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1. Vida de Catulo

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No hay más referencias biográficas del poeta en biógrafos latinos que las de S. Jerónimo en su Crónica 2 , fiables en cuanto que sus datos se remontan a Suetonio. Concretamente, los de Catulo es posible que los haya tomado, además, de C. Nepote, contemporáneo y amigo del poeta. Según él, nació en el 87 y murió en el 57 a. C., a la edad de 30 años. La mejor tradición filológica 3 ofrece las fechas del 84-54 a. C., debido a que los testimonios tomados del propio Liber aluden a hechos posteriores al 57; así, la expedición de César a Britania, de la que hablan en los poemas 11 y 25, se efectúa en el 55 a. C. En el mismo 55 se inician las obras del Pórtico de Pompeyo (c. 111 y c. 55). Pompeyo fue cónsul por segunda vez también el 55 (c. 113, 2). Se completa la expansión del mundo en el 54 con los triunfos de César en Britania. La alusión a estos hechos es triple, en los poemas 11, 19 y 45.

La fecha de su nacimiento en el 87 a. C. aparece en S. Jerónimo como la del año del consulado de Cornelio Cinna y, como éste fue cónsul por cuarta vez en el 84 a. C., es fácil que este hecho haya ocasionado confusión en el propio Suetonio o en S. Jerónimo 4 . Se respeta el dato de haber vivido sólo 30 años, haciendo retrasar la fecha de su muerte al 54 a. C., y es que se es fiel a la tradición romana de hacer constar los años del muerto en las lápidas funerarias. Si los datos de S. Jerónimo se remontan a C. Nepote, parece indudable que el historiador, dada su amistad con el poeta, no podía olvidar sus pocos años de vida.

Que en Verona nació y se crió es algo que nadie duda. Catulo mismo habla de «mi Verona» y los autores posteriores que lo citan aluden a la patria chica del poeta de forma que Verona es para Catulo lo que Mantua fue para Virgilio 5 . En los mejores manuscritos 6 se le cita como Veronensis y Verona, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, siempre se ha sentido orgullosa de su poeta.

El nomen Valerius y el cognomen Catullus no ofrecen problemas. Sí los hay con respecto al praenomen , que sin duda fue Gaius y no Quintus , como en algún manuscrito y en un pasaje de algunos códices poco autorizados de Plinio el Viejo 7 se cita, probablemente por confusión con el praenomen de Quinto Lutacio Cátulo. La gens Valeria era una de las familias más afamadas de Roma. Los antepasados de Catulo debieron de trasladarse como colonos a Brescia y Verona y allí, gracias al comercio, lograr un capital que les permitió tener, además de su residencia en estas ciudades, una casa de campo (uilla) en Sirmión, junto al lago Garda. Catulo, por su parte, además de su casa en Roma, mantuvo otra uilla en Tívoli, donde las buenas familias romanas se daban cita sobre todo durante los veranos 8 . El alto status de que gozó la familia de Catulo lo conocemos también por Suetonio, de manera que César, de paso para las Galias, se alojaba siempre en casa del padre de Catulo 9 .

Después de una sólida formación en su provincia, probablemente bajo la férula de Valerio Catón, Catulo pasó a Roma 10 . El paso de este provinciano desde su ciudad natal a la Vrbs y su posterior entrada en los círculos intelectuales romanos debieron de verse facilitados por los muchos ciudadanos romanos de buena posición procedentes de la Cisalpina: gentes como Cornelio Nepote, Valerio Catón, Furio Bibáculo, Alfeno y Quintilio Varo, Cecilio y G. Helvio Cinna, casi todos de su misma edad y de parecidos intereses. A los citados en último lugar, los neotéricos de Cicerón, «los novísimos» de su tiempo, hay que unirles Calvo y Cornificio, los únicos que no son de la Transpadana 11 . Todos ellos representan un ideal de poesía y de vida en rotundo contraste con el modo tradicional de Roma, cuyo máximo representante puede ser Cicerón. Cicerón quiso ser siempre uir bonus , «un hombre de bien», entendiendo por tal al hombre respetuoso de las tradiciones religiosas, políticas y literarias, orgulloso de la moral romana: severidad de costumbres en hombres y mujeres. Conocedor y amante de la cultura griega, pero despectivo hacia todo lo que en ella pueda apartar a los romanos de su tradición.

El movimiento neotérico ama la cultura griega y trata de adaptar lo que en ella pueda haber de innovador. Se importan las nuevas normas de la literatura helenística, nuevos géneros, nuevas formas métricas, etc.; la música y la danza como elementos educativos; la mujer en cuanto integrante de cenáculos literarios e incluso políticos; los aristócratas al frente de la plebe, la libertad como bandera en todos los frentes.

