los tendidos mares / la rica navecilla va cortando; / nereidas a millares / del agua el pecho alzando, / turbadas entre sí la van mirando; / y dellas hubo alguna / que, con las manos de la nave asida, / la aguija con la una / y con la otra tendida / a las demás que lleguen las convida».
Esto está tomado de Catulo, 64, 14-18, y de Virgilio, En . X 220-226. Como sus maestros, Fr. Luis no emplea una sola fuente en sus imitaciones. Dedica a Catulo la primera estrofa y a Virgilio la segunda, sin dejar de estar presentes en las dos ambos modelos. No en balde la escena de Virgilio también debe bastante a Catulo. Así, «Nereidas a millares del agua el pecho alzando, turbadas entre sí la van mirando…» es imitación de los versos de Catulo, 15 y 18: monstrum Nereides mirantes … y nutricum tenus extantes e gurgite cano … Por su parte, Virgilio nos cuenta que la diosa Cibeles ha convertido a las naves cercadas de Eneas en ninfas del mar; éstas se encuentran con la nave capitana, pilotada por el propio héroe; Cimodocea, la ninfa más elocuente, habla a Eneas, cogiéndose con la mano derecha a la popa, mientras que con la izquierda va ayudando a remar. Es evidente que la estrofa de la Oda de Fr. Luis, 56-60, es imitación de los versos 225-227 de Eneida X: quarum quae… Cymodocea / pone sequens, dextra puppim tenet, ipsaque dorso / eminet ac laeua tacitis subremigat undis .
El soneto de Juan de Arguijo, Ariadna dejada de Teseo , imitación de 64, 165-171, puede servir como última representación de las imitaciones de Catulo en el s. XVII . Como muestra de su valor cito el último terceto: «Tal se queja Ariadna en importuno / lamento al cielo; i entretanto lleva / el mar su llanto, el viento su deseo».
El s. XVIII , más ilustrado, logra en los traductores e imitadores de Catulo, con frecuencia, mayor precisión, pero, siempre, menos «gracia». Hay que destacar a J. Cadalso, hábil traductor del c. 3. El poeta neoclásico Quintana cuenta con un curioso monólogo titulado Ariadna , inspirado en el poema 64 de Catulo. También merecen citarse como catulianos a Nicolás Fdez. de Moratín y a Meléndez Valdés.
En el s. XIX abundan los traductores y un recreador excepcional, Juan Valera, que en estrofas sáficas canta la muerte del pajarillo de Lesbia (c. 3):
Llorad, oh Gracias, y plegad las alas ,
dulces Amores de dolor transidos ,
el avecilla de mi blanda Lesbia
lánguida expira …
Benjamín Jarnés inaugura la abundante cosecha de catulianos que aporta el s. XX . Los poetas acuden a buscar su inspiración al Liber de Catulo, pero no a sus poemas más manejados por la tradición, sino a los que alientan modernidad. Así, A. Colinas recrea el c. 31 en su obra Sepulcro en Tarquinia , del que escogemos la siguiente estrofa:
Sirmio, Sirmio de entonces, la dilecta
entre las islas bellas de aquel lago ,
cuando la flor llegaba a los almendros
tú, Catulo, poeta de Verona ,
viajabas a Asia, Sirmio, Sirmio ,
llena de labios rojos y de cráteras …
La recreación de J. A. Valente del poema 85 de Catulo en su Odio y amo es el mejor broche de oro con el que vamos a cerrar este resumen de los mejores catulianos de la literatura española. Sólo escogemos una estrofa:
Odio cuanto levanta al aire
una frente o un pétalo .
Cuanto he besado, cuanto
he querido besar y ha sido
materia o voz de mi deseo. Odio
y amo. (Amo
con demasiado amor) .