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INTRODUCCIÓN GENERAL
ОглавлениеObligados a escribir una introducción a la obra de Catulo, la primera tentación que se tiene es la de remitir al lector a cualquiera de las muchas que hay ya, redactadas incluso en español. Así, para la biografía del poeta se pueden leer las que incluyen J. Petit en su edición y M. Dolç en la suya, o, si se prefiere manejar bibliografía más reciente, la del libro sobre Catulo de L. A. de Villena. Para comentarios sobre su poesía se puede acudir a la introducción del Catulo de Ramírez de Verger.
No obstante, al cabo de múltiples lecturas de la abundante bibliografía sobre nuestro poeta, uno cobra ánimos, aunque sólo sea para poner mesura a muchos comentarios. La traducción sosegada de la obra y su meditación consiguiente pueden originar ideas que, en su mayoría, ya se han dicho en las más variadas lenguas; pero siempre queda la esperanza de decir algo, por poco que sea, fuera del sendero habitualmente recorrido.
En ediciones bien recientes vemos con estupor que se confunde la sinceridad de la obra catuliana con su autobiografía, y a la hora de querer contarnos la vida del poeta se llega a una cita entrecomillada de la traducción de sus versos. Y hemos de agradecer que el Liber ofrezca un desorden cronológico más que regular, porque, en el caso contrario, habríamos llegado a ver la biografía de Catulo como una traducción ordenada de sus poemas. Muchos autores repiten, por ejemplo, una escena parecida a ésta: en la vida del poeta su amada acaba prostituyéndose por las calles y esquinas de Roma. Como veremos, no es más que la cita casi literal de los versos 4-5 del c. 58.
¿Se puede tomar al pie de la letra a un autor cuya personalidad, inmediata al lector atento, aparece siempre desgarrada entre dos polos: amor y odio? En los tiempos de amor, Lesbia es «radiante diosa»; en los tiempos de odio, por el contrario, «aquella Lesbia… por las esquinas y callejas glubit magnanimi Remi nepotes» . La conclusión más clara a la que puede llegar el lector de Catulo es que Lesbia no era ni una diosa ni una prostituta esquinera.
Cicerón, tanto en el discurso en defensa de Celio como en sus cartas, viene en ayuda del Catulo de los momentos de odio y de esos biógrafos que antes hemos mencionado. Partiendo de la base de que Lesbia es Clodia II, como más adelante veremos, esta mujer representa para él lo más odioso de la sociedad romana de su tiempo: es hermana del tribuno Clodio, que logró el destierro de Cicerón después de su consulado y fue cabecilla del partido popular, cuyas aspiraciones Clodia secunda. Si a esto añadimos razones psicológicas profundas para reforzar este odio, tal vez llevemos al lector al convencimiento de que los argumentos del orador no valen para reforzar los argumentos de Catulo.
Si reunimos los calificativos que Cicerón en sus obras 1 le dedica: Medea Palatina (era vecina suya en el Palatino), Boôpis («la de ojos bovinos o grandes»), que podría parecer un piropo si no fuera el calificativo de Homero para Juno, la hermana y esposa de Júpiter, y quadrantaria («de a real» por la facilidad en venderse y prostituirse), encontraremos todo el cúmulo de acusaciones que Cicerón quiere propalar en contra de ella: bruja hechicera, envenenadora de su esposo, incestuosa amante de su hermano, prostituta barata. Parece demasiado para que todo sea cierto.
Plutarco (Cicerón 29) presenta en este capítulo un cuadro de amistad entre Cicerón y sus vecinos los Clodios. Esta situación puede proporcionarnos pistas que nos lleven a descubrir la causa honda de por qué Cicerón odia tanto a Clodia. Cito por la traducción de Ranz Romanillos: «Yendo continuamente (Cicerón) a casa de Clodia y obsequiándole ésta…». Y sigue contándonos que Terencia, la mujer de Cicerón, siente celos de Clodia, hasta procurar la ruptura.
No tengo ninguna duda al sostener que ésta es la clave de las palabras de Cicerón en su carta a Ático II 1, 5: sed ego «illam» odi male consularem . Este intenso odio hacia la mujer del ex cónsul Metelo, Clodia, es el mismo odio de Catulo: odi et amo . La odiaba tan intensamente porque la amó de la misma forma. Las palabras de un despechado no deben ser muy tenidas en cuenta. Está claro que Clodia debió tener algo de lo que dice, pero no todo.