Estas dos corrientes de opinión estaban abocadas a chocar repetidamente. El discurso de Cicerón en defensa de Celio 12 , joven romano ahijado suyo, pinta con tintes sombríos el ambiente en que se desenvuelve la juventud romana. Lo cierto es que los jóvenes del s. I a. C. gozaron en los años 60-50 de una libertad sin precedentes y quizá sin consecuentes. Concretamente, el grupo de los poetas «nuevos» hizo transcurrir sus días en un ambiente bohemio, alternando estudio, producción literaria y vida festiva y amorosa. En los poemas de Catulo están todos ellos, y muchos más, vivos, llenos de gracia, modernos, casi contemporáneos en su afán de vivir el instante al máximo. Nadie como Catulo ha identificado poesía y vida; nadie sacó con tanta intensidad la sustancia poética de sus vivencias. Amor y odio, alegría y dolor, entusiasmo y desesperación agitaron su alma de forma tal que contribuyeron, sin duda, a precipitar su muerte.

La muerte de su hermano mayor 13 en Oriente y su entierro en Troya sin las correspondientes honras fúnebres supusieron para Catulo un fuerte aldabonazo en su conciencia; la impresión lo llevó a refugiarse en su rincón provinciano, acudiendo, posiblemente también, a la llamada apremiante de su padre o de sus familiares para la organización definitiva del patrimonio. Las borrascosas relaciones con su amada harían esta marcha de Roma doblemente oportuna. De todo ello saldrían decisiones serias y responsables, como la de acompañar a Memmio en su viaje a Bitinia 14 formando parte de su séquito, con distintas finalidades: honrar a su hermano, profundizar en sus estudios para poder hacer más científicas las evocaciones de sus poemas (especialmente el grupo de los poemas llamados tradicionalmente «doctos») y, por último, aumentar su peculio, extremo éste en el que, como bien sabemos 15 , se vería defraudado por la honradez del propretor.

Especial atención deben merecernos sus amores. Catulo canta a Lesbia, pseudónimo tras el que, gracias a Apuleyo 16 , sabemos que se esconde el nombre de Clodia. El humanista del s. XVI Pedro Victorio (Petrus Victorius) fue el primero en identificar a Lesbia con Clodia II, la mujer de Metelo Céler, cónsul en el 60 a. de C. y muerto en el 59. Sabido es que en esta época la gens Claudia , una de las familias de mayor renombre en Roma (debido a su antepasado Appius Claudius Caecus , el famoso censor constructor de la vía Apia, del acueducto de su nombre, etc.) contaba con tres hermanas, bellas y de costumbres muy avanzadas para su época, de forma que hay identificaciones para todos los gustos, según la corriente filológica a la que uno se adhiera. En mi opinión, las tesis de L. Schwabe 17 , expuestas en 1862, son todavía irrefutables. La segunda mujer de la familia fue la de mayor personalidad, en cuanto que secundó los planes políticos de su hermano Clodio y, como él, popularizó su nomen reduciendo el diptongo au , de acuerdo con la pronunciación popular. La forma con diptongo había sido conservada por sus antepasados y transmitida por los restantes miembros de la familia. Ella padeció el matrimonio de Metelo, a quien su amigo Cicerón define en una carta como «un desierto» 18 . Era culta, admiradora de la poesía, de la música y de la danza, animadora de cenáculos políticos y tertulias literarias. Probablemente fue ella quien, acompañando a su marido, descubrió en Verona al poeta, todavía inseguro ante su proyectado viaje a Roma, enamoradizo, apasionado de las bellas artes y con extraordinarias dotes para la poesía. Los nueve años de diferencia que los cálculos más frecuentes 19 apuntan entre los dos debieron de ser más que un inconveniente un acicate para él. Un joven de alma romántica, educado en un ambiente severo y provinciano, vería como irresistibles las posibilidades de una aventura en Roma con aquella mujer, que ofrecía todos los atractivos que él hasta entonces sólo había podido entrever en su imaginación o en sus sueños.

Las posibilidades que Roma le ofreció con sus numerosas relaciones amistosas desbordaron sus esperanzas: un amor con Clodia estable, en primera instancia, seguido de una adaptación rápida a las costumbres romanas, integración y éxito en los nuevos grupos literarios, aceptación de la moral de los nuevos ambientes en los que convive, comprensión de las primeras faltas de fidelidad de la amada…

Pero tras estos tiempos de gloria inicial la vida le fue descubriendo su lado amargo: muerte de su hermano, traiciones de sus amigos y de su amante en términos intolerables. Su alma pura y la severa educación que debió de recibir en Verona posiblemente le llevaron a pensar que, muerto Metelo, Clodia se casaría con él, reparándose con el matrimonio la situación en que se encontraban los amantes, escandalosa para él más que para nadie. No parece que sea fabular demasiado la exposición de nuestro convencimiento de que Clodia jamás alentó estas aspiraciones y esperanzas del poeta. Toda la reiterada formulación en sus versos de pactos de amistad y de amor entre ellos, con un ritual que es casi aplicación estricta del derecho consuetudinario romano 20 , no contiene más que deseos, por parte suya, el aflorar tardío del alma sencilla y piadosa de un provinciano puro, la nostalgia de la inocencia perdida (de ahí la reiteración de quondam en muchos de sus poemas). La religiosidad de los últimos cantos 21 de su vida demuestra que ve con claridad la inmediatez de su muerte y vuelve su mirada a los dioses de su niñez.

¿Qué fue él para Clodia? Sólo uno de sus caprichos, y la satisfacción de ser amada por uno de los más grandes poetas que tuvo Roma. Posiblemente, ni siquiera tuvo la culpa de haber provocado aquel «amor romántico», único en su época y aun en el mundo antiguo. Es posible, además, que Clodia no compartiese con él otros intereses que los literarios y culturales y la atracción física que inicialmente ella pudo sentir. Catulo, por su parte, jamás compartiría con Clodia los intereses políticos de ella, ni los de su familia.

El ciclo de poemas de Juvencio nos exige un pronunciamiento sobre lo real o ficticio de las relaciones de nuestro poeta con el joven. Parece de aceptación generalizada el rechazo a las teorías (cuyo más cualificado representante puede ser Gordon Williams 22 ) de que no existe en las relaciones Catulo-Juvencio más que una ficción literaria, producto de una imitación de Meleagro. Se nos recuerda 23 últimamente que la moral contemporánea no tiene nada que ver con la moral de los tiempos greco-latinos. Así, para los romanos de la época de Catulo, el que tomaba el papel activo en unas relaciones entre hombres demostraba su virilidad; los esclavos sufrían con frecuencia estas vejaciones consideradas normales. Lo escandaloso era que personajes públicos adoptasen el papel pasivo 24 y esto es lo que critica Catulo para regocijo de sus lectores. Las tendencias homosexuales del joven Catulo son evidentes en su poesía. Sus entusiasmos amistosos llevan a expresiones que descubren lo que puede haber de amor hacia el mismo sexo. Sin embargo, su relación con Juvencio, tal como aparece en el ciclo de sus poemas, dista mucho de parecerse a la tradicional poeta-puer delicatus . Catulo se preocupa por la integridad del joven y cuida de él, lamentando el rechazo de sus besos y sus traiciones. Pero una lectura atenta de estos poemas descubre mucha ironía y un distanciamiento tal que nadie, objetivamente, puede llegar a pensar que la traición de Juvencio fuera capaz de traumatizar al poeta como las infidelidades de Lesbia o incluso las de algunos de sus amigos más íntimos (Celio, por ejemplo). El poema 81, que señala la ruptura con Juvencio, no contiene el menor síntoma de dolor o de desesperación. La tranquilidad manifestada por el poeta hace comprensible el juicio de quienes opinan que los poemas del ciclo son meros ejercicios de poesía homoerótica.

Si bien es verdad que muchos de los poetas de su grupo sintieron veleidades políticas 25 , a veces de signo contrario, creemos que es real la indiferencia y la falta de ambiciones que tuvo Catulo en este sentido. De acuerdo con el ambiente en que se movió debería haberse identificado con César. Es un amigo de su padre, huésped suyo, pero lo cierto es que lo ataca con la misma independencia con que lo hace a otros como Pompeyo. Es más, lo hace con mayor encono y rabia. ¿Cuáles fueron las razones últimas de su rencor? Se nos escapan. Las explicaciones tradicionales de que Mamurra, praefectus fabrum de César, fue su rival en amores y, en consecuencia, mostró la misma animadversión por César, su protector, se nos antoja algo pueril. Está suficientemente atestiguado que César, herido por los yambos del poeta que circulaban con mucho éxito en Roma, sentó al poeta a su mesa en la casa de su padre 26 . ¿Se hizo la paz tras la comida? Lo más probable es que no. Los elogios a los triunfos de las armas romanas capitaneadas por César en las Galias y Britania debieron de obedecer más a patriotismo que a una identificación con su héroe.

Cuando Pighi 27 publicó su libro sobre Catulo, surgió el enigma del retrato de la finca de Sirmión, en el que se puede ver a un romano joven, que se asoma a la luz con un volumen en sus manos. Este rostro tiene tanta gracia y su mirada manifiesta tal intensidad, que queremos pensar que éste es el retrato de nuestro poeta. No hay nada en él que rechace su carácter abierto, espontáneo, sincero y apasionado.

Poemas. Elegías.

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