Querríamos, además, negarle al ciclo de poemas de Lesbia el carácter de diario amoroso que se le ha querido dar. Resulta evidente que el amor de Lesbia es el factor que da lugar a la cuarta parte de sus composiciones. Este porcentaje aumenta hasta llegar casi a la mitad cuando investigadores alemanes nos descubren que los llamados tradicionalmente «poemas doctos», el ciclo de los carmina longiora , encierran una maquinaria mitológica que no contiene más que «las máscaras» del poeta, otra forma de contarnos y de reflexionar sobre el amor de su vida. Ahora bien, si seguimos la anécdota de la «novela» de amor de Catulo y Lesbia, ésta reproduce el estereotipo de los amores que se dan en la elegía amorosa: aventura amorosa que comienza con la felicidad de los amantes, sigue con las traiciones de la amada –perdonadas al principio–, continúa con las consiguientes penas amorosas del poeta y con nuevas traiciones para concluir con la ruptura definitiva. El hecho de que esta anécdota amorosa reproduzca un estereotipo en todos los elegíacos nos hace pensar que no debe tomarse al pie de la letra.
En algunos elegíacos, como Tibulo, este estereotipo puede aplicarse a la pareja poeta – puer delicatus , y es curioso que en el caso de Catulo – Juvencio no se dé. El poeta parece interesado en velar por la integridad del joven, pero no hay desgarrón trágico en esta ruptura. Estamos muy lejos de poder ver aquí la intensidad del amor, romántico casi, que el poeta siente por Lesbia.
Cabe la misma mesura a la hora de valorar las invectivas contra figuras políticas y militares. El caso más claro es el ataque contra el propretor G. Memmio. Independientemente de la valoración que los historiadores nos hacen de este personaje, el hecho de que un poeta como Lucrecio le dedique su De Rerum Natura nos está descubriendo a un hombre de sensibilidad, a quien el poeta conceptúa como persona capaz de entender y valorar el monumento literario que se le dedica. Por tanto, el hecho de que Catulo injurie a Memmio de la forma en que lo hace por no haberle dejado enriquecerse en una provincia esquilmada como Bitinia, nos revela –por muy laxa que fuera la moral romana a la hora de juzgar el pillaje de las provincias– la faceta más irreflexiva de la personalidad del poeta, capaz de lanzar un ataque tan desproporcionado como injusto.
No nos resistimos a rechazar el tono de frivolidad que se suele dar a toda la vida de Catulo: gozó en Verona de una juventud sin preocupaciones, gracias al holgado «status» económico de su familia y después, en Roma, vivió de forma desenfrenada, entregado a toda clase de placeres. Según esto, ¿cuándo estudió este hombre? ¿En qué momento aprendió lo mucho que demuestra saber? ¿Cómo pudo alcanzar el calificativo de doctus que le dieron sus contemporáneos y sus seguidores? Porque, en efecto, Catulo está al día de todo el saber de su tiempo. Traducciones e imitaciones directas de autores griegos se prodigan en su obra con un acierto inigualable y demuestran un duro aprendizaje en su infancia y juventud, que debió prolongarse a lo largo de toda su vida. El viaje a Oriente en la cohorte de G. Memmio debió estar motivado, aparte de por razones económicas y afectivas (para honrar el sepulcro de su hermano y para huir de los escándalos amorosos y políticos de Clodia) por su intento de realizar un estudio serio del mundo continuamente evocado en su obra. Las ciudades grecoorientales, cuya visita anuncia con entusiasmo, son lugares idóneos para un estudio del mundo helénico y de Oriente, anticipando así tantos viajes de autores posteriores, como el de Virgilio, frustrado por su enfermedad mortal.
No es menos llamativo el deseo de ciertos filólogos de dar una interpretación sexual a muchos poemas que no la admiten. Se trata, además, de un terreno donde Catulo se desenvuelve con gran espontaneidad y en el que de ninguna forma trata de ser ambiguo. Por ejemplo, el c. 2, dedicado al pájaro de Lesbia. En el s. XV , a Poliziano se le ocurrió que el pájaro simbolizaba el miembro viril y su muerte en el c. 3 la impotencia. Esta interpretación ha dado origen a un río de comentarios. Parece claro que los romanos regalaban a sus amantes pájaros: gorriones, palomas, tórtolas, etc., y que su domesticidad les llevaba a realizar acciones como las que Catulo describe. La pintura griega que ilustra la edición de E. Mandruzzato en el apéndice correspondiente (pintura del s. V a. de C. sobre las bodas de Alcestis del Museo Nacional de Atenas) muestra una escena hogareña en un contexto de boda, donde una joven entrega la yema de su dedo a los picotazos de lo que parece una cotorra. El poeta romano pudo inspirarse del natural, de esta pintura o de otras semejantes. Por otra parte, epigramas a la muerte de animales domésticos hay en abundancia en la Antología Palatina .
Existen otras interpretaciones totalmente descabelladas, como, por ejemplo, la que se hace del v. 11 del c. 13, en el que Catulo habla del perfume de Lesbia con el que se va a obsequiar a Fabulo. En 1977 se ha escrito que este perfume simboliza la secreción sexual femenina. (Silenciemos aquí el nombre del autor del artículo que aparece en la Bibliografía.)